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17ene10
El bucle Repsol
Desde Aristóteles a esta parte, el drama es descrito como un choque de voluntades, pulsiones enfrentadas de seres humanos que persiguen objetivos distintos, en conflicto entreverado por las circunstancias de los protagonistas. Aunque no falta quien cree que el fin de un drama es divertir, la esencia del género lleva incorporada una enseñanza moral que el protagonista recibe como una bofetada, una reflexión convertida en moraleja, un mensaje a la conciencia de los espectadores. El drama que Antonio Brufau vive en Repsol se inició en plena burbuja del dinero fácil hace de esto casi cuatro años, y acaba superado el ecuador de la segunda legislatura Zapatero, con la Moncloa y sus conseguidores de por medio, y como ejemplo del tipo de cosas que un Gobierno maduro de un país desarrollado no debería hacer nunca.
En octubre de 2006, la constructora Sacyr Vallehermoso anunció la compra del 9,23% del capital de Repsol YPF por 2.855 millones de euros. Se trataba de llegar al 20% de la petrolera, en una "operación amistosa". Acciona había entrado en Endesa y ACS lo había hecho en Iberdrola. Con el dinero de la obra pública licitada por el Estado, los grandes constructores se lanzaban al abordaje de las compañías energéticas, un sector igualmente dependiente de la tarifa. El precio del dinero estaba por los suelos y la banca lo prestaba con alegría y casi sin garantías, por lo que un grupo de avispados españoles se mostró dispuesto a comprarse España y parte del extranjero con dinero ajeno. Y ante el asombro del resto del mundo. Del amistoso anuncio a Brufau se encargó, antes de que saliera en los periódicos, Javier de Paz Mancho, 51, el íntimo de Rodríguez Zapatero. Ex secretario general de las Juventudes Socialistas, ex miembro de la ejecutiva de UGT, ex presidente de la pública Mercasa, de la privada Panrico, y hoy consejero de Telefónica, De Paz, un tipo de mérito que procede de una familia vallisoletana de humilde condición, es hoy protagonista tras las bambalinas de casi todo lo que se cuece en España desde el punto de vista empresarial.
Fue De Paz quien llamó a Brufau para anunciarle que su amigo Luis del Rivero, presidente de Sacyr, había comprado un paquete de la petrolera. Se trataba de blindar Repsol con una "opción española", una operación que contaba con las bendiciones del Gobierno. Bastante antes, recién llegado ZP a la Moncloa, del Rivero y su socio Juan Abelló habían protagonizado el ya famoso intento de asalto al BBVA. ¿Se imaginan lo que hubiera pasado con ese banco de haber triunfado la operación pilotada por Miguel Sebastián, después ministro de Industria, a la luz de la situación financiera padecida después por Sacyr? Porque las cañas se tornaron lanzas y el estallido de la burbuja española puso de pronto al descubierto los pies de barro de nuestros gigantes empresariales, obligados a desinvertir a toda prisa para evitar la suspensión de pagos, aunque no la quiebra técnica en la que muchos de ellos se encuentran.
A pesar de que la venta de Itinere, la joya de la corona del grupo, ha logrado aliviar la presión de la gigantesca deuda de Sacyr, ésta sigue superando los 11.000 millones de euros, situación que ha llevado a Del Rivero a intentar la venta del 20,01% de Repsol que posee (aunque los dueños de verdad son los bancos, principalmente Caixa y Santander, que tienen pignoradas esas acciones en garantía de los créditos concedidos para su compra). Paralelamente, los dueños de la constructora se han empeñado en una serie de operaciones de prestigio, grandes obras como el puente del estrecho de Mesina o la ampliación de Canal de Panamá, en realidad una huida hacia delante con ofertas a la baja -que bien podrían ser calificadas de temerarias- y de dudosa rentabilidad de llevarse un día a cabo. Ante la imposibilidad de vender aquel 20% al precio mínimo requerido para no contabilizar minusvalías, a Del Rivero no le queda más opción que intentar hacerse con el control de la petrolera. Con la sospecha, que es moneda de curso legal extendida por toda la comunidad empresarial, de que sus intenciones no son otras que vender a toda prisa determinados activos de Repsol (desde luego la argentina YPF) para aliviar la situación de la constructora.
Desestabilizar la presidencia de Repsol
Desde el pasado mes de septiembre Del Rivero vive enfrascado en una amplia operación de desestabilización de la presidencia de Repsol. Acusa a Brufau de haber realizado una pobre gestión en la petrolera, lo que este año se traducirá en un recorte del dividendo -cuestión vital para Sacyr- por debajo del euro por acción que el catalán se había comprometido a repartir en el Plan Estratégico. El ingeniero murciano no lo hace filtrando material a la prensa. En realidad él desprecia profundamente a la prensa y su función. Su especialidad es el trabajo político. Sus encuentros con De Paz (y todo el entramado Mediapro) han sido constantes en los últimos meses: frecuentes comidas, visitas a su despacho en Las Tablas, y domingos al aire puro del campo en compañía de las señoras. Hay quien sugiere que De Paz es el tapado de Del Rivero para la presidencia de Repsol, especie que el aludido niega de plano. Pocos tan bien vistos por Moncloa. Del Rivero, fan incondicional del titular de Fomento, José Blanco, ha seguido trabajándose a conciencia a su gran amigo Sebastián, y hay quien sugiere que ha recuperado también lazos con la calle Génova, amén del aprecio de José María Aznar vía Juan Abelló.
La frenética actividad tras las bambalinas de Del Rivero coincide con una paulatina pérdida de apoyos, empresariales y políticos, por parte de Brufau, un hombre de carácter cuando menos difícil, capaz de romper toda relación con De Paz, que la tenía, cuando éste fue nombrado consejero de Telefónica. ¿Por qué motivo? Por haber aceptado entrar en la operadora del brazo de su mortal enemigo (OPA de Gas Natural sobre Endesa) Manuel Pizarro. Su principal, y si me apuran único, problema serio, no obstante, es la pérdida de apoyo por parte de La Caixa, la entidad que le impulsó a la fama, que le nombró presidente de Repsol y de la que se despidió en su día, liquidación mediante. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Alambicada en extremo la posición de ese perfecto diplomático que es Isidro Fainé, a quien espantan los ruidos mediáticos, un hombre que tendría difícil explicar en Cataluña el dejar caer a Brufau para poner Repsol en manos de Del Rivero. De modo que Fainé está en la compleja tesitura de quien pretende llevarse al catre a la más bella del baile sin que nadie se de por enterado.
Aseguran las fuentes que el Gobierno no se ha mostrado sensible esta vez a los cantos de sirena del murciano, tal vez porque Zapatero ya no está para novelas de caballerías. Aunque todo es posible con el personaje, cualquier gobernante occidental en su sano juicio juzgaría sumamente arriesgado poner el petróleo y el gas de un país en manos de un constructor ávido por hacer caja, y más después de haber entregado a una empresa pública italiana el control de la primera eléctrica española. Sobre todo cuando la gestión de Del Rivero es puesta en cuestión en su propia empresa por tres de sus más prominentes accionistas, el ya citado Abelló, Demetrio Carceller y José Manuel Loureda. A la hora de la verdad, sin embargo, tanto Abelló como Loureda respaldaron, con su firma a pie de página, la negativa de Del Rivero a acudir al consejo extraordinario donde Brufau se hizo confirmar por el resto de consejeros, incluidos los de La Caixa. A través de mensajes de su móvil, el de Sacyr vendía el viernes alborozado a sus amigos como un gran éxito personal el haber conseguido el portazo de ambos.
Una salida pactada de Brufau
Brufau ha ganado una batalla, pero cada día parece más cerca de perder la guerra. Lejos de haber cerrado la discusión en torno a su presidencia, la convocatoria de este consejo ha agravado la crisis de la petrolera al hacerla oficial y universal. ¿Puede el dirigente de una multinacional mantenerse en ejercicio en contra de la voluntad de su primer accionista? Complicado asunto, que pone a La Caixa en una situación imposible. Ante la dificultad de encontrar un comprador para ese 20% dispuesto a pagar el precio que Sacyr reclama por el paquete, la solución podría pasar por una salida pactada de Brufau que dejara la presidencia en manos de un hombre de consenso, tal que Demetrio Carceller.
Y una consideración final. Un Gobierno digno de tal nombre hubiera llamado a capítulo hace tiempo a los protagonistas de esta historia y les hubiera puesto firmes: no dirá Moncloa a quién deben nombrar presidente, pero pónganse ustedes de acuerdo porque con la energía de un país no se juega. Nada de eso ha ocurrido, porque los intereses generales están aquí, como en tantas cosas, supeditados a bolsillos muy particulares. Tres años y medio después de la inversión de Sacyr en la petrolera alentada, si no dirigida, por el Gobierno, el bucle se cierra como tantas cosas en la España de Zapatero: como el rosario de la aurora, y con grave riesgo para la estabilidad y supervivencia de Repsol como empresa privada española, como no podía ser de otra forma cuando el Gobierno de turno, en lugar de fijar el marco legal y dejar operar en libertad al mercado, se dedica a meterse hasta las cachas en operaciones subterráneas que despiden un tufo insoportable a amiguismo y corrupción.
[Fuente: Por Jesús Cacho, El Confidencial, Madrid, 17ene10]
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