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20may18
El chalecito
El problema de Pablo Iglesias —tenga finalmente que dimitir, o no— no es su chalé en la sierra. Porque claro que puede vivir en un chalé en la sierra. Su problema es que él parecía no estar dispuesto a que lo hicieran otros en esa época no muy lejana de su vida en la que llevar traje con corbata o no vivir en Vallecas parecía convertirte automáticamente en Casta. El problema de Pablo Iglesias es que ha sido un purista. Y eso, al final, es siempre como escupir para arriba.
Porque, sí, Pablo Iglesias ha hecho gala una y mil veces de ser el símbolo máximo del proletariado, del pueblo, de la gente normal. Ha dicho, y seguramente con razón, que aquel que quiera conocer a la gente que gobierna no puede habitar en una burbuja de coches oficiales, chalés con seguridad privada y restaurantes de tres estrellas Michelin. Ha aplaudido a Carmena por viajar en Metro. Nos ha recordado sus orígenes inmaculadamente obreros y asamblearios. Se ha querido convertir en un símbolo.
Pero si gobiernas en base a simbolismos —y hoy en España todo el mundo lo hace: si Podemos era el partido que simbolizaba la lucha contra la Casta, Ciudadanos es el partido incorruptible, el PP el del sentido común y el PSOE… bueno, el PSOE nadie sabe hoy por hoy lo que es, ni siquiera Pedro Sánchez—, te arriesgas a que se te encause, juzgue y condene por un hecho simbólico. Y es que es muy simbólico que el líder de la gente normal se marche a residir a un chalé que la gente normal no puede comprarse. Y esa contradicción no se esconde echándole la culpa a Eduardo Inda.
Porque de no haber existido en su pasado esos arranques puristas, la noticia no hubiera pasado de la anécdota, como las coca colas de Espinar, el Rolex de Cándido Méndez o la boda de Alberto Garzón. Pero si te pasas la vida diciéndole a la gente cómo debe ser el gobernante ideal, y después tú te alejas de ese ideal, obviamente, te van a señalar. Y van a ir a por ti. Tengan o no tengan razón. Y si el debate ha calado tanto, incluso entre los afiliados de Podemos, no puede ser sólo porque los medios acosan a la pareja y manipulan a la ignorante plebe.
En una sociedad donde la realidad cuenta mucho menos que su representación, no sólo hay que ser honrado y coherente, sino además parecerlo. Y si Iglesias y Montero —pero me refiero sobre todo a él porque sus arranques de purismo siempre me han parecido más altisonantes—querían saber si hacían bien o no comprándose esa casa, lo tenían muy fácil: sólo debían preguntarse si su admirado José Mujica lo hubiera hecho. O Julio Anguita.
Después podemos discutir si la prensa se ha pasado siete pueblos o no —que sí, porque contra Podemos todo vale, eso es cierto—; hablar sobre por qué a un partido que se le ha pedido desde las instituciones que se convirtiera en «normal» —clase media aburguesada, vaya— se le ataca cuando sus dirigentes hacen algo que es habitual en otros líderes políticos; o repensar por qué subsiste ese tópico según el cual una persona de izquierdas ha de ser pobre de pedir mientras que un obrero que no llega a fin de mes puede votar a la derecha sin que nadie lo tache de idiota.
Pero lo cierto es que todos esos son aspectos secundarios respecto al hecho principal: la incoherencia mostrada por los líderes de Podemos. Y lo que eso le va a costar al partido a un año de unas elecciones autonómicas. Sólo por la torpeza mostrada en este último asunto, el dúo dirigente debería dimitir.
Porque si hoy Podemos está, una vez más, siendo atacado por tierra, mar y aire es por culpa de Iglesias y de Montero, de su decisión y de su falta de previsión política. Una falta de previsión que no se esconde echando un órdago a la grande, truco que se está volviendo ya uno de los habituales de Iglesias: o se admite lo que yo deseo, o me voy. Lo hizo en Vistalegre II, cuando obligó a que fueran de la mano líderes y programas —y si su programa no era el más votado, él, dijo, no dirigiría el partido—y lo ha hecho ahora, poniendo sobre la militancia la responsabilidad de decidir sobre su permanencia y la de Montero.
Y la militancia decidirá, claro. Y seguramente, Iglesias gane y pueda quedarse. Pero el debate no se cierra así, ni el problema se soluciona con una nueva asunción a los cielos del líder carismático. Porque si el partido sale erosionado, la imagen de ese líder deteriorada y en lugar de hablar de la corrupción del PP o de la bochornosa sentencia sobre las preferentes, estamos hablando del chalecito en la sierra, es que algo se ha hecho rematadamente mal en Podemos. Les guste admitirlo a Iglesias y a Montero, o no.
[Fuente: Por Alberto Gómez Vaquero, Nueva Tribunal, Madrid, 20may18]
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