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21jul10
El síndrome del Caguán
La Inquisición fue poca cosa frente a la despiadada y emotiva persecución de que se ha hecho objeto a Ingrid Betancourt; después de que la exaltaron, la compadecieron y llegaron a compararla con Juana de Arco. Esa es la condición humana y una característica de la idiosincrasia colombiana.
Desde esta columna, reiteradamente, se insistió en la necesidad de organizar un movimiento civil que volviera por el territorio cercenado, al igual que el liderado por el Mahatma Gandhi, cuando se lanzó sobre las Playas de la Sal. Tales notas se publicaron así: "El recate del Caguán", julio 16 de 2000; "Del Caguán a Manhattan", 3 de octubre de 2001, "Resistencia Civil", 28 de febrero de 2001. Horacio Serpa, por aquellos años en campaña por la Presidencia, intentó acercarse al refugio de los insurgentes y, prudentemente, desistió de su intento.
Días más tarde, febrero de 2002, y en pleno auge de su aspiración presidencial, Ingrid decidió ir al Caguán, resuelta a ejercer su soberanía. Notificada del peligro que corría con su aventura persistió en su empeño. Cayó en manos de los alzados en armas y sufrió el secuestro infligido por su osadía.
La personalidad de la candidata no le permitía volver con el rabo entre las piernas. Ella había dado muestras, en su agitada vida política, de ser una mujer decidida y protagónica. Y fue protagonista de una preocupación mundial que movilizó a millones de personas. Muy probablemente, durante su cautiverio vivió día a día, no obstante el sufrimiento, la satisfacción del sacrificio. Su imagen, conocida por la circunstancia mediática del cautiverio, debió servir a muchos para reflexionar. El suplicio era una prueba del amor a la libertad y a sus ideales.
Superada la amarga circunstancia, Ingrid regresó a la vida cotidiana y su protagonismo descendió en el raiting y es aquí cuando en el silencio de sus meditaciones, de un momento a otro, movida por necesidades narcisistas, hace el anuncio de su intención de reclamar una indemnización al Estado.
Todo lo que se dio alrededor de su figura, durante la penosa retención, no fue obra suya, como para que ahora se pretenda pasarle cuenta. Fueron los medios los que se encargaron de alimentarle su ego. Si ella, obcecadamente, intentó ocupar, a riesgo de su propia vida, los predios del Caguán, esa conducta es encomiable. Un ejemplo para el pueblo pusilánime que se negó a seguirla; un ejemplo para el gobierno que prefirió cómodamente esperar la solución de la crisis por el transcurso del tiempo. Su cautiverio fue razón y motivo para que se desatara una política de seguridad que llenó de gloria al gobierno que agoniza. Entonces, por qué no admitir que Ingrid, un ser humano, en su afán protagónico y como retribución a todo lo que su imagen movilizó, tenga la pretensión de una retribución económica, que no es tan escandalosa como otras cifras que se han invertido para propósitos menos nobles.
[Fuente: Por Fernando Navas Talero, El Nuevo Siglo, 21jul10]
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