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17oct18
Cobertura para un crimen
La Administración Trump no está dispuesta a que la desaparición y posible muerte del periodista Jamal Khashoggi arruine sus excelentes relaciones con Riad.
Contactos diplomáticos al más alto nivel entre Estados Unidos, Turquía y Arabia Saudí han puesto en marcha un proceso que se espera que produzca alguna explicación a lo ocurrido con el prominente disidente saudí, aunque sea una versión tan increíble como que murió por accidente durante un interrogatorio a manos de agentes que trabajaban por libre, sin aval del Gobierno. Las autoridades saudíes apoyan “una investigación profunda, transparente y puntual” sobre lo ocurrido, aseguró ayer la portavoz del Departamento de Estado después de que Mike Pompeo se reuniera en Riad –todo sonrisas, a pesar del siniestro contexto– con el rey Salman y el príncipe heredero, Mohamed bin Salman, sospechoso de encargar la operación.
Una llamada del presidente turco Recep Tayyip Erdogan al rey de Arabia Saudí allanó el camino para que, casi dos semanas después de la desaparición de Khashoggi, la policía turca pudiera entrar ayer al consulado saudí para investigar lo ocurrido. Los agentes turcos pasaron nueve horas examinando el lugar. Buscaban elementos “tóxicos” y material recién repintado, explicó Erdogan. Su conclusión, avanzó una fuente policial turca a la cadena CNN, es que el cadáver del periodista fue descuartizado en pequeñas partes. Los investigadores turcos tienen permiso para examinar los coches de la delegación y la residencia del cónsul saudí, adonde se dirigió un vehículo oficial desde el consulado el día de los hechos. Su cónsul en Estambul, entretanto, abandonó ayer por decisión propia Turquía para volver a su país.
Fuentes oficiales turcas han informado bajo anonimato de que tienen pruebas audiovisuales de que Khashoggi murió a las dos horas de llegar a la legación diplomática, donde el pasado 2 de octubre fue a buscar unos papeles sobre su divorcio para poder casarse de nuevo. Un periódico turco cercano a Erdogan ha publicado las fotografías y nombres de los 15 ciudadanos saudíes que llegaron ese día a Estambul a bordo de dos jets privados propiedad de una compañía con la que a menudo trabaja el Gobierno saudí. Entre ellos se encontraba un alto cargo de las fuerzas aéreas saudíes y un médico forense ligado al Ministerio del Interior. Utilizaron seis coches para moverse por la ciudad y volver al aeropuerto al final del día. Una fuente de la policía turca citada por The New York Times apunta que pudieron usar un serrucho para huesos para descuartizar el cadáver, del que se habrían deshecho utilizando varias maletas. La operación habría sido ordenada por MBS, las siglas por las que se conoce al supuestamente reformista príncipe heredero que ha embaucado a Occidente con sus gestos de apertura.
La filtración constante de informaciones por parte de Turquía ha contribuido a presionar a la familia real saudí para que dé alguna explicación verosímil sobre lo ocurrido aquel aciago día en el consulado saudí. Riad, hasta ahora, sólo ha dicho que Khashoggi salió del consulado pero no ha ofrecido ninguna prueba de ello. Su prometida turca, que lo esperaba en la puerta, fue la primera en dar la voz de alarma sobre su desaparición.
Según The Wall Street Journal y la CNN, las autoridades saudíes están preparando un informe en el que admiten que el periodista –exiliado por voluntad propia en EE.UU., donde trabajaba como columnista para The Washington Post– murió “por accidente” durante un interrogatorio a manos de agentes saudíes que trabajaban por libre. Serían los mismos “matones por cuenta propia” ( rogue killers) de los que habló Trump el lunes después de conversar con el rey saudí.
Su comentario se ha interpretado como un intento de dar cobertura a la posible versión oficial de la muerte de Khashoggi, increíble para cualquier conocedor de Arabia Saudí, donde ninguna decisión de un mínimo peso se toma sin la autorización de la familia real. El príncipe “niega totalmente cualquier conocimiento” de lo ocurrido con el periodista, reiteró ayer Trump tras hablar de nuevo con Riad, dando total credibilidad a su desmentido.
La actitud del presidente ha alarmado al Senado, incluido a su amigo Lindsey Graham, que ayer acusó al príncipe de ordenar matar al periodista. “Nada se mueve en Arabia Saudí sin que lo sepa MBS. Hizo matar a ese hombre en el consulado en Turquía y pretende que lo pasemos por alto... Me siento utilizado”, declaró el republicano, un tradicional defensor de Riad. “MBS es una figura tóxica. Nunca podrá ser un líder en la escena mundial”, añadió, apostando por suspender las ventas de armas al país mientras él esté al frente, como pide el Senado contra el criterio de la Casa Blanca.
“Para que conste en acta, no tengo intereses financieros con Arabia Saudí (ni con Rusia). Cualquier sugerencia de lo contrario es FAKE NEWS”, tuiteó ayer el presidente Donald Trump. Fue él mismo, sin embargo, quien hace no tanto tiempo presumía de sus negocios con la familia real saudí. “Me llevo muy bien con ellos. Me compran apartamentos. Se gastan 40, 50 millones... ¿Se supone que no tienen que gustarme? Me gustan y mucho”, dijo en el 2015 el entonces candidato presidencial. Los años 90 fueron una época negra para los negocios de Trump, que encontró en la familia real saudí un balón de oxígeno: le compraron un yate, un hotel, un apartamento en Nueva York cerca de la ONU... Los lobbistas del reino saudí se dejaron 270.000 dólares en su hotel de Washington el año pasado aunque la Organización Trump –ahora gestionada por sus hijos– entrega luego los ingresos al Tesoro, para disipar las sospechas de conflicto de interés. Su no tan antiguo cliente se ha convertido ahora en un potencial problema para el presidente Trump, quien –alentado por su yerno y asesor especial, Jared Kushner– ha colocado a Arabia Saudí en el centro de su política exterior. Les une, entre otras cosas, su enemistad hacia Irán. Trump ha recordado las lucrativas ventas de armas a Riad y los puestos de trabajo en juego para justificar su tibieza ante el posible asesinato de Khashoggi.
[Fuente: Por Beatriz Navarro, La Vanguardia, Barcelona, 17oct18]
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