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14ene05
Scilingo finge estar enfermo para evitar ser interrogado por los abogados de sus víctimas.
Lo intentó, pero el tribunal no toleró la farsa. El primer juicio de la historia de España por crímenes de lesa humanidad ya está en marcha.
El proceso comenzó hoy en la Audiencia Nacional a pesar de que el acusado, el ex militar argentino Adolfo Scilingo, fingió continuos desmayos y se parapetó tras una simulada semiinconsciencia para evitar ser interrogado por los abogados de sus víctimas. Los forenses, sin embargo, dijeron que el imputado, que se enfrenta a una petición de más de 6.600 años de cárcel, sabía perfectamente lo que estaba haciendo, aunque reconocieron que la supuesta huelga de hambre que comenzó en la cárcel hace un mes le provoca cierta debilidad.
El ex capitán de corbeta -acusado de haber arrojado al vacío desde aviones en marcha a 30 desaparecidos- respondió a la gran expectación existente en la Audiencia Nacional ante el primer proceso por genocidio. Minutos antes de las 10:30 horas, el ex militar, ligeramente más delgado que cuando aterrizó en España hace poco más de siete años, llegó a los calabozos del tribunal, donde, entre los flashes de los fotógrafos, fue introducido en volandas por cuatro guardias civiles.
Allí, fue explorado por primera vez por dos forenses que certificaron que, pese a los supuestos mareos y la cefalea que decía sufrir, se encontraba "consciente y orientado en tiempo y espacio" y que podía "prestar declaración desde el punto de vista médico legal". Es más, los médicos comentaron que habían estado charlando normalmente con el acusado, que les había explicado que su supuesta huelga de hambre se debe a desavenencias con la embajada argentina.
Su llegada a la sala de vistas fue aún más pintoresca. El acusado entró encorvado, con los ojos entrecerrados, despeinado, agarrado del brazo de un policía, con las manos envueltas en guantes de lana y en un equilibrio inestable. El presidente de la sección segunda de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, Fernando García Nicolás, no tardó en comprobar que el presunto genocida no estaba por colaborar. Cuando el magistrado le preguntó si le escuchaba para leerle sus derechos, Adolfo Scilingo ni se inmutó. Después de varios intentos por obtener respuestas, las únicas palabras que salieron de la boca del acusado fueron: "me duele la cabeza".
Media hora.
Ante la negativa a responder, el presidente de la sala decidió suspender durante media hora el recién iniciado juicio a fin de que los forenses pudieran volver a revisar a Scilingo. El regreso a la sala del acusado fue aún más esperpéntico. Scilingo volvió en silla de ruedas, aparentemente inconsciente, envuelto en una manta azul, con la cabeza ladeada y con el rostro entre sus manos, una posición que no abandonaría ya durante el resto de la sesión.
Fue entonces cuando García Nicolás llamó a declarar a los dos forenses para terminar con la farsa. El juicio de los médicos fue rotundo: la "actitud" del acusado es "voluntaria". "Es consciente de los que hace", dijeron. Los doctores desvelaron que minutos antes el ex marino, que ahora aparecía sin sentido, había estado caminando en los calabozos. "Está débil, pero no como para perder el conocimiento ni tener que estar en una silla de ruedas", apuntó uno de los peritos, antes de revelar que su tensión arterial era normal (12-7), que sus pulsaciones eran un poco altas, pero que se encontraba en perfecto estado. El magistrado zanjó entonces el asunto: "está demostrado que el acusado puede someterse a juicio".
El presidente, ante la nula respuesta de Scilingo, le advirtió que sus silencios iban a ser interpretados como negativa a responder. Y así fue. El ex militar evitó tener que enfrentarse al interrogatorio de los abogados de las víctimas de la dictadura argentina (1976-1983) y de su participación en dos de los denominados 'vuelos de la muerte', dos viajes en 1977 en los que Scilingo -según su propia confesión ante el juez Garzón en 1997- tiró vivos y drogados al río de La Plata a 17 y 13 'disidentes', respectivamente. Tampoco tuvo que responder a las preguntas sobre la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), el mayor centro de detención ilegal de la represión militar, en el que el imputado estuvo destinado como mecánico.
[Fuente: Melchor Sáiz-Pardo, Colpisa, Madrid, 14ene05]
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