Información | ||
Derechos | Equipo Nizkor
|
06ago18
La esvástica independentista
Dicen del ejército japonés que durante la Gran Guerra (1914-1918) y, anteriormente, la ruso-japonesa, había observado un comportamiento todo lo civilizado que se podía esperar en una situación bélica. Sin embargo, lo realizado por sus militares durante los años treinta y cuarenta superó con mucho cualquier horizonte de bestialidad imaginable, destacando lo de Nanking: imposible olvidar aquella competición entre dos oficiales del Ejército Imperial por ver quién de entre ellos era capaz de cortar más cabezas de civiles en menos tiempo, o los bebés lanzados al aire mientras eran esperados a su caída por las largas bayonetas ávidas de atravesarlos. ¿Extraña, así, a alguien que China reclame permanentemente a Japón por esta matanza? ¿Por esos 500.000 asesinados en una sola ciudad, en unas pocas semanas? ¿Acaso no tiene derecho China a la protesta eterna?
¿Por qué ese cambio de comportamiento de un conflicto a otro? ¿Por qué llegaron los miembros del ejército japonés a consumir carne humana —sin necesidad alimentaria alguna que lo justificara— de prisioneros australianos y americanos durante la guerra en el Pacífico? (Al lado de restos de cadáveres que habían sido claro objeto de canibalismo, aparecieron sin abrir latas de alimentos).
Se dice que todo obedeció a un cambio en la doctrina militar habido en los años veinte, justificado en el hecho de que la misión imperial que según sus dirigentes esperaba a Japón en los siguientes años exigía una tropa más aguerrida, que actuara con fiereza, sin piedad ninguna para con el enemigo: que lo destruyera. Se trataba, así, de construir una fuerza bélica capaz de arrasar con todo lo que se les opusiera, y para ello el mejor camino debía ser el inculcar a las tropas su personal superioridad en todos los órdenes sobre los enemigos, sobre cada uno de ellos; y para alcanzar ese objetivo, para insuflar en cada uno de los soldados la necesidad de exterminar al enemigo, ¿no es lo más indicado el transmitir que los 'otros', aunque vivan entre ellos, son inferiores, casi inhumanos, unas bestias? Si se llega a interiorizar semejante planteamiento, ¿habrá escrúpulos a la hora de masacrar a quienes no son, de acuerdo a los 'nuevos planteamientos', más que animales? De ahí la importancia de singularizar a 'los otros', al enemigo, como bestias, como algo privado de las características que nos identifica 'a nosotros', a los que somos la encarnación de lo humano. ¿No fueron, acaso, los judíos, los homosexuales, los enfermos mentales, los comunistas, seres inferiores para los nacionalsocialistas? ¿No se les caracterizó así incluso en el mismo nombre de alguna ley? ¿Qué fueron los mayas para Efraín Ríos Mont? ¿Qué los tutsis para los hutus o los bosnio-musulmanes para serbios y croatas en la civilizada Europa de los noventa? ¿Quién, de entre los que paseábamos en los años ochenta por Dubrovnik, pudimos llegar a imaginar que a pocos kilómetros de allí se iba a usar a los prisioneros como reservorios de órganos para el trasplante? ¿O que los 'santos croatas' iban a hacer lo que hicieron (aunque, en el caso de los ustachas, bien podía ser imaginable si se les presentaba la oportunidad)? La exaltación del nacionalismo, más si se bucea en el hallazgo de signos étnicos distintivos, antes o después termina en el crimen, o al menos en el 'apartheid'… que finaliza en el crimen.
Me vienen a la memoria los anteriores pensamientos al leer alguna de las declaraciones de Quim Torra, el muy honorable presidente de la Generalidad de Cataluña: “Ahora miras a tu país y vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo. Carroñeras, víboras, hienas. Bestias con forma humana, que destilan odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con verdín, contra todo lo que representa la lengua…Tienen nombres y apellidos, las bestias. Todos conocemos a algunas. Abundan, las bestias. Viven, mueren y se multiplican… Hace un par de semanas viajaba en un vuelo de Swiss una de estas bestias. Al llegar al destino, se anunciaron en catalán las típicas observaciones previas al aterrizaje. La bestia, automáticamente, segregó en su boca agua rabiosa. Un hedor de cloaca salía de su asiento…”. Por todo ello, los catalanes buenos han dejado de “mirar al sur” y lo hacen al norte, donde la gente es “clara, noble, libre y culta. Y feliz”.
“España, esencialmente, ha sido un país exportador de miseria, material y espiritualmente hablando…”. Pero no debe creerse que este planteamiento de todo un presidente de la Generalidad constituya isla alguna en un mar de discursos democráticos. No. Esta ha sido la tónica en el 'reciente nacionalismo' catalán; y su principal impulsor lo ha manifestado con una radical claridad: “El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido (…) es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad” ('La inmigración, problema y esperanza de Cataluña', 1976, aunque el escrito es de 1958).
Otros muchos independentistas han venido a 'profundizar' en esta línea (Junqueras, quizás inspirándose en Almirall, en Robert o en Lluhí y Rissec —sobre 'proximidades genéticas'—, Artur Mas —sobre la incapacidad de españoles de muy distintas ciudades de hacerse siquiera entender verbalmente—, Heribert Barrera —evitar la inmigración no catalana—, etc., y prescindo de los exabruptos de 'gente pequeña' como Josep Manel Ximenis, Dolors Bassa, Albà, Ferrusola y tantos otros). Obviamente, no han sido los andaluces los únicos destinatarios de apreciaciones como las reflejadas, también otros españoles, como los murcianos o castellanos, han sido examinados bajo esta perspectiva singularmente racista.
En este ambiente 'espiritual' creado por los cultores del nacionalismo catalán, ¿pueden extrañar ataques como los dirigidos a la líder de Ciudadanos en Cataluña, Inés Arrimadas, que, encima y para mayor inri, es mujer —“malparida”, “cerda”, “puta”, “que te violen en grupo”, “fascista”—?, ¿o los perpetrados por profesores (no desde luego maestros) independentistas contra los hijos de no nacionalistas en las escuelas e institutos catalanes? Desde luego, se trata de ataques más que justificados en la ideología independentista que parte de, para ellos, un axioma: no todos somos iguales, ni ante la ley ni, sobre todo, ante 'nuestro pueblo'. Todo debe partir de una distinción, de una segregación (en la reciente reforma constitucional israelí, ha quedado también claro: hay judíos y no judíos, y estos últimos tienen menos derechos): hay catalanes y no catalanes, y dentro de los catalanes los hay respetables y no (estos últimos, por cierto, son la mayoría). Alrededor de ello hay que estructurar la sociedad y, sobre todo y es lo más importante, la justificación de las acciones. Esto último es algo que quedó en evidencia para el nacionalismo alemán de los años veinte del pasado siglo. En efecto, como se recordará, en el Tratado de Versalles se impusieron limitaciones estrictas a Alemania en lo que importa al número de los integrantes de sus fuerzas armadas y a la calidad de su armamento; sin embargo, prontamente estos términos empezaron a ser violados utilizando muy diversas estratagemas. Ante esta situación, alemanes conscientes de lo que podía volver a ocurrir, a la vista de la carnicería sucedida entre 1914 y 1918, denunciaron los hechos ante las comisiones aliadas, y no infrecuentemente esos denunciantes fueron asesinados por integrantes de los grupos nacionalistas. A la hora de juzgar esos hechos, los tribunales alemanes (o buena parte de ellos) exculparon esos asesinatos o impusieron penas ridículas, todo ello con el argumento de que esos nacionalistas habían actuado por el bien de Alemania (y paralelamente sus víctimas se convirtieron en traidores). Como se ve, no 'todo' comenzó en Alemania en el año 1933, pues quizá lo principal estaba sembrado desde mucho antes, incluso desde el siglo anterior.
Lo acabado de relatar me vino a la memoria tras la presentación que se hizo por la Generalidad catalana (aún presente en el territorio español el presunto delincuente y real prófugo Puigdemont) de la persecución y muerte de los terroristas yihadistas que atentaron en las Ramblas. He visto alguno de los vídeos en los que se contempla cómo los 'mossos' terminan con la vida de esos terroristas (entre los cuales había un niño de 17 años), y el pensamiento que me vino inmediatamente fue: ¿no se podía haber hecho de otra manera?, ¿era necesario matar a esos jóvenes? (Ya sé, ya sé que 'ellos' habían dado muerte, y herido, a numerosas personas, pero es que 'nosotros' no somos como 'ellos', aunque se trata este de un criterio que no parece alcanzar a todos). Desde luego, no cabe duda de que matar a esos terroristas, no detenerlos, constituyó todo un fracaso policial (no el éxito que las autoridades nacionalistas propagaron), y ello por la potísima razón de que no pudo interrogárseles y 'tirar del hilo' a continuación. Pero, además y sobre todo: ¿no se les podía haber capturado en todo caso con vida? Desde luego, algunas de las imágenes que nos proporcionan los vídeos aludidos muestran lo contrario: se podía y se debía haber capturado con vida al menos a alguno de esos terroristas a los que los 'mossos' mataron. Pero parece que todo el mundo, menos la CUP, se conformó con esas muertes y su significado: se puede matar a quien ha matado aunque no haya necesidad alguna de hacerlo; y es que ¿acaso no han matado a los 'nuestros'?
Pues a partir de ese momento, la vida de 'ellos' ya no tiene valor (dejan de tener derecho a tener derechos): traicionaron a Alemania y los matamos, atentaron contra los ciudadanos catalanes y los matamos. ¡Qué ufano se mostraba el presidente de la Generalidad mientras condecoraba a uno de los matadores! ¡Cómo exaltaron a sus héroes! ¡Y el mayor Trapero pudo ser mostrado como la enseña de la eficiencia y símbolo del nuevo Estado! Pero ¿de verdad hacía falta matar a un muchacho de 17 años? ¿Era preciso agotar el cargador del arma para conjurar el peligro de los terroristas? (Véase el vídeo) ¿O es que lo que se 'jugaba' en esa apuesta no era tanto el conjurar el peligro terrorista como la afirmación del nuevo Estado? ¿Se les mató por 'razón de Estado' o por las necesidades de la lucha antiterrorista?
¡El pueblo lo quiere! Pero ¿el qué? Generalmente, en este tipo de movimientos el pueblo 'quiere' lo que 'quiere' su caudillo, y no hace falta leer a Weber para percatarse de que el nacionalismo catalán ha iniciado, de grado o por fuerza, la vía del caudillismo. El anclaje, la piedra angular del nuevo Està Català, hay que buscarlo en el 1 de octubre del pasado año 2017. En realidad, todos los movimientos de este tipo tienen una fecha fundacional clara y determinada: la marcha sobre Roma (y después los 'plenos poderes'), la Ley de Plenos Poderes votada ante la tumba de Federico el Grande, o, en el independentismo catalán, el referéndum (con su previa ley de transitoriedad, de 'plenos poderes'). Ello se debe a que hay que encontrar un momento legitimador para “todo lo que se haga o venga después”, lo que permitirá transitar por encima de las leyes y las instituciones apelando a ese “gran coito político engendrador”. A partir de ese momento todo está justificado, pues si “lo quiere Dios” nada se opone a que entremos en Jerusalén causando una carnicería histórica.
Esa 'nueva democracia', construida sobre el 'proyecto totalitario' de los independentistas (y los errores infinitos de otros, perpetrados en los últimos tiempos bajo la dirección inmediata de una de las políticas más ignorantes, soberbias e irresponsables que ha habido en España), exige el cumplimiento del catecismo totalitario, que en realidad no es otra cosa que un disfraz que adelanta la fecha de los carnavales políticos: mentira histórica e intelectuales 'orgánicos' puestos al servicio de la misma, manipulación política, reivindicación de la primacía democrática, 'el pueblo' siempre por encima de la ley y siendo 'ellos' quienes —como 'sumos sacerdotes'— interpretan y comunican a sus fieles lo que en cada momento expresa el Volksgeist, deslegitimación pública y privada de los opositores políticos, acoso sin cuartel a los no independentistas, 'invitación' a abandonar el territorio, perversión de las instituciones, matonismo en centros de enseñanza… E imposición de su esvástica en playas y plazas públicas (anticipando cementerios), solapas, balcones e instituciones; y dentro de poco los desfiles… con los hermanos Badía al frente y el caudillo 'en majestad' con mirada de ensoñación patriótica.
Lo llamativo de todo esto es que los verdaderos demócratas no ignorantes y la izquierda, aunque sea nacionalista, se presten a holgar en la cama del movimiento nacional/nacionalista (hoy Crida Nacional, a quien se ha supeditado el PDeCAT). Eso no lo hicieron los socialistas, comunistas ni demócratas (sí, quizá, los cristianos en la primera hora) en la Alemania de 1933 (ciertamente, eso les costó a no pocos la prisión, más tarde los campos y a algunos el asesinato… Pero hay que pagar un precio por la coherencia y la honradez ideológica); también se resistieron los comunistas y socialistas italianos, que sin embargo fueron sobrepasados por la violencia desatada por las 'escuadras de defensa' del fascio e igualmente pagaron su precio de sangre. Lo mismo ha ocurrido durante decenios en muchos otros escenarios y siempre la izquierda se ha resistido a los movimientos autoritarios, lo que tímidamente también está sucediendo con la CUP, pero no con Esquerra, que parece haber aceptado el liderazgo del caudillo y ya está perdida, enredada en los hilos del racismo de sus líderes. ¿Y los demócratas que formaban parte de CiU? ¿Dónde se encuentran?... Y mientras tanto, la esvástica independentista invadiéndolo todo, y sus portadores reprimiendo en los restaurantes, negocios, centros de trabajo o de formación y donde haya cualquier disidencia… Pues han decidido imponerse al precio que sea, aunque siempre proclamando que son ellos los verdaderos demócratas, los socialistas… Lo mismo que hicieron los otros, lo mismo.
[Fuente: Por Francisco Javier Álvarez García, El Confidencial, Madrid, 06ago18]
This document has been published on 07Aug18 by the Equipo Nizkor and Derechos Human Rights. In accordance with Title 17 U.S.C. Section 107, this material is distributed without profit to those who have expressed a prior interest in receiving the included information for research and educational purposes. |