Labradores de la Esperanza
Metodología del trabajo psicológico y social

1. Introducción.*

Cuando nos planteamos realizar una actividad jurídica con los familiares de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos de la VII Región, disponíamos de ciertos hechos y evidencias importantes de considerar desde el punto de vista de la salud mental ligada a la violación del derecho a la vida. Por una parte, las familias durante más de 17 años:

• Sufrieron las consecuencias propias del trauma de la desaparición o ejecución, con los consiguientes procesos de reestructuración interna ante el dolor y la pérdida, así como la creación de mecanismos defensivos ante la agresión externa.

• Vivían un duelo crónico que necesariamente se fue encapsulando por la imposibilidad de tener una certeza de la muerte, reforzado por el ocultamiento de la verdad y la tergiversación de los hechos de parte de los responsables de las violaciones de derechos humanos.

• Habían sido objeto de una perversa estigmatización dirigida por los agentes del Estado con el fin de atribuir la responsabilidad de lo sucedido a la familia, por ende, la culpa, y desligarse de la propia; impedir gestos de solidaridad naturales de la comunidad al negar el trauma y el daño, así como deslegitimar las diversas acciones de búsqueda de la verdad y justicia emprendidas por los familiares afectados.

Por otra parte, y simultáneamente:

• Se había acentuado la marginación geográfica y social propia de su condición campesina, al aislarlos como sujetos de derecho.

• A la injusticia social inherente al modelo de explotación capitalista

se suma la impunidad absoluta para los responsables de los crímenes de la dictadura, que se mantiene durante la transición por una activa voluntad de parte de los gobiernos de Aylwin y Frei.

Por todo ello, desde un comienzo tuvimos presente que al iniciar la intervención jurídica con los familiares se desencadenaría una reactivación de la vivencia traumática y aflorarían contradicciones entre sus miembros respecto a la factibilidad de obtención de justicia y a la conveniencia de reabrir heridas del pasado.

Nos planteamos, pues, dos objetivos generales:

1. Realizar un acompañamiento psicológico de carácter sistémico a las familias que iniciaban un proceso jurídico, sin dejar de tomar en cuenta su propia realidad (atentos, permanentemente, a la posibilidad de nuevas descompensaciones psicológicas dado que en el curso de nuestro quehacer habíamos comprobado que sucesos exteriores, relacionados directa o indirectamente con el trauma, actuaban como nuevos detonadores de crisis globales).

2. Profundizar en el conocimiento de los mecanismos desestabilizadores que la impunidad produce, a fin de denunciar desde una perspectiva médica, psicológica y social, el profundo trauma humano que estaba produciendo el propio comportamiento por parte del Estado de negar y ocultar la verdad y de no otorgar justicia.

En este capítulo mostraremos cómo se realizó este trabajo conjunto y analizaremos desde una perspectiva psicoterapéutica y social el significado de este acompañamiento a la actividad jurídica, intentando en alguna medida reparar el daño.

Relataremos a grandes rasgos la forma en que realizamos el trabajo con las familias, en una intervención de carácter multi disciplinario, en el curso de la cual cada miembro del colectivo abordó el quehacer desde su esfera específica.

Finalmente, describiremos las Jornadas Multi disciplinarias que realizamos durante estos cinco años con los familiares de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos de la Región, desde la perspectiva de la salud mental y los derechos humanos.

2. Acompañamiento durante la Intervención Jurídica.

En el área jurídica, como ya se señalara, realizamos la preparación individual y familiar para constituirse en sujetos activos en el esclarecimiento de la verdad y en la obtención de justicia; les apoyamos jurídica y psicológicamente para asistir a tribunales a presentar la querella y enfrentar careos con los responsables identificados. Este acompañamiento se realizó en todas las actividades ligadas a los procesos jurídicos en curso o por iniciar.

Como preveíamos y confirmaríamos en el camino, la intervención jurídica inevitablemente provocó sentimientos ambivalentes y una desestabilización psicológica individual y familiar, ya que:

• Hizo revivenciar lo traumático, emergiendo sentimientos fuertemente reprimidos, reactivando múltiples e inacabables interpretaciones terroríficas de los hechos y reabriendo su duelo.

• Generó conflictos intra familiares al desestabilizar los mecanismos y adaptaciones existentes: puso en juego alianzas y vínculos, al haber desacuerdo sobre el hacerse parte o no de este proceso de esclarecimiento de la verdad y obtención de la justicia.

• Reactivó los mecanismos del miedo acumulado.

• Expuso a nuevas frustraciones, ante una esperanza con escasas posibilidades de hacerse realidad.

Sin embargo, a pesar de lo doloroso que pudo ser, este proceso de verdad jurídica permitió a los familiares acercarse aún más al conocimiento de los hechos y aunque los responsables no fueron juzgados e incluso fueron amnistiados, tuvieron la oportunidad de conocerlos e incluso muchos pudieron carearse con ellos.

De este modo, el acompañamiento terapéutico y social durante la intervención jurídica a familiares de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos realizado por un equipo multi disciplinario, por encima de las graves e insuperables limitaciones ya señaladas, permitió alcanzar algunos logros, tanto a nivel individual y familiar como social, que analizaremos en el Capítulo VII (Caracterización de las familias y su evolución en relación al trauma y la impunidad).

3. Trabajo psicológico y social con las familias. *

Con el afán de realizar un trabajo riguroso que nos permitiera tener una visión evolutiva, sobre las fichas anteriores de Verdad y Justicia introdujimos una guía en la cual consignamos datos relevantes y que llamamos "protocolo de impunidad". En él registramos el máximo de antecedentes sobre la historia de las familias, antes, durante y después del golpe de Estado y hasta el momento en que las encontramos por primera vez. Los antecedentes abarcaban aspectos sociales, económicos, culturales, laborales, político-ideológicos, así como también las características relaciónales, los antecedentes médico-psiquiátricos, y los parámetros ético-valóricos que habían tenido en el transcurso de su vida.

Nos acercamos a las familias visitando sus casas, presentándonos, en caso que no las hubiéramos conocido previamente, como trabajadores de un organismo de derechos humanos conocedores a grandes rasgos del hecho represivo que los había afectado y, luego de crear un vínculo de mayor confianza, ofreciéndoles nuestra cooperación en su búsqueda de verdad y justicia.

La decisión respecto de qué persona del equipo era la más indicada para realizar el primer contacto fue muy importante; de este primer encuentro dependería fuertemente la relación posterior. Aquí no importa tanto su profesión, sino su capacidad para vincularse afectivamente en forma sencilla y fácil y dar sensación de seguridad y confianza. Si existía un conocimiento previo de la familia, la persona que estableció aquel vínculo acompañaba a la que iniciaría este nuevo acercamiento.

El encuentro inicial se realizó en sus casas, en el "living" o en la cocina; las familias campesinas del sur de Chile comparten en la cocina la mayor parte del día: lugar cálido, en que no se interrumpe el trabajo de la dueña de casa, se conversa y se da la vida familiar en forma más natural. Esta forma de acercamiento nos facilitó enormemente el contacto afectivo con ellas. Además de poder conocerlos en su lugar habitual, percibimos su realidad socioeconómica, observamos la dinámica intra familiar en la vida cotidiana y en los aspectos específicos relacionados con su experiencia represiva.

En la mayoría de los casos participaron en la entrevista inicial casi todos los miembros de la familia que allí se encontraban; intentamos involucrarlos a todos, y en general ellos encontraron un espacio en el cual escuchar al otro y hablar sobre un tema que muchas veces habían evitado compartir.

Desde la primera visita pudimos constatar la importancia que tenía el reconocimiento de su realidad y la prontitud con que establecían con nosotros lazos afectivos. Evidentemente, ellos nos obligaba a hacer más riguroso el trabajo, ya sea cumpliendo con las visitas anunciadas y realizarlas en forma periódica, cuidándonos de ofrecer soluciones o crear inciertas esperanzas ante las naturales expectativas que surgían.

Desde el punto de vista psicológico y terapéutico se intervino dando contención al desborde emocional que se produjo al enfrentar la verdad jurídica, la que desencadenó toda la sintomatología de un duelo crónico encapsulado. En algunos casos hubo que realizar terapias individuales o familiares cuando se manifestaban trastornos que así lo requerían. En otras ocasiones, se efectuaron sesiones grupales donde se realizaron dinámicas facilitadoras de un contacto afectivo intra e interfamiliar.

Un aspecto central en el acompañamiento y apoyo a las familias fue el trabajo en el área social: orientar hacia la reinserción en los espacios naturales de la sociedad, a fin de romper con la marginalidad y estigmatización. Al comprobar las enormes carencias económicas, los apoyamos en la conformación de grupos locales de autogestión productiva, y permanentemente se les orientó para resolver problemas de vivienda, salud, educación, previsión social, acompañándolos inicialmente en algunos trámites y capacitándolos para que posteriormente pudieran realizarlos de manera autónoma.

Simultáneamente, se desarrolló un trabajo en el área de Educación en Derechos Humanos. A grandes rasgos, a través de él se intentó que los familiares lograran una comprensión más amplia y totalizadora de lo sucedido en Chile, del daño provocado por la dictadura, del por qué sus familiares fueron muertos o hechos desaparecer, con el fin de que comprendieran el contexto global del país del cual ellos formaban parte, y aliviar así la culpa y la estigmatización.

4. Jornadas multi disciplinarias.

La constatación de una impunidad cada vez más profunda era evidente. Los responsables permanecen ocultos o amnistiados, los procesos son traspasados a los tribunales militares, impera un discurso que estigmatiza cada vez más a los familiares y a los organismos de derechos humanos; la recuperación por parte de sectores de derecha y de las Fuerzas Armadas de un espacio público en el cual ellos actúan soberanamente, todo ello va produciendo, tanto en los familiares como en nosotros, un sentimiento de impotencia y frustración.

Estábamos desconcertados, aislados, con las expectativas frustradas. Pensábamos que el nuevo gobierno iba a cumplir en alguna medida su programa, especialmente en el ámbito de la justicia.

A su vez, nuestro colectivo de trabajo estaba inquieto y agobiado por la negación de justicia que estaba ocurriendo en todo el país y específicamente en los casos que llevábamos.

Por otra parte, cada día llegaban más personas a nuestra institución buscando algún tipo de orientación, solicitando ayuda o información sobre problemas que no tenían acogida en los servicios públicos. La necesidad de darles respuestas nos limitaba cada vez más el tiempo que disponíamos para las visitas a los familiares de detenidos desaparecidos y ejecutados, cuyas casas se encontraban muy distantes de nuestra institución, creándose en nosotros sentimientos de insuficiencia al no ser capaces de dar cumplimiento a todos los requerimientos.

Además, la demanda de atención médico-psiquiátrica aumentaba día a día, sea de familiares o de personas que presentaban graves y crónicas secuelas de tortura, gatilladas intermitentemente por las distintas maniobras tendientes a cerrar el "capítulo" de los derechos humanos que ha vivido el país durante la transición.

Paulatinamente, la propia frustración de los miembros del equipo ante la realidad impuesta por los militares y aceptada por el gobierno de transición empezó a aflorar en cada uno de nosotros con mayores o menores niveles de ansiedad, de negación o de necesidad, de omnipotencia, para ocultar en el fondo la desesperanza, la rabia y la culpabilidad.

La desmoralización y el decaimiento, la sensación de ser sobrepasados por la realidad, la cual era imposible de modificar desde el solo campo de una práctica de trabajadores de derechos humanos, nos hizo cuestionar los objetivos, estrategias de trabajo y nuestros propios deseos de cambio.

Surgió en el colectivo la necesidad de compartir lo personal, de intercambiar los sentimientos vividos aisladamente con los familiares. Percibíamos que estábamos viviendo el mismo proceso de frustración que ellos nos comunicaban, y que a la sintomatología de la agresión del crimen se agregaba ahora aquella derivada de la impunidad. Era una doble agresión con un costo humano profundo, difícil o imposible de reparar.

Ante estas realidades, la de ellos, la de nosotros (que en alguna forma también habíamos sufrido diecisiete años de dictadura) y la del país (que paulatinamente sin elaborar el trauma, sin asumir y socializar la realidad y sin superar completamente el miedo vivido, iba progresivamente encerrándose en un quehacer más individualista) empezamos a reflexionar sobre nuevas formas de trabajo, de acercamiento a las familias, de intercambio entre nosotros mismos y entre ellos y nosotros.

La idea de realizar jornadas entre todos ellos y todos nosotros, en un mismo espacio, en un tiempo dado y previamente diseñado, se fue configurando.

Las jornadas fueron discutidas por el equipo en su conjunto y, para cada una de ellas se plantearon objetivos específicos, permitiendo un mayor conocimiento entre los familiares, espacios de convivencia y, principalmente, de orientación y de información jurídica.

En estos encuentros se profundizó el marco jurídico en el cual se iban a desarrollar sus procesos, la ley de amnistía, la posible prescripción de los casos, la justicia militar. Además, conjuntamente con los familiares analizamos procesos jurídicos de carácter nacional que estaban ocurriendo en el país.

Se discutieron proyectos de ley referidos al tema de los derechos humanos que el gobierno de transición había enviado al Parlamento y sobre los avances y retrocesos del proceso de "verdad y justicia" desarrollado en el país.

Estas jornadas también nos permitieron educar acerca de cómo era el proceso judicial, sus características y principales etapas, los posibles recursos a presentar. Explicamos detalladamente diversos términos y conceptos jurídicos que facilitaran la comprensión del desarrollo de los mismos.

De este modo, el familiar se incorporó como protagonista en el proceso jurídico, colaborador de la investigación y la labor judicial, perdiendo paulatinamente el temor, adquiriendo seguridad y confianza, constituyéndose así en sujeto de derecho.

Posibilitó también estos encuentros la expresión de sentimientos y estados de ánimo que el proceso jurídico iba produciendo. Nos permitió transformarnos en acompañantes y amigos críticos, donde muchas veces aumentaba la desesperanza, el desconcierto y la desconfianza en la justicia.

Surgieron contenidos intensamente impregnados no sólo de dolor, sino de destrucción y desgarramiento. Lo siniestro, con su carga de violencia y de caos, estaba instalado en el recuerdo y en la imaginación. La realidad vivida era aún más insondable que la muerte. Surgían escenas de despojo, de miseria, de carencia absoluta, de abandono. La propia existencia convivía con el deseo del fin al enfrentarse al no sentido.

Estas dramáticas vivencias y remembranzas, algunas de las cuales habían podido ser elaboradas en el curso de terapias individuales y grupales, se habían reactivado con el proceso de impunidad y estaban ahí, impregnando todo el ambiente de la sala.

La evaluación de la primera jornada nos enfrentó además a la presencia vivida del dolor y el desgarramiento que el tiempo no había logrado disminuir y que, al contrario, la impunidad había ahondado gravemente. En estas personas, que además vivían el despojo y la carencia, se había concretizado la realidad de la integralidad de los derechos humanos.

Fue así como en las siguientes jornadas se dio menor relevancia a temas teóricos y se ampliaron los espacios de esparcimiento y recreación con el fin de compartir, intercambiar, buscar otras facetas de las personas, acoger sentimientos y emociones en un encuentro real, sin tiempo limitado, en el cual introdujimos más elementos de juegos, de bromas, de recreación.

5. Reflexiones generales sobre las jornadas.

A través de los contenidos de estas jornadas pudimos percibir y constatar una vez más las dramáticas consecuencias de los crímenes, las innumerables y profundas alteraciones producidas por un proceso de impunidad, no sólo en las personas sino en toda la sociedad; la persistencia constante e imperecedera de la anomia social, provocada por la carencia y el despojo, producto de la violación histórica de los derechos sociales, culturales y económicos a que han sido sometidos los sectores más desposeídos, y que en este caso además fueron las principales víctimas, especialmente en sectores rurales, de los crímenes de la dictadura.

Más allá de la ineludible necesidad de realizar este trabajo directa e íntimamente con las personas afectadas, son los propios miembros de los equipos los que deben trabajar sobre sí mismos, a fin de enfrentar una negación, una derrota, que no nace de su quehacer en período de transición, sino de la voluntad política del gobierno, de los acuerdos, de las presiones y, en último término, de la imposibilidad de eliminar los infinitos enclaves derivados del autoritarismo.

Los sentimientos de marginación, frustración, culpa, unidos a impotencia, aislamiento, tristeza, desesperanza e incluso reactivación de antiguas sintomatologías que ahora por la impunidad se tornan más complejas, se originan en las decisiones o debilidades del poder, y siguen irremediablemente el curso de las expectativas y esperanzas o de los fracasos y humillaciones que el mismo comportamiento político va creando y recreando.

A pesar de esta realidad, las jornadas permitieron el desarrollo de la confianza mutua, el redescubrimiento de los rasgos de humanidad que no pudieron ni pueden destruir, la riqueza de la inter subjetividad, la capacidad de creer aún en el otro, de desarrollar nuevas potencialidades de la personalidad, que la violencia del crimen o de la negación no logró interrumpir.

Estos grupos no son uniformes, pues no todas las personas tienen igual nivel de relación con el tema. En período de transición hubo muchas personas que se acercaron, comunicaron y conocieron por primera vez, al tiempo que hubo otras que desde antes integraban las agrupaciones y participaban en múltiples actividades de denuncia e investigación. Por ello, el intercambio de experiencias, de historias entre ellos, tiene una relevancia especial.

Por último, es necesario tener en consideración que más allá de los conocimientos y explicaciones a distintos niveles que se pueden entregar en estas jornadas, el trabajador en derechos humanos debe reconocer hasta qué punto el trauma y, sobre todo la impunidad, lo afectan a él también directamente, siendo capaz de compartir y expresar su dolor y frustración.

Este comportamiento, que de ninguna manera debe abarcar los ámbitos de lo lastimoso, logra muchas veces "desprivatizar el trauma", compartirlo y a través de ello mostrar facetas de la personalidad, especialmente a nivel de la afectividad, que habían quedado suspendidas.


1 Ver el Capítulo VIII de "Crímenes e Impunidad. La experiencia del trabajo médico, psicológico, social y jurídico en la violación del Derecho a la Vida" CODEPU- DITT. Serie Verdad y Justicia, Volumen 6. Santiago de Chile, diciembre 1996.


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 30abr02
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