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08feb14
Los cristianos de Siria huyen de Al Qaida
Ferial Hanoun acude a la oficina del padre Gabriel, en el barrio cristiano de Bab Touma de la ciudad vieja de Damasco, en busca de ayuda. El jueves pasado unos encapuchados llamaron a la puerta de su casa en Qatana, a las afueras de la capital siria, y pidieron a su hermano Moutaz que les acompañara. En un primer momento pensaron que los encapuchados eran de algún cuerpo de seguridad, pero pronto se percataron de que se trataba de un secuestro por parte de uno de los grupos armados de la oposición que controlan la aldea vecina y tienen a la minoría cristiana en el punto de mira.
«No sabemos nada, no se han puesto en contacto con nosotros», comenta desesperada Ferial, que pide al sacerdote que trate de mediar con los secuestradores, un trabajo cada vez más habitual entre los religiosos de un país en el que casi medio millón de cristianos vive como desplazado en el interior o ha emigrado al extranjero, según datos facilitados por el patriarcado greco-melquita de Antioquía, Alejandría y Jerusalén encabezado por Gregorio III Lahan.
Los cristianos en Siria (ortodoxos, siríacos, maronitas, católicos de rito armenio…) representan el diez por ciento de la población. La jerarquía de sus iglesias ha intentado mantenerse neutral en un conflicto que les ha golpeado de forma directa, especialmente tras la irrupción de los grupos extremistas vinculados a Al Qaida como el Frente Al Nusra o el Estado Islámico de Irak y Levante (EIIL). El ejemplo de Irak está muy fresco en las mentes de una comunidad que ha visto como en el país vecino apenas quedan 400.000 del más de millón y medio de fieles que había hasta la caída de Sadám Husein en 2003.
Exterminio
«La gente tiene que huir de las zonas que dominan los grupos rebeldes porque se enfrenta al exterminio sectario. O vienen a lugares que controla el régimen o se van al extranjero, no hay otra opción. En provincias como Idlib el puñado de cristianos que resiste reza como en los primeros años del cristianismo, a escondidas y sin símbolos de ningún tipo, en Raqqa las iglesias se han reconvertido en centros de mando del EIIL y en Deir Ezzor han sido directamente saqueadas y destruidas», denuncia el padre Gabriel en un resumen de la trágica situación padecida por la comunidad cristiana en el norte del país.
En estos casi tres años de guerra, seis religiosos han sido asesinados y diecisiete permanecen secuestrados, entre ellos el obispo metropolitano de Alepo y Alejandría, Bulos Yaziji, y el siriaco ortodoxo de Alepo, Yuhanna Ibrahim, capturados por un grupo armado cuando viajaban en coche cerca de la frontera con Turquía a comienzos del año pasado.
Monjas secuestradas
También se incluye en los secuestrados a las trece monjas del convento de Santa Tecla de Malula. En el caso de los obispos no hay información de ningún tipo, pero las religiosas sí parece que están vivas y, para su puesta en libertad, los captores exigen la liberación de mil prisioneras de las cárceles del régimen, el levantamiento de los cercos del Ejército sobre los bastiones opositores y un comunicado público por parte de la jerarquía eclesiástica en el que se pronuncien de forma oficial contra el actual Gobierno de Siria.
Las parroquias y conventos de Damasco se han convertido en improvisados lugares de acogida para los fieles que llegan desde las zonas en conflicto. La última gran oleada de desplazados se produjo en septiembre, tras el asalto de la ciudad de Malula por parte de grupos armados de la oposición. Cuna del arameo y lugar emblemático para la comunidad cristiana situado en las montañas a apenas cincuenta kilómetros de la capital, Malula es hoy una aldea fantasma. «No sabemos cuándo podremos volver porque los opositores tienen el control», señala Tanios Saniz, agricultor que tuvo que huir con lo puesto cuando estallaron los combates y que sueña con regresar a sus tierras para cuidar de los frutales.
Tanios vive ahora en casa de unos familiares en Bab Touma y pertenece a la generación más veterana, que no tiene intención de abandonar el país. «No van a poder con nosotros. Volveremos a Malula», repite en presencia de George Salhub, panadero y también oriundo de la aldea donde se conserva la lengua que habló Jesús.
«Demasiado tarde»
Los que no tienen familiares recurren a conventos como el de San Pablo, en el barrio de Tabale próximo a la ciudad vieja, donde se alquilan habitaciones familiares por 1.200 libras (seis euros al cambio) al día, o 15.000 libras (75 euros) para los inquilinos de larga duración. «Salí de mi casa el día 3 de marzo de 2012 para diez días y no he podido volver», comenta Nibal, profesora de la parte vieja de Homs que reside en el convento desde entonces y vive con ilusión la apertura de un corredor humanitario para la salida de civiles de su barrio natal, aunque piensa que, a estas alturas de la guerra, ya «es demasiado tarde».
Nibal y su familia salieron de Homs debido a los choques entre Ejército y grupos armados de la oposición, aunque cuando escaparon Al Qaida aún no había irrumpido en la guerra. Ella quiere permanecer en Siria y regresar a Homs, todo lo contrario que Samuun, estudiante de quince años que llegó el jueves al convento huyendo de Hasake, al norte del país, y cuenta los días para coger el avión que le lleve a Suiza, donde desea emprender una nueva vida. «En mi aldea ya queda menos de la mitad de la comunidad, hemos malvendido la casa y emigramos por miedo a que el Frente Al Nusra irrumpa en cualquier momento», apunta el joven con la tristeza de quien sabe que está a punto de comenzar un viaje sin billete de vuelta.
[Fuente: Por Mikel Ayestaran, Damasco, ABC, Madrid, 08feb14]
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