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1. Introducción.
El fenómeno de la impunidad y sus consecuencias sobre el conjunto de la sociedad abarca diferentes categorías de violaciones de los derechos humanos: derechos civiles, políticos, económicos, socales y culturales.
Como hemos visto en el capítulo anterior, la instauración del modelo económico neoliberal pudo aplicarse gracias a la violación de todos esos derechos de la persona, que en la VII Región tuvo como consecuencia la pauperización de un alto porcentaje de la población campesina, así como una transformación de las relaciones humanas a nivel laboral, social e interpersonal.
A lo largo de este libro iremos viendo cómo se imbrican, a nivel personal, familiar y social, las consecuencias del Terrorismo de Estado con las propias de la transformación económica y social, siendo inherentes a ellas la impunidad y la injusticia social.
Si bien las personas con quienes trabajamos, que son la razón de esta publicación, corresponden a familiares de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos de la VII Región, en este capítulo analizaremos una de las graves violaciones que atentan contra la vida y la integridad del ser humano: la tortura.
Incluimos la tortura no solamente porque es un Crimen Contra la Humanidad que se aplicó masivamente en nuestro país, y muy particularmente en la VII Región, sino también porque su impunidad absoluta repercute gravemente tanto en quienes la sufrieron directamente como en el conjunto de la sociedad. En los sobrevivientes a la tortura persiste un sentimiento de despersonalización ante la negación, en el contexto social y político, de haber sido víctimas de uno de los más aberrantes crímenes. Es como si esa realidad, la tortura masiva y sistemática, no hubiese existido en el país.
2. La tortura en la VII Región. Algunos testimonios.
Esta región era una de las zonas de más alta polarización social y política del país, en especial como consecuencia de la profundización del proceso de reforma agraria y de la resistencia patronal a la expropiación legal de los latifundios.
Esta extrema polarización sería la que explicaría la masiva y brutal política represiva, en que miles de campesinos, estudiantes y trabajadores fueron detenidos y torturados en diversos recintos militares, policiales y de carabineros.
Apenas instaurada la dictadura militar se realizaron múltiples operativos militares consistentes en allanamientos a poblaciones, industrias e instituciones de las localidades urbanas y copamientos de los sectores rurales de prácticamente todas las comunas, derivando en masivas detenciones tanto de hombres como de mujeres, la mayoría jóvenes de entre 20 y 22 años de edad.
Los principales recintos de detención fueron las comisarías de carabineros y las cárceles locales, pero también algunos cuarteles de la Policía de Investigaciones. Además, se utilizaron diversos recintos militares como centros de detención, destacando especialmente los siguientes:
- La Escuela de Artillería de Linares.
- El Polígono General Bari.
- El Regimiento Reforzado Nº 16 de Talca.
- La Colonia Dignidad.
En el Tomo I de "Labradores de la Esperanza" informamos ampliamente sobre la represión en la ciudades de Talca, Linares, San Javier de Loncomilla, la antigua provincia del Maule y el pueblo de Melozal. Además, se describieron con detalle los centros de detención y tortura especiales de la Región, tales como la Escuela de Artillería de Linares y la Colonia Dignidad: por allí pasaron miles de prisioneros y allí fueron ejecutados o hechos desaparecer la mayoría de las 120 víctimas de violación del derecho a la vida de la VII Región.
Prácticamente, todos los prisioneros fueron sometidos a un régimen de incomunicación permanente y de tortura física, psicológica y sexual, con un claro objetivo vejatorio y destructivo de la dignidad humana, tortura que se aplicó persistentemente durante toda la dictadura militar.
Para graficar cómo se practicó la tortura en la región, hemos seleccionado varios testimonios de ex-prisioneros políticos, los cuales reflejan no sólo la traumatización extrema a que fueron sometidos, sino también las profundas consecuencias de la impunidad. A través de estos testimonios podrá apreciarse como se modificó significativamente la forma de relacionarse con el otro y, asimismo, la forma en que la sociedad reaccionaba ante ellos y sus familiares.
Iremos intercalando en cada testimonio algunas reflexiones que dicen relación con los procesos psicológicos y las reacciones individuales que hemos observado desde 1973 en los ex-prisioneros políticos.
El siguiente testimonio fue entregado por un ex-preso político, militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), detenido a fines de 1973, que permaneció más de dos meses en el centro de tortura de la Escuela de Artillería de Linares y luego recluido durante años en la cárcel de Linares.
Tenía 27 años cuando sus proyectos de vida fueron bruscamente interrumpidos por la prisión. En el exilio encontró una compañera con quien construir una familia, teniendo actualmente dos hijos.
"Existía una primera sesión de ablandamiento, donde funcionaban dos miembros de la fiscalía de Carabineros con una capucha y unos trajes especiales que impresionaban realmente a la persona que entraba ahí. Con unos látigos de alambre aplicaban los azotes amarrados a un palo, aplicaban corriente, golpes con cadenas".
Desde el momento mismo de la detención y el secuestro en centros especiales de tortura, la persona queda inerme ante el poder absoluto, en una total desprotección vital, en que la inminencia de la muerte se entremezcla con el miedo e incertidumbre ante lo inmediato. El presente anula el futuro, y el pasado se toma terrorífico.
"El objetivo en primera instancia, era destruir a la persona. Eran tremendos gallos, uno medía alrededor del metro noventa. Nos decían: 'hasta aquí te llegó tu vida cabrito', "pronto vas a pasar al otro mundo, mañana no vas a ver el sol". También decían garabatos, 'tu mujer es una puta', toda la familia salía a bailar. Después había una aplicación de alfileres, comúnmente duraba alrededor de cuatro horas.
A continuación cambiaba el procedimiento. Venía la sesión con el psicólogo. El 'bueno' se dedicaba a conversar horas con el interrogado; indudablemente que uno ya venía de la sesión de ablandamiento. Tenían todas las técnicas para lograr alguna información de la persona. A uno le ofrecían un sandwich, una bebida y le decían 'no te preocupes, yo te voy a ayudar". Y este señor estaba horas hablando con uno. Tenía, por ejemplo, en su escritorio, una serie de elementos, como para sacar uñas, cadenas, todos los elementos que se utilizaban en la tortura estaban ahí. Trabajaba con el jefe de Investigaciones Torres que era el malo de la película y que decía 'bueno, con cual vamos a pegar', y el otro respondía 'pero cómo, si él está conversando conmigo". A veces se tiraban patadas entre ellos, algo muy típico. Recuerdo que este tipo tenía un estado atlético increíble y le pegaba al otro cuando le decía 'sal para afuera, si estoy conversando con él'. El era el bueno de la película".
El ser humano no puede vivir en crisis permanente, pues las contradicciones llevan a la desestructuración si no son resueltas. La "bondad" de el "bueno" busca penetrar en el deseo de humanidad que la deshumanización provoca, logrando así la desestructuración total y la entrega.
"Lo importante era estar alerta, porque si uno no hablaba el psicólogo le decía: 'entonces yo no te voy a poder ayudar'. Entonces uno hablaba sobre una política determinada, sobre la agricultura, por ejemplo, así ganaba tiempo. Pero él lo iba conociendo a uno, y uno entraba en terrenos desconocidos, en los cuales uno no podía entregar información. Hablar palabras sueltas, en definitiva. Sobre el caso de liberación en Rusia, por ejemplo, indudablemente que conocido, o sobre la batalla de Cantón, o sobre otro suceso en tal o cual parte. O sea, sobre cuestiones que a uno le permitían ganar tiempo. Posteriormente, él entregaba la información, nosotros lo entendemos así porque era algo sistemático, a un equipo que funcionaba con dos miembros de Investigaciones de San Javier, no recuerdo los nombres. Me tocó dos veces estar con ellos y no les recuerdo el nombre.
A veces se pasaba a una nueva sesión con él, uno pasaba después a una sala de grabación, ya con interrogatorios más duros, con aplicación de corriente. Había otra al lado, el matadero. En el matadero a uno le aplicaban la manguera en la boca, tragaba agua y empezaba a hincharse; una vez hinchado lo colgaban de unos garfios y le empezaban a sacar el agua a palos, y claro, era terrible y doloroso. Uno estaba media hora o una hora colgado de los garfios y lo azotaban con látigo de alambre, que era muy doloroso y uno quedaba imposible, con el cuerpo todo marcado, morado, rojo, era una serie de colores.
Nosotros conversábamos de esto, para preparar a la persona. Quizás para algunos esto era muy terrible, porque no todas las personas pasaban por todas las torturas. Entonces, quizás uno estaba cometiendo un error al hacerle ver qué había en tal sesión, cuando quizás a él no lo iban a pasar por allí. Pero uno optaba por entregar toda la información, para que se conozca. Yo creo que es importante preparar a la gente para que enfrente mejor este tipo de experiencias".
En lo individual, la reacción inmediata de defensa es de alerta, una forma de hiper conciencia en que toda la afectividad y los procesos mentales se concentran en la sobrevida como sujeto, en la no claudicación.
En lo grupal, se fortalece la unidad y la solidaridad, como una forma de protección preventiva de los unos con los otros. Al perderse la intimidad y la privacidad ante el torturador, se crea una alianza afectiva secreta entre los prisioneros, que es impenetrable e incompatible por los verdugos.
Probablemente, la profundidad del afecto que perdura entre los ex prisioneros por más de 20 años tiene que ver con este sentimiento de humanidad ante la inhumano, por el sólo hecho de haber compartido una experiencia tan traumática y dolorosa.
"Bueno, de acuerdo a como fuera la información que ellos lograran, uno era trasladado donde el jefe del Servicio de Inteligencia. Aquí era el capitán Lecaros, y con el apoyo de los boinas verdes. Venía la aplicación de corriente, los azotes con los látigos de alambre amarrado siempre a un poste; los pozos con agua contaminada, colgados con garfios. Colgaban a las personas, con unos fierros que cruzan con los brazos atrás y lo amarraban igual que animales, en esa posición uno estaba una hora, dos horas. Amenazaban con traer a la familia y torturarla si uno no hablaba.
Me tocó vivir en varias oportunidades ese tipo de situación. Claro que uno sabe que están utilizando una técnica. Yo estaba seguro que no la iban a traer, era muy difícil. Opté por decirles "ustedes saben lo que hacen". Por esa frialdad que yo demostraba ellos optaban por aplicar en forma más fuerte el interrogatorio, más violento, todos los golpes más fuertes. Cuando la persona caía al suelo dejaban de torturar y lo trasladaban a su celda. Porque viva la persona todavía les podía servir. Eso se lo decían a uno permanentemente: 'nos puede entregar información, así que dejémoslo vivo'. Bueno, por otro lado estaba el sargento Aguilar, del Servicio de Inteligencia Militar, también con un apoyo de boinas verdes. Mientras más rápido torturaban a la gente, más información tenían los Servicios de Inteligencia. Por otro lado, el jefe del fiscal, el teniente Gallardo, mediante la aplicación de corriente, con azotes con látigos de alambre, con la manguera en la boca, iba reprimiendo cada vez con mayor intensidad a los detenidos".
Sorprende la soltura y desafecto con que se describe la tortura física. Más que un mecanismo defensivo de negación del dolor corporal, pareciera que éste es sobrepasado por el dolor psicológico, del alma, en el que se entremezclan la pérdida de dignidad, la humillación y vejación deshumanizante, la carencia de una perspectiva de futuro, la adherencia irritante a una pesadilla terrorífica.
"Los interrogatorios se intensifican al grupo, en cuestión de siete días somos llevados a las cámaras en varias oportunidades. Nuestro estado físico empeora en forma progresiva, generalmente luchamos por mantenemos enteros, la guerra psicológica llevada a cabo por los servicios de seguridad aumenta. El asesinato de compañeros en las cámaras nos conduce a pensar en la misma suerte.
El 20 de diciembre de 1973, mientras era interrogado por los Servicios de Seguridad, entran a la sala a nuestro secretario regional, miembro del Comité Central del MIR, Guillermo del Canto (1) y luego hay en la cámara alrededor de 10 miembros de los servicios de seguridad quienes nos torturaban, a la vez que preguntaban por nuestras actividades.
Guillermo permanecía en silencio todo el tiempo, la forma como enfrentaba el interrogatorio me impactó, pienso que la información que manejaba era muy importante para los servicios de seguridad: en todo caso creo que si entregaba información o no, él sabía que no viviría.
Después de permanecer por un lapso de cuatro horas en la cámara nos ordenaron salir. Un oficial del Ejército ordenó trasladar al compañero Guillermo a Santiago. Por último, pensando que no habría un segundo más de nuestras vidas en el cual pudiéramos vemos, nos despedimos levantando nuestro brazo: '¡Adiós camarada, adiós hermano!'
En un rincón de las galerías un compañero se encontraba fuertemente atado, custodiado por miembros de los servicios de seguridad, aún no sé su identidad, trato de acercarme, una vez cerca de él mi cuerpo tiembla de dolor e impotencia, es el camarada Anselmo Cancino (2), una cadena cubre su cuello, otra mantiene sus manos y piernas atadas. Anselmo, el luchador incansable. Campesino, miembro del Comité Regional, por la forma en que lo tienen da la impresión que los servicios de seguridad han capturado a una terrible fiera, pienso que así es, es un líder de campesinos, de obreros, de estudiantes y de trabajadores del pueblo.
Una vez en la celda los compañeros esperan impacientes el regreso de todos los camaradas que han sido llevados a interrogatorio. Uno de mis compañeros quita mis ropas para poder poner una toalla mojada sobre mi cuerpo. Rolando pregunta cómo va la cosa, mi respuesta ha sido vaga, creo que por el momento nuestro esquema sigue igual, pero los servicios de seguridad han detenido al compañero Guillermo y al compañero Anselmo; por otro lado un compañero está cooperando con los servicios de seguridad.
Los días parecen más largos, algunos compañeros tratan de controlar el estado de ánimo que decae en forma progresiva, establecemos actividades que nos permitan salir de esta situación, jugamos a las cartas, dramatizamos, cantamos, nos reímos, así esta situación nos permite alejamos por momentos de la guerra psicológica que los servicios de seguridad han intensificado.
Una de esas noches, aproximadamente el 22 de diciembre del 73, mientras intentábamos dormir, los gritos de un camarada nos ponen en pie, a través de unos orificios que dan al patio central vemos que el compañero Anselmo está siendo cruelmente torturado, con ayuda de perros policiales. Para todos será imposible dormir, no me explico cómo podemos soportar tanta crueldad, tanto dolor. El día 24 de diciembre de 1973, los servicios de seguridad se llevan al compañero Alejandro (3), miembro de la comisión militar del partido, no sabemos su destino, lo han obligado a firmar una orden de libertad con el objeto de encubrir el crimen. Unos soldados han quemado sus ropas. Pensamos en la posibilidad que será fusilado con otros compañeros, o de lo contrario será conducido a algún campo de prisioneros más privado. En nosotros persistirá la duda, la incertidumbre por el destino real de otros como él, pasan a formar la larga lista de desaparecidos".
Los ex-presos sobrevivientes arrastran, al igual que los familiares, un profundo duelo encapsulado por sus compañeros desaparecidos desde los centros de tortura. La pérdida, la incertidumbre, la falta de certeza de la muerte y el saberse vivo, impiden aceptar la desaparición del otro, haciendo eterno el dolor.
Más aún, la sobrevida se acompaña de una intensa culpa, al ser inexplicable el "por qué él y por qué yo no..." Culpa que dificulta rehacer la vida y volver a disfrutarla.
"Así, a las pocas horas que se han llevado al compañero Alejandro sacan de su celda al compañero Hernán (4), miembro de la comisión militar; su destino no lo conocemos. Para nosotros cada hora que pasa en nuestra celda es una terrible tortura, no podemos dormir esperando angustiados nuestra hora final, por momentos nos resignamos a morir, nuestro estado de ánimo es deprimente, luchamos por sobreponemos a esta situación, queremos vivir, pero vivimos como si padeciéramos de cáncer, causado por la tortura psíquica y física que nos consume segundo a segundo, y frente a nosotros sólo vemos muerte. Así con todo el dolor que implica la determinación, nos preparamos para decir 'bienvenida sea', para los compañeros ya no cuenta el día ni la noche, ya no hay descanso alguno que nos permita reponer las fuerzas.
El hecho es que me siento afuera, en una banca, una hora, que se me hizo larguísima, esperando a Rolando, que yo esperaba que saliera en cualquier momento. Cada uno sufría por el otro, hasta que llegó Rolando: '¿cómo va la cosa? Ahí va'. No sabíamos lo que iba a pasar. Hasta el momento no nos han dicho nada. No tengo idea donde nos van a llevar. Nos traen en una camioneta para llevarnos a un sitio desconocido, pero llega el teniente y nos dice: 'a ver muchachos, ustedes se van a ir a descansar al paraíso, se van a ir por un tiempo a la cárcel, van a ir a pudrirse a la cárcel'.
Nosotros saltábamos en el momento en que nos dicen "se va a ir a la cárcel', saltábamos como si hubiésemos tenido cuatro o seis patas, saltábamos de alegría y de allí nos trasladaron a la cárcel. Fue un desahogo inmenso ese traslado. Rolando llevaba 105 días en la Escuela y yo 67 nada más.
Ese tipo de situaciones fue el período más interesante, por el tipo de experiencias que significó. Yo pienso que hay un elemento que podría ser importante, por el hecho de que yo soy de Linares tuve la asistencia permanente de alguien que está detrás. En mi caso, por ejemplo, mis familiares estaban siempre tratando de ubicarme.
Nosotros esperábamos de todas maneras que nos iban a eliminar, ya habían eliminado alrededor de 43 compañeros".
Es importante indicar que la represión en Linares había golpeado fuertemente a la población; por ejemplo, había alrededor de 3.000 detenidos, lo cual significa que un número importante de la población sufre la represión.
La incertidumbre desgasta por la angustia permanente que la acompaña. A su vez, la lucha continua entre una vida torturante o una muerte aliviadora va minando las fuerzas a favor de ésta última. Por ello el traslado a la cárcel, a una reclusión indefinida, provoca la euforia. Es la sobrevida como término de la incertidumbre macabra.
El siguiente testimonio corresponde a Silvia Sepúlveda, ex-presa política de septiembre de 1973, quien fue recluida en la cárcel a pesar de tener 7 meses de embarazo al momento de su detención. Sometida a Consejo de Guerra pese a no existir cargo alguno contra ella, se le otorgó la libertad condicional, siendo sin embargo, objeto de múltiples medidas represivas destinadas a amedrentarla e inmovilizarla.
Silvia es esposa de Anselmo Cancino, uno de los principales dirigentes campesinos de la Región que se encuentra desaparecido hasta hoy. Respecto a él nos referimos tanto en el Tomo I de "Labradores de la Esperanza" como en el capítulo IV de este volumen, y es mencionado también por ex-prisioneros sobrevivientes de la Escuela de Artillería de Linares.
Su hijo nacido en la cárcel, lleva el nombre de su padre y, actualmente, a sus 23 años, es egresado de la Universidad donde estudió Trabajo Social luego de haber hecho su práctica profesional en nuestra institución. Anselmo, por ser hijo de un matrimonio no acreditado legalmente, debió someterse a innumerables pericias judiciales ordenadas por el Tribunal de Linares para demostrar su filiación. Nosotros no sólo compartimos con ellos esos momentos tan dolorosos y angustiantes, sino que lo acompañamos cuando tuvo que recibir la Reparación que el Estado le asignaba. Sentimos con él la impotencia, la culpa, la rabia, y ante el dolor, lloramos juntos.
El testimonio de Silvia, entre otros aspectos, refleja nítidamente la persecución y marginación de que fueron objeto los ex-presos políticos en el país. En ella misma, a la impunidad total respecto de los responsables del secuestro y desaparición de su esposo Anselmo Cancino, se agrega su detención ilegal, la tortura a que fue sometida a pesar de su gravidez avanzada, la aplicación de un Consejo de Guerra aún cuando no existían cargos en su contra y la absoluta impunidad para los responsables de las masivas detenciones y tortura en la Región durante la dictadura.
"En lo personal, el golpe militar fue desintegrador en todos los aspectos, comenzando con lo social y familiar. Cambió todo lo que era la vida, ya no estaban los amigos que hasta ese momento eran su familia. Después nació el miedo y la desconfianza, fue desastroso, como después de ocurrida una tempestad fuerte; no se sabía a quien acudir, sólo la familia estaba ahí. Cuando una se encontraba con compañeros del Sindicato Campesino no te miraban ni saludaban.
Como mujer, en ese tiempo yo era jovencita y me encontraba embarazada de mi primer hijo, con toda la ilusión del primer hijo. Pierdo a mi compañero, Anselmo Cancino, así que como mujer quedo totalmente sola porque el llegar a la casa de mis padres ya no era lo mismo; mi familia es campesina y con hartos hermanos, incluso por haber salido de la casa me decían que no pertenecía allí, no me recibieron bien.
También en el aspecto del trabajo uno quería trabajar y no me lo daban por el hecho de haber estado detenida. Y eso era doloroso porque una tenía que subsistir, tenía que seguir viviendo.
Cuando yo salí tenía que ir a firmar dos veces a la semana. Después con el Obispo se consiguió que fuera una vez a la semana y, más tarde, cada quince días. Cuando mi hijo ya había nacido, pocos días antes (29 de diciembre), pasé a Consejo de Guerra (9 de enero) y de ahí quedé firmando una vez al mes".
La represión y la guerra psicológica buscan justamente, a través del miedo, generar en la población la desconfianza, la estigmatización, la marginación, la discriminación, la inmovilidad. Es una forma de violencia destructiva de la unidad del tejido social que atenta contra los valores humanos más puros, la solidaridad, la protección y acogida del desvalido y el perseguido.
"Lo otro que me pasaba es que era tanta la soledad y vivía atemorizada por el hecho que llegaban a la casa y la rodeaban, amenazándome para que no me metiera en nada. No podía conversar incluso con los compañeros que habían estado detenidos, porque si uno conversaba con ellos decían que estábamos haciendo reuniones o programando una. Un día fui a firmar; en ese momento yo tenía un hermano detenido y me encontré con unos compañeros que también fueron a firmar y me preguntaron por mi hermano; en esto llegó una pareja de carabineros y nos llevaron detenidos a los tres porque estábamos 'programando una reunión'. Nos mantuvieron detenidos desde el viernes hasta el día domingo. Nunca nos dejaban vivir tranquilos, siempre nos estaban vigilando.
Tampoco podía cambiarme de Región por estar firmando, entonces como persona y como mujer fue un cambio muy brusco y muy doloroso, no te dejaban vivir. A una le afectaba la parte emocional, psicológica y también en el trabajo. Yo trabajaba picando remolacha y con gente particular que a una le daba trabajos esporádicos".
Ante el miedo, la reacción primaria es la huida, pero también la búsqueda de apoyo y protección en el otro. A la soledad provocada por la marginación y la discriminación, se sobreimpone un dolor sordo ligado a la pérdida de la fe en el ser humano, a la incredulidad y el desconcierto.
Por otra parte, la estigmatización se refuerza día a día por la represión continua, aminorando los deseos de vivir y profundizando la soledad.
"Yo soy una persona de mucha fe y por intermedio de la Iglesia Católica entré a la política y lo sindical de jovencita. Por mi compromiso cristiano fui tomando más responsabilidades cada día y comencé a integrarme a las comunidades cristianas, hice catecismo y participaba en la comunidad porque soy una mujer que no puedo aislarme del mundo. Por esta razón fue que yo más sufría cuando estuve aislada de todo, aunque estuviera con mi familia, porque yo necesitaba algo más, es algo que va dentro de una.
Después del golpe militar nuevamente me integré a la comunidad cristiana y ayudaba a la gente en lo que podía. Con el golpe se fue perdiendo mucho la sensibilidad, si había alguien enfermo nadie se preocupaba, si había problemas nadie se acercaba o si existía cesantía era lo mismo. Había familias que no hallaban qué hacer o a veces uno no tenía qué comer".
Ante la deshumanización, la fe cristiana puede o no entrar en crisis. Al enfrentarse a lo inconcebible de la perversión humana surge la contradicción, por carecer de una explicación contenedora del dolor y el miedo, que genera duda y vacilación, y la desorientación lleva a la inseguridad ya no del otro sino de sí mismo.
La acogida y protección que varios miembros de iglesias y comunidades cristianas de base dieron a los perseguidos y desvalidos contribuyó a compensar y canalizar el miedo, la soledad, la inermidad y apoyar en la sobrevida.
"Lo otro que siempre me dije es que mis hijos tenían que conocer lo que yo había vivido, nunca ocultárselos, saber siempre la verdad".
Es innegable que el conocimiento de la verdad no sólo permite la comprensión de los propios procesos individuales y familiares, sino que también tiene, a nivel de la sociedad, un efecto reparador del propio daño interno y, fundamentalmente, al ser reconocido explícitamente previene consecuencias traumáticas para las generaciones venideras.
"Cuando mis niños comenzaron a ir al colegio me esforcé para que ellos pudieran estudiar, educarse para que tuvieran más preparación que yo. Hacía trabajos que me duele recordarlo. A veces estábamos los dos sin trabajo y por ejemplo partía donde unas amigas y les pedía ropas que no usaran o botellas vacías, con eso lograba costear algunas de nuestras necesidades.
También estuve en un centro de madres donde había señoras de Cema y me daba temor que no me aceptaran, sabía que no podía hablar ciertos temas, pero los problemas de las señoras eran tan grandes que igual salían a relucir cosas.
Creo que a mí lo que me ayudó también es que soy de una familia campesina y pobre y que en mi casa mis papas nos hicieron ver la realidad que teníamos, por eso nuestro ideal era definido, no se podía vivir de otra manera, nadie te podía contar el cuento que tú no puedes pensar así, que no habían pobres o que el que reclama sus derechos es comunista. Desde niña comencé a escuchar de comunismo o socialismo, que se comían a los niños y que se los llevaban a Cuba o la Unión Soviética, pero cuando una empieza a investigar se da cuenta que todo son puras tonteras".
La vivencia encarnada de la pobreza e injusticia social va provocando, mediante un juicio de realidad y una conciencia de cambio, mecanismos de sobrevida y superación que se confrontan no sólo con el poder sino también con la manipulación ideológica destinada a evitar la movilización social legítima.
"Con el golpe militar la sociedad también cambió, se perdieron los valores, se les enseñó a mentir a la gente, a ocultar las cosas, la solidaridad se perdió. La sociedad nos hacía caer en el individualismo, luchar por uno sin preocuparnos por los vecinos y la demás gente, viviendo uno todo lo demás no importaba. Yo creo que uno tenía que luchar y ser capaz de rescatar todas esas cosas para el bien de la formación de nuestras familias.
Había algunos que creían que desde fuera iban a venir a ponerle el remedio. Al país yo lo miro como una casa y nadie va a venir desde el exterior a poner remedio a los problemas de un hogar, los problemas tienen que ser solucionados desde dentro".
En forma clara y sencilla se evidencia la trastocación de valores provocada por el Terrorismo de Estado y la implantación del modelo neoliberal, pero también muestra con nitidez la internacionalización y globalización de la economía de libre mercado que vimos en el capítulo anterior.
"Cuando mis hijos estaban chicos vivíamos en un bosque aislados de todo el mundo y en las noticias decían que había revueltas y que habían caído no sé cuantos comunistas, esto me hacía sentir miedo hasta de alojar en mi propia casa, así que nos íbamos al bosque. Después le dije a mi marido que no nos fuéramos a alojar al campo, porque si venían a detenernos más delito hacíamos si no nos encontraban; por tanto a partir de ese entonces nos quedábamos en la casa.
El recordar esto me causa nerviosismo, pero el hecho es que esto pasó y si hay que contarlo se debe hacer para que no nos olvidemos de lo dura y cruel que fue la dictadura y de lo poco que se ha obtenido o avanzado en democracia y si miras hacia atrás te puedes dar cuenta".
Al asumir el trauma, el miedo, la derrota, las pérdidas y el dolor consiguiente, surge y se mantiene la fuerza emocional de la memoria; cesan de esta forma la negación y ocultamiento de la verdad, situación incompatible con una convivencia sana y con el desarrollo de una real democracia. En el testimonio que viene a continuación, además de los sentimientos y reacciones presentados durante la detención, tortura y reclusión, se relata la experiencia de otra masiva e indiscriminada violación de los derechos humanos: el exilio, es decir, la violación del derecho a vivir en la patria.
Se trata de un ex-prisionero político de 1980 procesado por la Fiscalía Militar, quien permaneció casi dos años recluido en la cárcel de Talca y fue obligado a permanecer durante 6 años exiliado en España.
Nació el 15 de marzo de 1955 en Talca, mide 1.80 mt. y su contextura es afín con su estatura. Sus ojos son de color verde, es trigueño y de pelo ondulado.
Su infancia y primeros años de colegio los vivió en el sector oriente de Talca; posteriormente se trasladó junto a sus padres y hermanos a San Javier para regresar a Talca, donde termina sus estudios en el Instituto Superior de Comercio.
Durante su niñez y juventud se le apreciaba por la alegría que irradiaba, muy amistoso y con grandes cualidades que lo llevaron a ser un líder donde quiera que estuviera. Muy soñador y romántico, lo que se refleja a través de sus escritos y poemas.
En el Instituto Comercial conoce a quien sería su compañera, con la cual tiene 5 hijos (3 chilenos y 2 españolas). Después de casi 6 años de exilio en España, donde se desempeñó como vendedor, administrador y asesor contable, vuelve a Chile integrándose rápidamente a la vida política, fue elegido Concejal y trabaja en Seremi del Gobierno.
"El martes 13 de mayo de 1980 llegué a mi casa en la noche, con el cansancio propio de una jomada de trabajo intensa, jugué un rato con mi pequeño hijo Garlitos, mi esposa me sirvió comida y en la televisión los noticieros anunciaban para la noche un huracán de envergadura.
Había nerviosismo en el hogar, las noticias y la preocupación ya de varios días por la información que tenía respecto de la detención de compañeros, en Linares, Molina y Curicó; el cansancio te lleva al sueño reparador que no pudo ser. Eran las 04:00 de la madrugada cuando mis cuñadas que dormían en la habitación contigua me avisaron que andaba gente en el patio, me levanté, miré hacia la calle y observé a lo menos 3 vehículos y civiles armados. Me desplacé a la pieza del fondo y vi por la ventana que da al patio hombres de civil armados, con perros y linternas. Debo confesar que mi primer impulso fue escapar; luego racionalmente concluí que no tenía ninguna posibilidad. Golpearon fuertemente la puerta, gritando ser la policía, abrí y entraron en mi casa. Creo que ahí empecé a sentir el peso de la derrota, pero mi tranquilidad era pasmosa, no recuerdo ninguna sensación de temor, no sé cuantas veces me puse en la eventualidad de ser detenido, conocía ya muchos compañeros que habían pasado por la tortura y la prisión, así y todo estuve sorprendentemente tranquilo. El interrogatorio no se dejó esperar, los 7 u 8 agentes que entraron en la casa, entre ellos una mujer, llevaron a cada uno de los mayores a habitaciones separadas y nos interrogaban, otros procedían a allanar, no encontrando nada.
Me sacaron de mi casa y en el antejardín me esposaron, pusieron tela adhesiva en mis ojos y me cubrieron con un mal oliente capuchón, me subieron a la parte trasera de una camioneta acostado en el piso, me pude dar cuenta que no iba solo, a lo menos 2 compañeros más ya habían corrido mi suerte. Siete u ocho días permanecí en los cuarteles secretos de la fatídica CNI (5). Hoy existe conciencia de lo que allí se vivió, por lo que no quiero dar detalles de métodos más o menos sofisticados de tortura que vivimos, quiero detenerme en aspectos de tipo humano, emocionales y afectivos que creo es en donde paradójicamente está la riqueza de las situaciones límites, de mucho sufrimiento, pero que el correr del tiempo deja una base ética y moral, que nuestra débil democracia debiera recoger de esos tiempos difíciles...
Los interrogatorios eran intensos, los careos estaban orientados a quebrar nuestra confianza, nuestra camaradería, el compañerismo por lo tanto, intentaban convencernos de que había quienes confesaban e inculpaban a compañeros en acciones pasadas o futuras; nos querían hacer pensar que quienes hablaban no recibían torturas... yo recuerdo que al principio me resistía hasta cuando me desnudaban, al cabo de unos días cuando entraba a la pieza de los torturadores me empezaba a quitar la ropa solo. Un día uno de los jefes de los agentes me dio un cigarrillo, era Pall Mall sin filtro, han pasado 15 años y todavía puedo reconocer y distinguir el olor de ese cigarrillo, la mentalidad cuartelaria de estos agentes los uniforma en todo, también todavía podría distinguir el olor de la loción Kabuqui Tabaco, todos usaban de la misma.
En algún instante, no podría decir si de noche o de día, a un compañero dirigente de gran trayectoria, consecuente a toda prueba, lo arrojaron a los pies nuestros desnudo, con convulsiones a consecuencia del frío y la electricidad aplicada en su cuerpo... "¡éste es el traidor que delató a todos ustedes!' dijo el guardián...'¡no merece que se preocupen de él, déjenlo botado como un perro!' Los que allí estábamos, cuando todo quedó en silencio, empezamos a flectar las piernas y a quitamos peso de encima, pues estábamos cubiertos por un montón de frazadas al extremo que teníamos la ropa pegada al cuerpo y empapados en sudor. Logramos taparlo a tientas empujando frazadas con los píes y echándoselas encima, todos estábamos esposados y con la vista vendada. Más tarde me tocaría a mí, logré vestirme pero no podía contener las convulsiones de mi cuerpo y me castañeteaban los dientes, me arrojaron en una pieza donde dormían en el suelo dos compañeros, uno reptó y me abrazó como para darme calor con su cuerpo, toqué sus manos y en una le faltaban dedos; supe que era el "viejo grande", lloraba y rezaba... fue como mi padre en las noches de temporal.
Pasaron los días y nos empezamos a reconocer en la noche en la cárcel de Talca. Llegamos en un furgón de gendarmería esposados y con la vista vendada como todos esos días, hablábamos a voces y nos reconocíamos. Se abrieron las puertas del furgón y doloridos, mal olientes, asustados y fatigados empezamos a bajar. Había olor a comida, se me llenó la boca de saliva y me dieron arcadas, eran tantos días casi sin comer, sólo habíamos tomado algo de café y unas sopas con escasos fideos de sabor asqueroso... sentí que me tomaron del hombro y susurraron en mi
oído 'tranquilo, Carloncho, aquí no pasa nada", era muy alto. Después supe que era un amigo del fútbol con quien había compartido tantas alegres tardes de tan apasionante deporte. Fue el inicio de un período muy largo, casi 2 años, éramos catorce inicialmente, para finalmente quedar sólo seis.
Hubo que restablecer las confianzas, comprendí que no había héroes ni traidores, que lo importante era la vida, que a pesar de nuestras debilidades pudimos ahorrarle este trance a un grupo importante de compañeros, nuestra confianza estaba en que ellos pudieran continuar la organización y la lucha por la democracia. En la cárcel aprendí que la manida frase de que allí 'no están todos los que son, ni son todos los que están' es verdad; aprendí diversos oficios pero todos terminan cansando, la rutina del encierro es macabra... los mismos pasillos día a día, las mismas caras y la reja 2 que era la más cercana a la libertad".
La expectación ansiosa, el temor, la inseguridad, con el insomnio consiguiente, se entremezcla con el dolor de la derrota; al enfrentarse con la violencia y la muerte inminente surgen variados mecanismos de defensa para la sobrevida como persona: serenidad, hiper lucidez, alta concentración, hipersensorialidad olfativa y auditiva compensatorias de la ceguera provocada por la venda en los ojos. Pero la mayor resistencia defensiva se gesta al calor de la solidaridad, los sentimientos compartidos, el gesto de humanidad que surge inconmensurable ante la tortura.
"Luego vino el exilio por largos 6 años, vivir pegado a las noticias, esperando cartas de mis padres, de mis hermanos, de los amigos, sufriendo por nuestro Chile y su pueblo que hacía los esfuerzos finales de la lucha por la libertad. El exilio para mi tampoco fue dorado, diversos oficios desempeñé, incluso cariño le tomé a mi condición de albañil y pintor por varios años.
Finalmente pude trabajar como contador en una empresa de unos argentinos en Madrid y cuando empezaba a querer a Madrid y al pueblo español... vino el 5 de octubre de 1988, mi hermano Agustín salía de prisión y mi hermano Jorge desde Alemania tenía tantas nostalgias como yo. No había dudas, era la hora de volver, me seducía la idea de estar en la batalla final de la lucha por la democracia, ¿cómo restarse a la última, si has librado tantas? Carlitos mi hijo mayor, todo un españolito con su castiza forma de hablar, junto a Carolina y Cristina, mis dos hermosas hijas nacidas en Madrid: para Marina y yo la vida había sido tan difícil que era como la oportunidad de dejar todo atrás y empezar de nuevo.
El reencuentro con toda la familia, los amigos y nuestra gente fue maravilloso. Luego volvió Jorge desde Alemania y papá y mamá empezaron a tener sueños tranquilos; vecinos, amigos y compañeros manifestaron su afecto y buenos deseos a nuestro retorno. Al cabo de dos meses era como si nunca me hubiese ido y estaba plenamente integrado a la batalla por la recuperación de la democracia.
Han pasado algunos años de ese tiempo efervescente, mi ciudad me dio una gran responsabilidad eligiéndome Concejal y es un orgullo para mí porque pienso que mi triunfo no es sólo mío, sino que de muchos que vivirán en nuestro recuerdo y de muchos que no volverán".
A la derrota, la tortura y la prisión, se suma no sólo el dolor por las consecuencias directas del exilio (desinserción, desestructuración familiar, minusvalía e indefensión, infinitud del tiempo, etc), sino también la culpa por sentirse incapaces de participar en la lucha contra la dictadura y, principalmente, como una sensación de deslealtad tanto con aquellos que murieron o desaparecieron como en relación a los que continuaban presos.
En el compromiso ideológico con la lucha por la democracia no deja de estar presente el compromiso moral y humano hacia quienes dieron sus vidas en esos 17 años, aún cuando se desconozca en el plano político-social que sin su entrega no habría sido posible negociar la transición.
El siguiente testimonio es dramáticamente explícito en revelar la impunidad de los responsables de la detención-secuestro, tortura y reclusión; más aún, deja en evidencia el poder absoluto del Ejército no sólo para negar su responsabilidad, sino para anular y castigar cualquier intento legítimo de denunciar y defender nuestro derecho a la vida, a la integridad física y psicológica, a la libertad y la ciudadanía misma.
Se trata de una joven de 27 años al momento de ser detenida, el 9 de diciembre de 1985. Salvajemente torturada, permaneció recluida casi cuatro años a causa de un largo proceso que finalmente la sobreseyó en 1989, sin cargo alguno. Al querellarse legalmente, en vez de reconocer los hechos y disponer la reparación moral ante la injusticia y arbitrariedad cometidas, la Fiscalía Militar de Talca la condenó a 6 meses de prisión.
"Llegaron aproximadamente 30 efectivos de civil a mi domicilio alrededor de las dos de la madrugada, preguntaron por uno de mis hermanos, quien en ese momento no se encontraba. Volvieron en dos ocasiones más, pero en la última indicaron que me vistiera porque estaba detenida.
Vendaron mi vista y me subieron a un vehículo, el que dio varias vueltas hasta llegar al destino pasadas las cuatro de la mañana (llevaban radio encendida), en la localidad de Colbún. Me percaté del lugar por el recorrido del vehículo.
Al llegar me quitaron la venda y colocaron una capucha sobre mi cabeza. Ordenaron que me acostara en una camilla totalmente desnuda y a cada uno de los lados dos perros doberman, que durante los tres días que permanecí ahí no se movieron; además amarraron una de mis manos a la camilla.
En ese momento comenzaron todo tipo de golpes en el cuerpo y preguntas sobre el paradero de mi hermano. Los perros también hicieron su parte lamiéndome todo mi cuerpo mientras seguían preguntando. Debido a todo esto sufrí un desmayo y llamaron un médico, el que aconsejó que pararan las torturas y me dio algún remedio. Ellos dejaron pasar un rato para luego volver a comenzar.
A los tres días regresamos a Talca y a la entrada de la ciudad me quitaron la capucha y me colocaron lentes. Me dejaron darme una ducha y fueron a mi casa por ropa. Posteriormente fui entregada en manos de la Dicomcar (6) y de la Fiscalía Militar; ésta última me incomunicó por 11 días y fui pasada al centro carcelario femenino de Talca. Después fui trasladada a Curicó, para volver definitivamente a la cárcel de Talca.
El proceso después de 3 años y 5 meses arrojó mi sobreseimiento en la causa. Con estos antecedentes la abogada Marta de la Fuente presentó una querella por mi detención y torturas. La Fiscalía Militar, frente a este hecho, reabrió el proceso y me condenó a seis meses.
Después que salí de la cárcel siempre estoy bajo un miedo constante, no soporto los ruidos fuertes, gente que corra tras de mí o simplemente que se golpee la puerta incesantemente. Siento que esas y otras muchas cosas no lograré superar jamás".
La inermidad e indefensión total y permanentes no sólo sobrepasan el dolor y el miedo por la crueldad vivida sino que, al unirse con la impotencia personal y social y la omnipotencia del poder militar, anulan la rabia que es el único sentimiento movilizador que fortalece el deseo de seguir viviendo y de creer en los otros.
Finalmente, concluiremos el análisis y exposición de testimonios sobre la tortura y sus consecuencias individuales, familiares y sociales, con el relato específico que nos hizo Solidia Leiva, esposa de Rolando Tapia Concha, destacado dirigente campesino de Linares, actualmente desaparecido, sobre la detención de tres de sus cuatro hijos en 1989 y la reclusión durante casi dos años de uno de ellos.
Con Solidia hemos compartido durante siete años las actividades conjuntas de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (de la cual es fundadora y activa luchadora) y CODEPU, en tomo al esclarecimiento de la verdad y obtención de justicia. Dolores, penas, frustraciones, desilusiones e impotencia, pero también alegrías y esperanzas, junto a una profunda amistad hemos vivido durante este período, al igual que con todos los familiares, adultos y niños, que nos entregaron su confianza y cariño sin restricción alguna.
En el año 1989 fueron detenidos 3 de los cuatro hijos de Solidia por un número no determinado de civiles y varios efectivos de la Policía de Investigaciones. Dos hijos permanecieron detenidos durante 24 horas, quedando el tercero en calidad de reo acusado de infracción a la Ley de control de armas y explosivos. Después de permanecer 8 días incomunicado y sometido a apremios ilegítimos, fue trasladado a la cárcel de Linares.
Solidia realizó todo tipo de diligencias, consiguiendo la libertad de 2 de sus hijos. Pese a la presión y nerviosismo propios de la situación, se produjo una solidaridad nunca antes vista en la ciudad de Linares desde que se produjo el golpe militar; es preciso recordar que la represión en esta ciudad fue intensa y permanente con la presencia del Regimiento de Artillería, al extremo que, en casos de detenciones, nadie ni nada apoyaba, excepto la Vicaría de la Solidaridad. La situación se había revertido, tal vez por el plebiscito de octubre de 1988: la gente logró superar el miedo y comenzó a salir a la calle, a hablar del tema de los presos políticos, de los detenidos desaparecidos, de derechos humanos... Por ello, la detención de este hijo fue tomada como una bandera de lucha por parte de la gente, eran decenas los que acompañaron a la madre en todo lo que podían, como por ejemplo amanecerse fuera del cuartel de la Policía de Investigaciones durante el tiempo que permaneció ahí, hacer manifestaciones de repudio a la detención.
El joven permaneció detenido casi dos años en la cárcel de Linares. Tras su liberación, se encontraba bastante desorientado e incapaz de insertarse en la sociedad. Sólo a fines de 1995 logra superar paulatinamente sus conflictos internos, consiguiendo un trabajo y actualmente está luchando por reinsertarse en el medio social y cultural.
Del relato de Solidia queda claro que la movilización y apoyo dado por la comunidad de Linares no sólo obedeció a las nuevas expectativas que surgieron con el triunfo del plebiscito de 1988, sino también por la incansable y perseverante lucha de los familiares (marginados y violentados durante la dictadura) por el reconocimiento de la verdad histórica y la necesidad de aplicar justicia. Ello constituye tanto una medida reivindicativa como una forma ejemplarizadora para garantizar el "nunca más".
3. Consecuencias directas de la tortura y la prisión política.
Mucho se ha escrito sobre este tema (7), por lo que en esta oportunidad sólo precisaremos sintéticamente los ejes centrales en que se manifiestan las consecuencias de la tortura y la reclusión a nivel individual, familiar y social.
Sobre los afectados directos, la tortura y reclusión tienen las características de una ruptura existencial traumática que determina un quiebre abrupto de la biografía y los proyectos vitales. Bruscamente la persona se ve enfrentada a la inminencia de la muerte, a la pérdida de su integridad como persona, a la desorganización de la vida personal y familiar, a menudo en condiciones de total desprotección y permanente incertidumbre e inestabilidad.
Los efectos de la tortura están ligados al carácter desestructurador de la crisis vital en todos los ámbitos y a las múltiples pérdidas significativas que se le asocian; a menudo ello involucra no sólo pérdidas afectivas, sino un cambio de estilo de vida, trabajo y grupo de pertenencia, todo lo cual implica intensos niveles de sufrimiento.
Esta situación corresponde a lo que Bettelheim ha definido como una situación límite: "nos encontramos en una situación límite cuando de pronto nos vemos lanzados a una serie de condiciones donde nuestros mecanismos de adaptación y valores ya no sirven y cuando algunos de ellos incluso pueden poner en peligro la vida que se les había encomendado proteger". (8)
La negación social de la tortura, unida a la desconfianza que impregna las relaciones sociales, determina que las personas vivan la experiencia en el ámbito de lo privado. Esto implica no sólo vivenciarlo en el aislamiento, sino asociarlo a sentimientos de culpa, como una responsabilidad personal, en que la violencia se sitúa desde la interioridad y no ejercida voluntaria y planificadamente por el Estado. Ello lleva habitualmente a dinámicas autodestructivas individuales y/o familiares.
El proceso de marginalización, estigmatización y descenso social asociado al hecho represivo determina las constantes dificultades para reorganizar la vida. La incertidumbre y la inestabilidad son habitualmente fuente de repercusiones a nivel de la autoestima y de la cronificación del daño.
Notas:
1. Detenido desaparecido desde los cuarteles de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA).
2. Detenido desaparecido, sobre quien trabajamos en conjunto con su familia.
3. Alejandro Mella, detenido desaparecido, sobre quien trabajamos en conjunto con su familia.
4. Desconocemos a quién se refiere.
5. Central Nacional de Informaciones
6. Dirección de Comunicaciones de Carabineros.
7. Ver bibliografía en pág. 271
8. Bettelheim, Bruno. "Sobrevivir". Ed. Grijalbo, Barcelona, 1981.