Muertos en Falsos Enfrentamientos
Hermanos Vergara Toledo: Reflexión teológica

El asesinato de los hermanos Vergara se dio en un contexto de especial cobardía, ensañamiento y crueldad por parte de sus victimarios. Algunos de sus instantes evocan casi inevitablemente en el ánimo del creyente otros instantes semejantes de la pasión de Jesús y del Siervo de Yavé en la profecía de Isaías.

Aquel "aspecto tan desfigurado que no parecía hombre" (Is. 52,14) lo sufrió Rafael con el brutal culatazo en su rostro cuando aún agonizaba. El considerarlos "despreciable(s) y deshecho(s) de hombre(s)" (Is. 53,3) lo cumplieron aquellos que arrastraron sus cuerpos, aún vivos, por los cabellos y los que los arrojaron como fardos en un camión policial. Las burlas de magistrados y de soldados a que fue sometido Jesús en la cruz (Lc. 23, 35-36) se repitieron en el escarnio a que sometieron por largo rato los cadáveres desnudados de Eduardo y Rafael a la expectación y al horror de decenas de personas, después de "repasarlos" con ráfagas de metralletas.

Entonces uno piensa que la identificación con Jesús que Rafael había declarado, --"soy uno con El"--, se cumplió en esa hora, en ambos 'hermanos, hasta la más dramática cabalidad.

Como la identidad que existe entre el Siervo de Yavé y Jesús, me parece descubrir una identidad de aquellos dos señores personajes bíblicos por una parte y ambos hermanos Vergara por otra.

Sabemos, en la fe, que el pueblo oprimido es continuador de la Redención de Jesús, el Siervo de Yavé. Lo sabía bien Rafael cuando decía con tanto dolor: "Jesús es crucificado en el pobre". Y entonces creo que debemos mirar la muerte de estos dos muchachos, no como un caso individual o de dos personas. Ellos forman parte de la crucifixión colectiva del pueblo, con todo su valor liberador. Rafael y Eduardo son parte y son signo de ese magno acontecimiento y de esa inmensa fuerza liberadora.

No se trata de un símbolo o de una alegoría. Se trata de una realidad espiritual encarnada en seres de carne y hueso. Se trata de la actualización en el hoy de América Latina y de Chile del testimonio martirial de la Iglesia de siempre, que redime y salva; Eduardo y Rafael son el anuncio y la verificación de que el Reino de Dios es una realidad diametralmente opuesta al reino del pecado y que quienes ostentan el poder de dominación opresora no podrán sino ejercitarlo contra quienes sólo tienen el poder de su palabra y su vida, ofrecidas por la salvación de muchos.

La aceptación por Dios de este testimonio liberador lo encontramos precisamente en su semejanza con lo que le ocurrió al Jesús Crucificado de la historia. Rafael y Eduardo, -piezas testimoniales de la crucifixión colectiva del pueblo, se convirtieron para la dictadura- lo reiteramos--, en despecho de los hombres (Is. 53,3), su apariencia no será humana precisamente porque ha sido deshumanizada (ls.52,14) han sufrido esta deshumanización y persecución por asumir la liberación de los demás (Is. 53, 5-6); la fuerza opresora los juzgó como la expresión más cabal de lo que se debe evitar y .aun condenar, --"con los rebeldes fue(ron) contado(s)" (Is. 53,8 y 12)--; cayeron víctimas de "fariseos y herodianos que se confabularon contra el(los) para ver cómo eliminarlo(s)"(Mc.3,6).

Precisamente por esto, el pueblo de los pobres por quien lo dieron todo y la juventud más conciente de la patria, los ha levantado como estandarte de liberación y proclaman obstinadamente, -porque así lo saben y lo sienten--, que ¡VIVEN! ¿Cómo no escuchar, también en ésto, la resonancia de la voz del profeta: "por las fatigas de su alma, verá(n) luz verá(n) descendencia, Yavé alargará sus días" (Is. 53, 10-11)

El sin sentido de la trágica noche del 29 de marzo, ha cobrado un tremendo sentido. Rafael y Eduardo, en esa fecha entraron en la Historia y abrieron la puerta ancha por la que Manuel Guerrero, Santiago Nattino y José M. Parada, --precisamente al día siguiente, tras de ellos--, y luego el pueblo de los pobres crucificado colectivamente en estos años, irrumpieron en la conciencia de las masas como la esperanza y la fuerza incontenible de la Resurrección.

Roberto Bolton G., sacerdote.
Febr. 1986


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 18mar02
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