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29ene05
Sobrevivir a Mauthausen.
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El madrileño Jorge Pérez Troya pasó tres años en el campo austriaco de concentración nazi, donde fue testigo del mayor genocidio de la historia de la humanidad y asistió al asesinato de miles de personas
«El dolor de las víctimas nunca debe caer en el olvido». Esta frase es utilizada con demasiada frecuencia pero el poso del tiempo parece diluir, en ocasiones, sus efectos. Para evitar que ocurra, las administraciones públicas se han conjurado estos días, en los que se conmemora 60 años del genocidio judío, para avivar el recuerdo de aquellos que sucumbieron al yugo de la sinrazón. Un ejemplo de esta lucha es el acto celebrado ayer en el Ayuntamiento de Ciempozuelos, en el que se conmemoró el Día Oficial de la Memoria del Holocausto Judío y la Prevención de los Crímenes contra la Humanidad en España.
Jorge Pérez Troya o el preso 25.537, tal y como ayer recordaba le llamaban los soldados del ejército alemán, es un superviviente del campo de concentración de Mauthausen. Llegó allí tras ser detenido en Francia mientras combatía al ejercito aleman al lado de la resistencia. Cerca de 10.000 españoles pasaron por sus barracones desde que en 1938 se abrió este centro en Austria. El día de la liberación quedaban tan solo con vida 1.200, ya que el resto murió en las cámaras de gas o a causa de la extremas condiciones de trabajo. El ejército nazi eligió el pueblo de Mauthausen, cerca del río Danubio, para construir el campo por sus importes recursos mineros, según explicó.
«Había una enorme cantera y nos hacían trabajar de sol a sol para sacar piedras de gran tamaño. Hitler las necesitaba para los monumentos que quería construir en los lugares que iba conquistando». En los 186 escalones que separaban las canteras de la superficie murieron más de 3.000 personas desfallecidas por el esfuerzo. «Allí morían a decenas. Tenías que sacar las piedras y quien te cargaba eran ellos, ya que no podías coger la que quisieras. Así que, los mayores no aguantaban y cuando llegabas al final, de los doce o trece que empezábamos, tan sólo quedábamos dos o tres. El resto moría por el camino en la escalera», recuerda con amargura.
El trabajo no cesaba, ni tampoco la actividad en las cámaras de gas «veinticuatro horas al día asfixiando a mujeres y a niños». «Ninguno de los que llegaban sobrevivía y sabías que cuando entraban les esperaba una muerte segura. Las paredes de las cámaras eran de cemento, de gran grosor, y podías ver los arañazos que hacían las personas cuando iban a morir», narró Pérez Troya. Para este superviviente no hay calificativos a la hora de describir a los soldados alemanes. Simplemente utiliza la palabra nazi. «Eran nazis, no personas con sentimientos.
Teníamos que meter a la gente para que los quemaran. Te pegaban un tortazo o te ponían la pistola en el pecho para que miraras. Al fusilarlos, como eran muchos, no morían todos y como siempre quedaba alguien vivo. Cuando sentían el fuego se ponían de pie y desde fuera nos obligaban a ver como morían quemados vivos dentro del horno crematorio». Cuando terminó todo y pudieron salir del campo de concentración, los españoles se encontraron solos y recuerda que ningún gobierno hizo nada para repatriarles.
Las palabras de Jorge, de 89 años, estremecieron y retumbaron en la mente de todos los asistentes al acto en la Casa de la Cultura. El alcalde de la localidad, Pedro Antonio Torrejón, resumió el sentir general: «Gracias a este tipo de eventos mantenemos fresca nuestra memoria histórica, con el objetivo de que todo tengamos presente lo que pasó y aunemos esfuerzos para terminar con los comportamientos racistas y xenófobos».
[Fuente: Por Olga Esteban, La Razón Digital, 29ene05]
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