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21dic13
El bloqueo de hidrocarburos en Cirenaica provoca pérdidas por mas de 7 mil millones de dólares
Libia, donde la gasolina es, literalmente, más barata que el agua, está pagando caro el caos que se ha instalado en el país dos años después de la caída del caudillo Muamar el Gadafi. No es retórica, las cifras no engañan: a principios de diciembre, el Gobierno anunciaba pérdidas de entre 7.000 y 8.000 millones de dólares (alrededor de 5.000 millones de euros) debidas al bloqueo del suministro de hidrocarburos que ha reducido la producción a 250.000 barriles al día, frente a los 1,4 millones en julio de este mismo año, según reconoce el Ministerio de Petróleo.
Paradójicamente, los responsables del secuestro son los mismos milicianos que hasta su renuncia formaban la Guardia de Instalaciones Petrolíferas (GIP), una brigada que agrupa ahora a excombatientes y líderes tribales con aspiraciones federalistas en la región oriental de Cirenaica (Barqa, en árabe), que produce en torno al 65% de los hidrocarburos.
En Trípoli, cinco meses de bloqueo ya han empezado a hacer mella. A finales de noviembre el Gobierno admitió que había empezado a utilizar las reservas para poder atender las demandas de combustible de la población. No ha sido suficiente. Las gasolineras de la ciudad llevan semanas funcionando de forma intermitente por falta de suministro y, en Libia, prácticamente nadie sabe moverse sin un coche.
Las colas kilométricas en las estaciones de servicio en Trípoli y en las localidades de los alrededores dan fe del apuro. "Hemos tenido suerte", dice a El Confidencial Tareq Zayat, sentado en el asiento del copiloto del todoterreno de su amigo Mohammed, "no hay prácticamente cola". Por el parabrisas se cuentan las luces de al menos otra docena de vehículos en línea desde los surtidores. "Esto son diez minutos, hemos tenido suerte", se ríe ante el escepticismo de esta corresponsal.
Ante los recientes disturbios en algunas gasolineras, el Gobierno ha desplegado patrullas militares en ciertas estaciones de servicio. El tráfico ya de por sí saturado en las carreteras que llevan a la capital se colapsa al paso de cada establecimiento, conforme decenas de automóviles abarrotan cualquier carril esperando la vez. A Tareq le suena el teléfono constantemente, sus colegas saben que está en movimiento: "No paran de llamarme para preguntar dónde hemos echado gasolina".
La peligrosa asfixia económica
"Hemos cortado Tobruk, Bengasi, Brega, Ras Lanuf, Zuetina...", enumera Abdelbasset, un antiguo opositor a Gadafi vinculado al movimiento federalista en Bengasi que se niega a dar más señas para proteger su identidad. "Esos son los puertos desde donde se vende el petróleo, pero también cerramos los lugares de donde viene: los pozos, los oleoductos que llegan a la playa, controlamos todo eso", cuenta a este diario.
Con unas pérdidas estimadas en torno a 110 millones de dólares al día, el ministro de Petróleo ya ha anunciado que, de seguir así, Libia será incapaz de ajustar un presupuesto para 2014. Sin ingresos por impuestos, las arcas públicas dependen en un 99% de las rentas derivadas del petróleo. Tanto el combustible y los alimentos, ambos subvencionados, como la masa salarial de entre un 70% y un 85% de población funcionaria, dependen del erario público. Y sin petróleo, no hay dinero.
"Obviamente es un problema mayor, pero tenemos que lidiar con el asunto con sabiduría", reconocía el primer ministro, Ali Zeidan, en una entrevista reciente. "Si no tenemos otra opción que usar la fuerza, usaremos la fuerza". Pese a las amenazas del Ejecutivo (las declaraciones de Zeidan no son más que la última entrega de una serie de advertencias que arrancó en verano), el actual statu quo impone una realidad mucho más difícil de asumir en un país donde ni el Ejército ni la Policía han logrado imponerse más allá de la capital.
Según Abdelbasset, la antigua GIP aglutina al menos 16.000 hombres cuya única misión es impedir que nadie suelte una sola gota, frente a los poco más de 3.000 soldados de las Fuerzas Especiales desplegados en Bengasi y enfrascados en la lucha contra la milicia islamista radical Ansar al-Sharia, otro de los dolores de cabeza del Ejecutivo.
Las milicias: "Controlamos todo. El Gobierno no toca los pozos"
"¿Crees que podríamos parar (la producción de) el petróleo si no tuviésemos este ejército?", se jacta el oficial federalista, que cuenta unos 500 combatientes en cada una de las 25 posiciones en las que se han estacionado por toda la región oriental. "Todo está controlado, todo está protegido y ellos (Gobierno y Parlamento) no pueden tocarlo".
De cerca, el petróleo libio no es más que un rehén en la contienda política entre Trípoli y Bengasi. Ambas ciudades protagonizan una rivalidad casi tan antigua como la excolonia italiana. Tras la caída de Gadafi, la capital de la Cirenaica vio la posibilidad de retomar los derechos que la dictadura le había quitado. Ahora, la frustración ha hecho el resto.
"La gente está enfadada y realmente siente que tiene que volver a luchar", ilustra Hoda, una joven libia que pisó su país por primera vez una semana después de estallar la revuelta en Bengasi, el 17 de febrero de 2011. "La revolución empezó aquí y fuimos la primera ciudad en ser liberada, el gobierno de transición empezó aquí, y desde entonces sentimos que se nos ha ignorado".
Nacida en Libia y criada en el exilio en California (donde ha pasado 29 de sus 31 años), Hoda llegó a Bengasi para poner en marcha "sobre el terreno" el movimiento Juventud Libia, una plataforma de activistas con sangre libia pero desperdigados por todo el globo y especialmente activa en Bengasi. Mientras intenta sacar adelante su nuevo negocio, una tienda de ropa, se ha topado de narices con ese "olvido" que denuncia. "No hay trabajo, no está pasando nada nuevo, no se está construyendo nada, ninguna infraestructura", denuncia, "(los políticos) han tenido tiempo y no han hecho mucho".
Su pareja, Sharaf, es un empleado de la National Oil Company (NOC), el gigante estatal que mantiene el monopolio en la venta y suministro de hidrocarburos. Para comenzar a trabajar, como cualquier otro ciudadano en cualquier otra parte del país, Sharaf tuvo que volar desde Bengasi a Trípoli y gestionar allí el papeleo. "Todavía, si quieres firmar un papel o necesitas un certificado para el trabajo o para la universidad, tienes que viajar, no puedes simplemente gestionarlo aquí", protesta, "este sistema no tiene sentido".
"Estábamos mejor antes de la guerra"
Este mismo año, los federalistas se han tomado la revancha. El bloqueo de las instalaciones petrolíferas pretende presionar al Gobierno de Zeidan para que acepte volver a la división territorial anterior al golpe de estado que encumbró a Gadafi en 1969, con Libia fraccionada en tres regiones (Tripolitania, al noroeste, Fezzan, al sur, y Barqa, al este) y un reparto de la riqueza derivada del petróleo de acuerdo a la Constitución de 1951 (15% a la región, 15% a la administración federal y 70% al presupuesto nacional). No es la única exigencia. Al margen de las demandas de autogobierno, los federalistas han lanzado un órdago que ha sacado los colores a la capital.
"Necesitamos saber primero dónde está el dinero", se indigna Abdelbasset, "necesitamos saber dónde va el petróleo, y, por último, necesitamos ver todos los contratos que se han firmado después del 17 de febrero antes de que levantemos un puerto o salga una sola gota de petróleo".
Esa es una de las claves de la problemática. El Gobierno libio se ha negado repetidamente a nombrar una comisión que investigue los negocios de parlamentarios o miembros del Gabinete y siga el rastro del los contratos suscritos por el Ejecutivo en el último año, donde se sospecha que las comisiones embolsadas por los responsables políticos en obras públicas y hasta en certificaciones a la banca halal (aquella donde las transacciones financieras se acogen al precepto islámico que impide, por ejemplo, cobrar intereses en los préstamos) honran lo peor de la etapa gadafista. La actual situación ha colocado a Libia en el top-ten de los países más corruptos, según el índice de Transparencia Internacional, que la relega al puesto 172 de 177 países.
"Trípoli tiene tanto miedo de perder dinero, poder, de perder todo", explica Hoda, "que rechaza aceptar la idea de un verdadero estado federal, pero si Bengasi continúa así, ¿cuál es la diferencia con respecto a lo que tenía con Gadafi? Yo ya he escuchado 'estábamos mejor antes de la guerra', para mí eso es lo último, que la gente rememore los días bajo una dictadura en comparación con los días de libertad; hay algo que está mal, muy mal".
[Fuente: Por Laura Jiménez, Bengasi, El Confidencial, Madrid, 21dic13]
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