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03jul21
EE.UU. evacua su búnker afgano
Los talibanes y los chatarreros de Bagram están de enhorabuena. Estados Unidos ha abandonado su gran base afgana de los últimos veinte años de la manera menos ceremoniosa. A la máxima discreción se ha añadido la nocturnidad, de manera que la noticia solo ha trascendido de modo oficioso cuando los últimos evacuados, el jueves por la noche, ya estaban a salvo.
La retirada del penúltimo contingente estadounidense fue confirmada ayer por el ministerio de Defensa afgano. Ahora mismo, solo 650 soldados de EE.UU. permanecen en el país, al que llegaron a finales del 2001. Casi todos ellos están concentrados en su embajada o en el aeropuerto de Kabul.
Para Estados Unidos, ahora sí, la guerra ha terminado. Otros ejércitos, como el de Alemania e Italia, han culminado su retirada de Afganistán en los últimos días. Mientras que España lo hizo a mediados de mayo.
Bagram, una ciudadela a 1.500 metros de altitud y a sesenta kilómetros al norte de Kabul, llegó a ser una pequeña ciudad estadounidense, con su avenida flanqueada de franquicias de comida rápida, sus cines y sus piscinas. Desde allí partían la mayor parte de los vuelos de castigo contra la insurgencia y allí hicieron acto de presencia, para apoyar a sus tropas, los tres presidentes estadounidenses que precedieron a Joe Biden.
No es seguro que haya una entrega formal de las instalaciones al asediado gobierno afgano. Esta nunca ha sido una relación entre iguales. Kabul señala que será hoy, pero desde Washington se insinúa que en la práctica ya se ha hecho.
Hace una semana, la visita a Washington del presidente afgano, Ashraf Ghani, trató precisamente de cerrar los flecos del repliegue. Retirada que en los próximos seis meses podría alcanzar a la propia plana mayor del gobierno instalado en Kabul. Una cleptocracia que ha prosperado con la ocupación y que en la mayoría de casos disfruta de dos pasaportes.
Para una segunda categoría, una de las embajadas más socorridas estos días para implorar un visado es la de Turquía. Es uno de los pocos países, junto al Reino Unido, que todavía mantiene presencia militar en el país, porque esta nunca fue fruto del seguidismo sino de una larga historia de intereses.
Otros muchos, con o sin visado, terminarán llegando a Turquía y de allí a Europa, como ha advertido Mario Draghi.
Washington, por su parte, corteja ahora a los ministros de Exteriores de Tayikistán y Uzbekistán, para sostener allí una presencia aérea. El ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, ha denunciado la concentración de Estado Islámico en la frontera de dichos países. Pakistán, por último, rechaza acoger una base de drones.
Aunque el 11 de septiembre termina el plazo que se ha impuesto el presidente Joe Biden para la retirada, la fecha podría adelantarse, “aunque no es inminente”, dijo ayer.
Turquía se ha ofrecido a mantener sus quinientos soldados en el aeropuerto de Kabul si recibe apoyo financiero, logístico y político. La OTAN lo estudia, pero los talibanes –que no paran de ganar terreno y controlan ya el principal puesto fronterizo con Tayikistán– se han pronunciado en contra de tal arreglo.
Muchos temen que la retirada extranjera desemboque en el retorno, antes de que acabe el año, de los talibanes. Es decir, del autodenominado Emirato Islámico de Afganistán, que en el 2001 controlaba el 90% del territorio, además de la capital.
Quien parece más convencidos de la endeblez del ejército afgano, que tanto ha costado formar, es el Pentágono. Durante los últimos días, tráilers y más tráilers han salido de la base de Bagram, a diario, cargados con chatarra de armamento y vehículos militares que el mando estadounidense ha preferido desguazar antes que entregar a sus protegidos.
Los soviéticos, que también empezaron y terminaron su invasión de Afganistán en Bagram –lejos de la zona pastún– dejaron atrás, en cambio, una gran cantidad de armamento. No por casualidad, Bagram sería uno de los focos de disputa y, en un momento dado, la Alianza del Norte controlaba un extremo de la pista de aterrizaje y los talibanes el otro. La historia podría repetirse, con el ejército afgano en el papel de los primeros.
Bagram es símbolo de muchas cosas. Por ejemplo, de la factura récord, casi 100 millones de dólares, por una pista de aterrizaje, que era la segunda.
Aunque la base estaba destrozada al inicio de la invasión, pronto se convirtió en cuartel general. Llegó a cubrir 77 kilómetros cuadrados, con una capacidad para diez mil personas. Eso sin contar a los prisioneros, en un centro de interrogatorios que fue llamado el Guantánamo afgano, por las frecuentes denuncias de torturas. Hasta el clima lo es: hasta cuarenta grados en verano y treinta bajo cero en invierno. Este infame presidio, entregado a Kabul en el 2012, albergaría aún a miles de talibanes y yihadistas.
Sin olvidar que Bagram también fue parada del helicóptero cargado con el cadáver todavía caliente de Osama bin Laden.
Esta misma semana, el general Austin S. Miller, advertía sobre el “riesgo de guerra civil”. Y algunos se preguntan si el estado de cosas de los últimos 20 o 40 años merece otro nombre.
La retirada de EE.UU. y sus aliado no es ninguna graciosa concesión. Los talibanes atentaron allí por última vez dos meses antes de que Donald Trump diera luz verde a la retirada, pactada en Doha.
De hecho, Bagram ha sido objetivo permanente, con algunos atentados suicidas sonados, como el que hubo durante la visita al país del vicepresidente Dick Cheney. El otro arquitecto de la invasión, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, falleció simbólicamente anteayer, en vísperas de la evacuación.
La ministra de Defensa española, Margarita Robles, ha advertido que sin un contingente de EE.UU. en Kabul, las embajadas podrían verse obligadas a cerrar. Algunos, como los Países Bajos, ya lo han hecho.
Aunque EE.UU. dice haber destinado 144.000 millones de dólares en ayuda y reconstrucción de Afganistán, para la gente del pueblo de Bagram el gran negocio a lo largo de estos años ha sido la venta de segunda mano y el reciclaje de todo lo que se tiraba en la base. Ahora, los chatarreros vuelven a hacer su agosto. Por última vez.
[Fuente: Por Jordi Joan Baños, La Vanguardia, Barcelona, 03jul21]
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