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19ene13
Entre la corrupción de Botsuana y las mentiras de Armstrong
En julio del pasado año, Mariano Rajoy envío un mensaje telefónico a su ministro de Economía que negociaba en Bruselas el rescate bancario en el que le decía: "Aguanta, somos la cuarta potencia de Europa. No somos Uganda". Un reportaje de la BBC contorsionó las palabras del presidente del Gobierno y elaboró un documental comparado entre ambos países en el que Uganda salía mejor parada que España en algunas variables macroeconómicas, entre ellas, el desempleo y el incremento anual del PIB. En enero de 2013 volvemos a la comparación africana. En lo que respecta a percepción de existencia de corrupción, índice elaborado en 2012 por la ONG Transparencia Internacional, nuestro país se situó en el puesto 30 de 174, flanqueado por un país africano, Botsuana, y otro báltico, Estonia. La BBC podría de nuevo zaherirnos con bastante razón: nuestra probidad social y política no es propia de "la cuarta potencia de Europa" sino la de un país subdesarrollado con evocaciones recientes muy críticas para los españoles.
No existe -o el que suscribe no lo conoce- un ranking de países en función de la veracidad de sus dirigentes políticos. Pero una parte de los españoles podrían estar a la altura de la mendacidad del ciclista norteamericano Lance Armstrong, que ganó siete tours de Francia dopado hasta las cejas como acaba de confesar a Oprah Winfrey. Testosterona, hormona de crecimiento, cortisona y transfusiones… han sido los ingredientes verdaderos de la falsaria heroicidad del deportista que ha cantado la gallina demasiado tarde y lo ha hecho, además, infligiendo al ciclismo un daño decisivo al argumentar que no es posible sostenerse continuadamente en el podio de los vencedores comiendo pasta italiana y consumiendo batidos de proteínas. Ciertamente, Armstrong ha mentido como un político corrupto avezado.
La sociedad española se ha instalado desde hace algún tiempo -y en estos dos últimos días especialmente- entre una percepción atosigante de corrupción de su clase política y otra sensación de sorda irritación por las mentiras continuadas tanto de los corruptores como de los corrompidos. El "no me consta" de María Dolores de Cospedal como respuesta a la información según la cual Luis Bárcenas, gerente primero y tesorero después del PP, habría repartido durante años sobres con dinero negro -presuntamente recaudado ilegalmente- entre cargos orgánicos y públicos del partido, remite a la opinión pública a una doble convicción moral: que semejante información es cierta y que la secretaria general del PP no está en condiciones de desmentirla. Y a la expresión "no me consta" se engancharon, desde la vicepresidenta del Gobierno, hasta una ristra de dirigentes populares que transmitían una patética falta de seguridad y, sobre todo, de sinceridad. Por supuesto, el tono dubitativo en torno a si el tal Bárcenas seguía con despacho, secretaria y vehículo en la sede de la calle Génova de Madrid, ya no pareció patético sino directamente ridículo.
El síndrome de decepción colectiva que ha provocado en estos últimos días el PP debido a las vicisitudes de la trama Gürtel, se receba con la seguridad de que la amnistía fiscal aprobada a instancias del Gobierno -un error político y moral- podría favorecer la impunidad penal de Bárcenas, camuflado en una sociedad, y de otros tipos como él (la ocultación al fisco está perfectamente acreditada) y suscita un reproche retrospectivo al Ejecutivo que, soberbiamente, desoyó las críticas a esta lamentable decisión. Las altanerías de Montoro -citando retóricamente a los titulares de cuentas en Suiza- y la permanente denuncia de los populares de la paja en el ojo ajeno cuando es el PP el que tiene toda una viga en el propio, terminan por componer un escenario para el Gobierno y su partido auténticamente tenebrista en términos de solvencia y credibilidad. Lo peor, sin embargo, no es tanto la indignación o la justa irritación de los ciudadanos cuanto la interiorización de que el PP y el entramado institucional del Estado en todos sus niveles está carcomido y sin capacidad de auto regeneración.
La decepcionante intervención de Pérez Rubalcaba -una comparecencia ante los medios en la que no se permitió que los periodistas formulasen pregunta alguna- es coherente con el fallo sistémico de la dirigencia política española. El PSOE, con sus numerosas tramas corruptas en procedimientos judiciales abiertos, carece de autoridad moral para interpelar al PP y al Ejecutivo, de tal manera que los recursos de control al poder político quedan neutralizados porque las prácticas corruptas se comportan como mínimo común denominador de las álgebras de la política en nuestro país. Podemos simular que esta situación ni es estructural ni es general. Pero añadir mentira a la mentira de poco valdría: el Estado necesita un saneamiento a fondo, incompatible con el quietismo del presidente del Gobierno y del PP y con el interés de los grandes partidos por mantener un estatus quo que les sostiene aunque sea de manera precaria. Si a estos fallos letales del sistema se suman otros -la crisis del modelo territorial que provoca el secesionismo catalán y la debilidad de la Jefatura del Estado- se llegará a la conclusión de que estamos instalados en un despotismo tan intolerable como declinante y zafio.
Naturalmente, la emergencia pública de esta podredumbre ha sido posible por las luchas internas y vengativas en los partidos, en esta ocasión en el PP y antes en el PSOE. No hay demasiado margen para las casualidades: Güemes en la picota; González acusado de instigar el espionaje de sus adversarios políticos y de una antiestética adquisición inmobiliaria en Marbella; Aguirre compatibilizando la presidencia del PP con un puesto relevante en un lobby-cazatalentos catalán; la petición del fiscal de Valencia de once años de cárcel para la expresidenta del Parlamento de aquella comunidad, también a consecuencia de la trama Gürtel, y un largo etcétera de vicisitudes -con ramificaciones en Cataluña (caso ITV)- enlodan y asolan una España con casi seis millones de parados en una sociedad que vive entre una corrupción a la africana y una mendacidad política tan sofisticada y cínica como la de Armstrong. Mucho tiene que decir hoy Rajoy en Almería para que salgamos de la sima de escepticismo y asqueo en la que estamos sumidos. ¿Y la justicia? Pues a unos ritmos de funcionamiento incompatibles con la perentoria urgencia de sanear este pozo séptico.
[Fuente: Por José Antonio Zarzalejos, El Confidencial, Madrid, 19ene13]
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