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30dic21


Y el milagro covid se esfumó en Cedrillas


Solo hay un título más grande que el de médico. Médico de pueblo. “No curas a tus pacientes, curas a tus vecinos y amigos”, explica Eduardo Comas, de 63 años, catalán de nacimiento y maño de adopción. Este médico rural, coordinador del centro de salud de Cedrillas (Teruel), del que dependen siete pueblos más, saltó a la fama a principios de la pandemia de la covid por un pequeño gran milagro: mantuvo a raya el virus.

El 5 de marzo del 2020, nueve días antes del estado de alarma, Cedrillas ya se puso en guardia y adoptó precauciones que resultaron providenciales. En una reunión en el salón de actos municipal, el doctor Comas, a quien sus vecinos apodan con cariño el Jeringuillas, convenció a todo el mundo de la necesidad de precauciones que parecían revolucionarias: burbujas familiares, gel hidroalcohólico, distancia social…

Los consejos calaron rápido en una tierra de tradición ganadera, ya acostumbrada con la peste porcina a rigurosas medidas de seguridad. Cedrillas no fue el único pueblo que se mantuvo limpio de covid durante lo más duro de la primera ola, pero sí el más mediático. La residencia de mayores, que entonces tenía 30 trabajadores y 65 usuarios (el más joven de 78 años y la más veterana, de 101) se blindó y vetó las visitas: ni un contagio.

“El milagro de Cedrillas duró hasta que se inmiscuyeron los políticos”, lamenta Eduardo Comas. Una consejera del Ayuntamiento decidió que había que reabrir la residencia en noviembre del año pasado. “Familiares que eran positivos asintomáticos llevaron el virus sin saberlo al que hasta entonces había sido un búnker. Y el resultado fue catastrófico: de ser un oasis pasamos a registrar una veintena de fallecidos”.

“Todos coincidíamos en que los mayores necesitaban compañía, pero había que ser sensatos. ¿Lo fuimos? Habíamos aguantado mucho, ¿no podíamos haber aguantado un poquito más? En diciembre comenzaba la vacunación y podríamos haber aguardado al menos hasta que hubieran recibido la primera dosis y estuvieran inmunizados. Pero la residencia se reabrió a las familias un mes antes”, recuerda el doctor Comas.

Esta pequeña localidad de 650 habitantes, bañada por las aguas del río Mijares, a 32,5 kilómetros de la capital de Teruel por la comarcal A-226, es la metáfora a pequeña escala de lo que ha ocurrido en España, explica el coordinador del centro de salud. “Cuando las normas cambian cada dos por tres, a veces horas o días después de que se anuncien, el mensaje que se hace llegar a la ciudadanía es muy confuso. La gestión ha sido nefasta”.

Como todo el personal del centro de salud, Eduardo Comas ya ha recibido la tercera dosis. “Hay cosas inevitables, pero otras se deberían haber previsto”. ¿Un ejemplo? Los cuatro secaderos de jamón del pueblo facilitaron guantes y mascarillas. Él tuvo que comprar bolsas de basura de 100 litros “para improvisar equipos de protección individual: ¡no teníamos nada!”. Todos se las apañaron como pudieron y se sacrificaron por los demás.

El ejemplo de Cedrillas demuestra que el virus se puede contener a un precio muy alto, aunque el coste de no pagarlo es todavía mucho mayor. “Los políticos pueden saber mucho de votos y de relaciones humanas, pero no son epidemiólogos y deberían dejar que actúen quienes sí saben algo, ya sea poco o mucho. Yo soy un simple médico de pueblo, ni más ni menos, pero hice lo que los expertos decían que se debía hacer”.

Optimista, pese a todo

El doctor Eduardo Comas se muestra optimista, a pesar de todo. Confía que ómicron sea “la última gran mutación del virus”. Su capacidad de contagio, dice, es muy alta “y esto no ha hecho más que empezar: la Navidad es época de reuniones… ya veremos cómo acabamos”. Aunque hay casos graves, no son tantos como en anteriores olas, y la contrapartida de esa mayor transmisibilidad puede rebundar en la ansiada inmunidad de grupo”.

Lo que pasó dentro y fuera de la residencia es también el ejemplo de lo que pasa en el mundo, dentro y fuera de los países ricos. “De nada sirve que unos se protejan si otros no pueden: es fundamental que las sociedades desarrolladas vacunen a las sociedades pobres. Aquí ya vamos por la tercera dosis, y llegará la cuarta, que posiblemente sea oral, cuando en muchos rincones de la tierra es ínfima la proporción de primeras dosis”.

Pero Cedrillas dio una lección antes y después de que llegara la pandemia. “Se ha hablado mucho de las auxiliares de las residencias de mayores, aunque todos los elogios son pocos”, afirma el doctor Comas, que nació en Sarrià-Sant Gervasi, pero estudió Medicina en Zaragoza y se enamoró de una turolense, Mari Luz. “Cuando el virus entró en el geriátrico, las auxiliares duplicaron y triplicaron sus jornadas laborales y…”.

Y ni siquiera así se frenaron las muertes, lo que revela que la prevención es la mejor de las armas contra la pandemia. “He visto lágrimas de impotencia entre aquellas trabajadoras”, concluye el doctor, que elogia el altruismo de sus vecinos. ¿Cómo no hacerlo, cuando al principio de todo el hostal Casa Ramiro donó sábanas para que unas voluntarias cosieran batas para las dos enfermeras y los tres médicos del centro de salud?

Tan importante o más que la solidaridad es la gestión de la pandemia, la decisión de fijar un rumbo y una mano firme para seguir el camino. Critica el doctor Comas que hoy se pida abrir y mañana cerrar. O que se aconsejen confinamientos en caso de contactos estrechos y luego se desaconsejen. Esos vaivenes añaden ruido a un debate que debería ser coherente. Aunque, claro, quien habla así solo es un médico. Un médico de pueblo.

[Fuente: Por Domingo Marchena, La Vanguardia, Barcelona, 30dic21]

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