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28dic13
Un ataque que confirma el riesgo de una peligrosa escalada
La poderosa bomba que explotó ayer en Beirut no sólo dejó un saldo de sangre y muertos. Su detonación también pulverizó la ilusoria sensación de tranquilidad que reinaba en el corazón de la capital libanesa desde que fue reconstruida hace escasos siete años. Y, sobre todo, aumentó el sentimiento de inestabilidad de ese país, profundamente dividido a causa de la guerra de la vecina Siria.
El Líbano, sin gobierno durante meses debido al enfrentamiento político que protagonizan partidarios y opositores al gobierno sirio de Bashar Al-Assad, se sumerge en la crisis. El atentado de ayer confirma los riesgos de una peligrosa escalada.
Varios coches bomba estallaron recientemente en los suburbios del Sur, donde las milicias prosirias de Hezbollah cuentan con numerosos simpatizantes. Esos grupos acusan a los rebeldes sirios o a sus aliados libaneses de ser autores de los ataques.
La principal víctima del atentado de ayer, Mohammed Chatah -ex ministro de Finanzas y ex embajador en los Estados Unidos-, era un miembro prominente del Movimiento del Futuro, principal partido sunnita, firmemente opuesto al régimen de Damasco. Su líder es Saad Hariri, hijo del ex primer ministro Rafik Hariri, cuyo asesinato en un atentado similar al de ayer, en 2005, desencadenó las multitudinarias protestas que terminaron con 29 años de presencia militar siria en el Líbano.
Saad Hariri dio a conocer ayer una declaración que sugiere la culpabilidad de Hezbollah, el partido más poderoso del Líbano. Ese movimiento replicó con una declaración que calificó el atentado de "crimen odioso" y en el que exigió una amplia investigación. Para el partido prosirio, el objetivo de esta serie de atentados es "sabotear el país y atacar la unidad nacional", actos que sólo benefician "a los enemigos del Líbano".
"Esa pista es demasiado evidente. Hezbollah no practica en general una violencia indiscriminada. Siempre calcula fríamente", estimó el politólogo libanés Joseph Bahout. A su juicio, el movimiento chiita no tiene interés en provocar un conflicto abierto con las facciones radicales sunnitas, en momentos en que está comprometido en un combate vital junto a Damasco.
Es verdad que los líderes de Hezbollah han hecho esfuerzos para evitar que la violencia siria se traslade al Líbano. Hassan Nasrallah, su jefe supremo, suele afirmar que si los libaneses quieren resolver sus diferencias mediante la violencia, deben hacerlo en Siria, donde militantes sunnitas se unieron a los rebeldes y Hezbollah envió combatientes chiitas para ayudar al régimen.
En ese magma incandescente en que se ha transformado Medio Oriente, la guerra en Siria puede ser considerada en este momento la gran divisoria de aguas. Tal vez incluso más que la cuestión palestina.
Cuando Hezbollah alude a "los enemigos del Líbano", no sólo se refiere al Movimiento del Futuro, a quien acusa de enviar armas a los insurgentes sirios. También apunta un dedo acusador hacia Arabia Saudita, uno de los principales apoyos de los rebeldes que se oponen a Al-Assad.
Otras hipótesis sugieren la implicación de otros actores regionales y facciones extremas que podrían tener interés en reavivar tensiones comunitarias y ampliar el espectro de la guerra en Siria, para desestabilizar aun más al Líbano. Además de Arabia Saudita, esas fuentes evocan tanto a Siria y a Qatar como a las corrientes jihadistas.
Los sunnitas libaneses acusan, por su parte, a Hezbollah de alimentar la violencia en el país a través de sus combatientes. El partido persiste, en efecto, en mantener una poderosa milicia que -según sus líderes- es necesaria para frenar a Israel. Para sus críticos, en cambio, sirve para imponer su voluntad en el país.
A la parálisis política y económica (0% de crecimiento en 2013), se agrega la crisis humanitaria provocada por el flujo incesante de refugiados que llegan de Siria.
Según el Alto Comisariado para los Refugiados de las Naciones Unidas (Acnur), la cifra es superior al millón de personas. En un país de apenas cuatro millones de habitantes, unas 800 familias pasan la frontera cada semana sólo en el valle de la Bekaa.
[Fuente: Por Luisa Corrandini, París, La Nación, Bs As, 28dic13]
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