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27jun05
Descubriendo al verdugo.
Las amenazas arrancaron a finales de abril. Un cobarde amparado en el anonimato llamó para decir, en medio de horribles imprecaciones, que mataría a mi hija de 6 años, a mi esposa y a mí. Desde ese día ha vuelto a comunicarse para entregar datos del sitio donde vivíamos, de los horarios y la existencia normal de mi familia.
Unas semanas después, sumaron otro ingrediente macabro. A la sede del noticiero llegaron dos coronas mortuorias: la primera a nombre de mi esposa y de mi hija, la otra para mí.
El mismo día, otros dos periodistas recibieron ramos fúnebres. Los investigadores descubrieron que habían salido de una floristería de Paloquemao, y ésta informó que fueron despachados por otra de Pereira. Allá aseguran que pagaron esas flores en efectivo y nadie recuerda quién las ordenó.
La tortura psicológica aumentó la semana pasada. A las amenazas se agregaron atentados contra mi honra. Por internet empezó a circular un anónimo enviado al director de la revista Cambio, Mauricio Vargas.
El extenso pasquín sindica de diversos delitos y faltas a los ex presidentes César Gaviria y Andrés Pastrana, a los senadores Rafael Pardo, Juan Fernando Cristo, Piedad Córdoba, Rodrigo Rivera, Antonio Navarro, al ex ministro Horacio Serpa, al ex fiscal Alfonso Gómez Méndez y a un solo periodista: Daniel Coronell. Curiosamente, todas las personas mencionadas tienen en común una posición crítica frente a la reelección y al Gobierno.
Fue entonces cuando pedí la ayuda de un ingeniero de sistemas para ubicar el origen de este correo electrónico. Con programas como e-mail tracker y network scan, encontramos que el anónimo había salido de una dirección IP asignada a un afiliado de la ETB. Correspondía a un café internet del barrio Rionegro, cerca de la avenida Suba en Bogotá.
Mientras investigábamos la primera pista, empezó otra serie de anónimos electrónicos. El destinatario era el abogado y columnista Ramiro Bejarano.
Ramiro es apoderado de la empresa para la que trabajo en un tribunal de arbitramento. En el anónimo, lo imprecan por defendernos. Me llaman "pícaro", "bandido", "ladrón", "marica" y advierten: "Coronell, ya veréis lo que le pasará esta semana, o la que viene".
El anónimo amenazante está firmado con el falso nombre de Zarovich, título del príncipe heredero en la Rusia Imperial. El correo electrónico del remitente era ojrana2000@yahoo.com . La Ojrana fue la policía política zarista que funcionó hasta la revolución bolchevique. El zarovich había preparado su computador para enviar anónimos. Un sistema Cisco le permite --hasta cierto punto-- encubrir la procedencia de sus infamias e intimidaciones.
Pero no hay crimen perfecto. Confiado en su anonimato, volvió a escribirle a Ramiro. La tarde del domingo 19 de junio, justo en el momento en que rastreábamos su dirección IP, Zarovich se asomó a internet. Por unos escasos segundos se quitó la capucha informática, sin quererlo dio pistas sobre sus socios y, sobre todo, permitió ubicar la procedencia del anónimo.
La señal venía de una mansión en la zona de Suba, al noroccidente de Bogotá. En esa casa habita el ex congresista Carlos Náder Simmonds, titular de la suscripción de Cablenet usada para enviar el anónimo intimidatorio. Similar a otros tres que ya entregué a la Fiscalía. No puedo asegurar que él esté detrás de todas las amenazas pero, por lo menos, éstas salieron de su propia casa.
Carlos Náder Simmonds, poderoso hacendado de Montelíbano, Córdoba, y dueño de varias propiedades en Bogotá y España, es tan aficionado a la historia rusa, que su hijo se llama Dimitri.
El señor Náder, a quien jamás he visto, estuvo preso en Estados Unidos por narcotráfico y conspiración. Era amigo e interlocutor habitual de Pablo Escobar y existen varias grabaciones que lo comprueban. Entre ellas, una en la que celebra con el capo el asesinato de Luis Carlos Galán. ("Más buen muerto que un hijueputa", sentencia Náder).
Por sus antecedentes, no creo que los anónimos se puedan tomar a la ligera. Lo denuncio públicamente, con el mismo derecho que asiste al acribillado para escribir con letras de sangre el nombre de su asesino.
[Fuente: Por Daniel Coronell, Revista Semana, Bogotá, 27jun05]
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