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20jul19
La irremisible decadencia de Podemos
La ingenuidad es un delito en política y se agrava cuando se quiere hacer pasar la candidez como si fuera astucia. Unidas Podemos en apenas tres años ha encadenado tal cúmulo de frivolidades que de aspirar a ser una organización alternativa ha devenido un club de chavales talluditos a punto de protagonizar su última despedida de solteros. Con el mismo candor y parecida irresponsabilidad de quien decide que a partir de ese momento serán mayores y se comportarán como gente adulta.
Compartí con ellos pan y mantel en los tiempos ya lejanos, ¡hace un lustro apenas!, en que descubrieron y jalearon 'El precio de la Transición', un viejo libro que yo había publicado en 1991 con cierto éxito de público y la habitual reacción de las vestales del posfranquismo, que se ensañaron. Fuimos amigos en la medida que se mide eso en la política, luego se me perdieron en la nube de la perplejidad, hasta hoy. Por muy cercano que quiera estar uno de sus amigos ya es tarde para que alguien ocupe el lugar privilegiado de la verdad.
Lo más llamativo de la última farra política de Podemos evoca a aquellos que, embriagados, no dejan de repetir: no preocuparse, porque yo controlo. Y ocurre que no controlan nada, que están al pairo de la realidad. Aún espero de alguno de esos presuntuosos analistas de lo ajeno unas palabras sobre su reciente derrota electoral. Perdieron bastante más de un millón de votos y se les fueron veintitantos escaños, pero se fijaron en la caída del PP o en la frustración de Ciudadanos por no lograr el sorpasso. Observaron el comienzo de su decadencia con obcecación de triunfadores. Mi experiencia me dice que cuando la izquierda difumina sus errores es que está dispuesta a repetirlos.
Pedro Sánchez, el gran impostor, no necesitó romperse la cabeza para entender que "esos chicos" podían ser eficaces vendedores de humo y servirle de adjuntos para ir enzarzando los trabajos de casquería que necesitaba para liquidar a Rajoy. Somos imprescindibles, se dijo Pablo Iglesias. Por supuesto, añadió Pedro Sánchez. Entonces se metieron en Cataluña. Los cerebritos de Podemos en Madrid saben de la política catalana lo mismo que de Besarabia. No encontraron mejor socio que Ada Colau y sus comunes, cuya política, en el caso más optimista, alcanza los restos de todos los naufragios y la orfandad de la izquierda en Barcelona. Asumieron su tartamudeante discurso. La autodeterminación de los pueblos -Colau pide menos, el derecho a decidir-. Un referéndum en Cataluña no sólo es una opción de mentecatos sobrevenidos que no se contempla donde se celebran elecciones democráticas, sino que constituye la salida preferida a cuantos se formaron y se forraron gracias a la Generalitat.
Podemos se situaba en el lugar equivocado, no ganaba nada en Cataluña y despertaba la perplejidad de las clases populares en el resto de España. Pero quedaba muy bien. ¿Quién le puede decir que no a unas elecciones? De haber consumado el 1-O hoy estaríamos muchos en el exilio exterior y no en el interior donde aún no nos han echado. No hay símbolo más alucinante de la ignorancia de Pablo Iglesias y su tertulia de amigos que haber aceptado el regalo envenenado de Ada Colau al colocar a su mano izquierda, un inquietante trepador de bambalinas, Gerardo Pisarello, como ¡secretario 1º del Parlamento español! Argentino de Tucumán, adscrito a la Universidad de Barcelona por esos milagros que sólo produce el inmarcesible sector académico, acaba de escribir un texto inefable donde sin rubor deja caer una perla de dudosa constitucionalidad: "La obsesión malsana de preservar la unidad de España". Está en su derecho, pero sería la última persona que con la complicidad del silencio ocupara un cargo de excepcional importancia en la democracia española. Lo promovió Colau, lo aceptó Pablo Iglesias y Pedro Sánchez no está para pendejadas: que de eso se ocupe la Calvo bonita, que ejerce como la milana de 'Los Santos Inocentes' de Delibes.
Hay quien asegura que el desodorante del líder se evaporó en Galapagar. La verdad es que fue un golpe para los suyos y un sarcasmo para todos los demás. Que un dirigente consulte a sus bases si puede comprarse un chalé de mayor cuantía ronda lo estrafalario de Valle Inclán y sus 'Luces de Bohemia'. No tiene precedentes por lo ridículo. O lo compras y lo asumes, o evalúas las consecuencias, pero hacerle comer el marrón a la militancia es de una cobardía inaudita. En pura lógica debería dedicar cada fin de semana a que lo ocupara una pareja de adscritos, atendidos por la cocina de Iglesias, un curso sobre el cambio de pañales societario y el cuidado un tanto árido de la señora Montero, cada vez más imbuida en su papel de Evita Montero. ¡Ay los cabecitas negras, cuanto tienen que aprender!
Se consulta si el jefe puede comprar un chalé, pero no si puede cambiar el nombre del partido. "Unidas Podemos" tiene una connotación que huele a Evita Montero, la de la revolución será feminista o no será. Es decir, que no será, pero los líderes disfrutarán del estatus de propietarios: él detuvo emocionado su febril actividad de liderazgo para demostrar al mundo que quiere cambiar pañales -¿alguien en su sano juicio pudo asegurarle que tal memez dejaría pasmada a la parroquia feminista de papel cebolla?-. Un gesto de programa de televisión gran audiencia que no engaña más que a quien ya está entregado. A los demás nos deja ante la perplejidad de contemplar cómo hace el ridículo un tipo que se jactaba de ver crecer la hierba.
Y así, hasta llegar al momento culminante, el de la toma de decisiones, el de admitir que hasta ahora ha sido un mediador, el que hace el trabajo sucio para un tipo más avezado que tú. O bien que ha ejercido de palanganero, oficio extinto en los prostíbulos pero que se mantiene incólume en otras actividades, como la política. ¿Y qué va a preguntar a sus bases, que no acaban de saber qué hacen ni siquiera a dónde van? Pues muy sencillo, les vamos a consultar. Opción A y Opción B, para que no se diga que no somos diversos y participativos. La A consiste en gobernar con Sánchez; la B gobernar con Sánchez. No contemplan nada sin Sánchez. Quieren cargos, aunque sean pocos.
Sobre los títulos académicos de Pedro Sánchez podrá haber dudas pero que está doctorado en cinismo es incontestable. "A esos chicos que les hagan un sitio en el último vagón. Ya han pagado el billete".
[Fuente: Por Gregorio Morán, Vozpópuli, Madrid, 20jul19]
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