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18jul04
Repsol YPF repite las estrategias de violación de los derechos indígenas guaraní que han hecho tristemente célebre a Endesa con el tratamiento dispensado a los Mapuche.
Hasta hace unos años, estas imágenes eran desconocidas hasta por los guaraníes de otros lugares del país. El aislamiento de tentayape le permitió conservarse como la semilla de la nación guaraní. Una preocupación los decidió a abrir las puertas de La última Casa: la explotación petrolera, a la que se niegan rotundamente.
Tentayape es una caja fuerte y la combinación está en las treinta y dos veces que se debe cruzar el río Igüembe para llegar al lugar donde vive una comunidad de 80 familias guaraníes. El camino es tortuoso y sólo puede ser transitado por un vehículo de doble tracción... o por uno de cuatro patas. Esa imposibilidad 'física' ha permitido que el mundo espiritual de este grupo que vive en la provincia Hernando Siles de Chuquisaca se mantenga intacto a través de las décadas. Ni siquiera la forma de comer ha cambiado. La dieta sigue basada en el maíz. Por eso no se explican los jóvenes por qué están viviendo menos tiempo que los antiguos, que alcanzaban y hasta superaban fácilmente el siglo de vida.
La única explicación que encontraron fue el uso de las ollas de aluminio, que en varias familias sustituyó al yambuï, nombre guaraní de las vasijas de barro. Guiranday, el encargado de la posta sanitaria en la zona de Los Sotos, último lugar poblado al sur del territorio tentayapeño, dice que los problemas más frecuentes son las inflamaciones de apéndice y vesícula. "La gente está más débil. Hace falta suero con complejo B y vitaminas. Además, parece que el agua no está muy limpia. También se usan ollas de aluminio. Por eso será", comenta.
¿Por qué se instaló la posta en la alejada zona de Los Sotos, cerca del límite sur del territorio? Cusaire, el anfitrión del equipo periodístico, cuenta que un día visitaron la comunidad dos bienintencionados funcionarios del Gobierno. "Queremos poner una posta sanitaria". Buena idea. Los comunitarios, contentos. El problema es que querían construirla con ladrillos y calaminas, pese a que los ranchos del lugar tienen paredes de palo a pique -con barro- y techo de paja.
Con su legendaria inclinación al trabajo, los tentayapeños construyeron una hermosa posta con los materiales que ellos encuentran entrañables. Para el techo usaron el carandal, una resistente variedad de paja que sólo crece a siete leguas, cerca del Pilcomayo. "Ah no, así no. El paquete viene con la casa incluida", dijeron los funcionarios, ansiosos por justificar los recursos que recibían de organizaciones extranjeras. Se les dio el gusto y por eso se construyó la posta cerca del límite del territorio tentayapeño. Guayari, el mburubicha guazu o capitán grande, comenta que no le gustaría morir en ese lugar. "Es que da gusto morirse acá", comenta Chipititi, un traductor hispanohablante que aún se sobrecoge al recordar la visión de hasta 400 personas que llegan hasta la casa del moribundo para acompañarlo, con un discretísimo silencio, durante sus últimos momentos. “Umanota oï” (está por morir) es la frase que los convoca.
La esposa llorará nueve días a su marido y jamás contraerá matrimonio nuevamente, si es que tiene hijos que puedan sembrar para ella. La señal más evidente del duelo consiste en cortar su hermosa cabellera. Si no tiene hijos, la comunidad entera se ocupará de darle sustento. Para eso habilitaron un chaco comunal de 70 hectáreas. También construyeron una enorme casa común donde guardan el grano. Los ancianos no tienen necesidad de trabajar. Antes de que una viuda ‘bote el duelo’, se pinta la cara con urucú. Al lavarse, puede participar de las fiestas. Durante la agonía, la familia se deshace en llanto y pide al moribundo que los cuide cuando esté en el otro mundo. Cuando llega el suspiro final, el querido cuerpo es depositado en el mismo rancho. No es raro que el hijo duerma sobre la tumba del padre. Cusaire lo hace. En su cuarto está enterrado también su pequeño retoño, que murió a los dos años. La costumbre tiene una explicación lógica en el respeto que se tiene a los mayores.
Hace dos meses murió una anciana y toda la comunidad decidió suspender el arete o fiesta de la Pascua y declararse en duelo. Los instrumentos musicales fueron escondidos. Por eso no fue posible fotografiar el temimbï, una quena que se fabrica quitando el corazón algodonado de la planta llamada sacharrosa. Tampoco las anguas, pequeños tambores que marcan el contagioso ritmo del arete guasu o fiesta grande.
Cuando una familia debe abandonar el luto, los integrantes se flagelan. Caminan alrededor de los abuelos y lloran. Esto sucede antes de una fiesta. Si no suspenden el duelo, la fiesta no se organiza. Al suspenderlo, pueden participar del arete pero no bailan.
La palabra del mburubicha guazu es respetada y obedecida. Los ava (hombres de la raza guaraní) acuden a él hasta por rencillas familiares. Lo consideran un padre. En las dos décadas que lleva como capitán grande, Guayari ha visto sólo una pelea entre los que llama sus hijos.
Esta anécdota muestra por qué resulta mezquino decir que son pacíficos, cuando en realidad, el ava lleva la ternura a flor de piel. Era casi la una de la madrugada del martes 29 de junio cuando el equipo de prensa llegó a la zona. Varios hombres aprovechaban la luz en cuarto creciente de Yasï, la Luna, para amontonar piedras que luego serán usadas como depósito de una toma de agua. Un grupo salió a buscar a los periodistas, extraviados entre los múltiples senderos que se bifurcan. Un abrazo cálido, una sopa caliente y la espumosa bienvenida de un yambuï lleno de siripi, colocado en el piso como es tradicional, esperaban en casa de Cusaire. El siripi es una chicha fresca. Un refresco. Su elaboración, después se supo, demora dos días.
Con el último impulso armamos la carpa y, junto a la emoción que significa estar en un lugar tan celosamente protegido, llega un sueño interrumpido solamente por la algazara de las chuñas, aves corredoras parientes del ñandú.
Al abrir el cierre de la carpa, una explosión hace mirar instintivamente el bolsón con la cámara y los lentes: con una ligereza de urinas, entre el oleaje rojo, azul y anaranjado de sus tipois, las mujeres acomodan una mesa, barren y cocinan. Sus cabelleras larguísimas ondean como en cámara lenta.
Alucinados por esa visión de belleza que para Cusaire es cotidiana, se oye el saludo: "Puama. ¿Caviño?". Sí, es un buen día y todos estamos bien. En la mesa hay maíz hervido, yerba mate y pan. El traductor cuenta que desde temprano, una de las hijas de Cusaire estuvo cerca de la tienda, cuidando que no se aproxime alguna ruidosa gallina o un curioso chanchito. "Mirá, cuidan hasta el sueño del visitante", dice Chipititi.
Ese martes, el mundo ancestral de los ava sería sacudido. Al desayuno acuden Guayari y su yerno, Yari. Varios jefes de familia también. Empiezan a contar que a mediados del año pasado, la empresa Maxus, subsidiaria de Repsol, empezó a tomar contacto con algunos tentayapeños. Preguntaron acerca de sus necesidades y ellos mencionaron radios, heladeras y otras chucherías. "¡Heladeras!", repite Cusaire y ríe. “Si aquí no hay electricidad”, comenta.
Poco después del mediodía, llega la comitiva de la empresa y representantes del Gobierno. Los miembros de la comunidad saludaron amablemente, pero no había ningún yambuï de siripi como bienvenida en el piso. Las casi tres horas de reunión pueden resumirse así:
- Ricardo Zárate, Derechos Humanos (Monteagudo): Es cierto que se firmaron documentos con la empresa, pero se actuó de mala fe. No se puede negociar un espacio sociocultural. Ofrecieron radios y otras cosas a los compañeros.
- Florentino Manuel (Asamblea del Pueblo Guaraní). Para nosotros es un abuso. Van a cambiar las costumbres y la mentalidad. Además, la ley respalda los usos tradicionales.
- Gustavo Eterovic, supervisor de medio ambiente de Repsol: La empresa tiene un código de conducta que impide cambiar las costumbres de cualquier pueblo. Más en Tentayape, un lugar donde se mantiene la cultura. Además, los campamentos están alejados. Queremos recibir sugerencias para que el trabajo se desarrolle sin molestar, en armonía.
- Arturo Velasco. (Acción Social Comunitaria, empresa PGS): Hubo varias reuniones con Yari y el segundo capitán. Se firmó un documento de autorización de paso.
- Guayari (capitán grande): Hubo una firma sin entendimiento. Tal vez con engaños sería, sin consentimiento de los otros. Lo que queremos es estar en paz. Que se paralice todo el trabajo, si no, vamos a tener que pelear.
- José Bailaba (diputado): La gente de la empresa me dijo que no hay petróleo en Tentayape. ¿Por qué insisten en ingresar?. El que quiere ayudar, lo hace sin condiciones.
- Gustavo Eterovic: Fuimos transparentes. Ofrecimos ayuda sin chantajes. Hay actas con segundos capitanes.
Este funcionario se refiere a un documento privado de acuerdo para el ingreso a la comunidad, que es también un compromiso de compensación por "algún deterioro o daño relevante comprobado". Tiene fecha de julio del año pasado, el sello de Guayari y ninguna firma por parte de Tarija Ecogestión, subsidiaria de Maxus, a su vez subsidiaria de Repsol. También hay otro documento, firmado el 18 de junio con las huellas digitales del capitán grande y por casi 30 tentayapeños. En él, todos rechazan el ingreso de Repsol al territorio guaraní. También piden que el Poder Ejecutivo se pronuncie. Apoyándose en los primeros documentos, Eterovic lanzó estas palabras, que precipitaron su salida de la comunidad:
"Lamento el accionar de las Ong y los asesores. Sé que no es el sentimiento de ustedes. Si nos hubieran pedido un asesor cultural, con gusto lo habríamos proporcionado". Bailaba respondió que la empresa misma estaba presente, en ese instante, con asesores; que el presidente Mesa estaba rodeado de ellos. El escritor David Acebey, que no estaba participando de la reunión, sugirió que traigan al Ejército y exterminen a los tentayapeños para que el trabajo de exploración se haga sin problemas. "Además, quienes necesitan un asesor cultural de Tentayape son ustedes. Aquí no hay ladrones, no hay prostitutas. Se duerme con las puertas abiertas y hay solidaridad". En ese momento, Eterovic se inclinó y susurró algo a su acompañante.
El representante de Derechos Humanos reaccionó: "Cuando el escritor dijo que los exterminen, el señor de la empresa susurró que mejor sería". Suficiente. Eterovic se molestó y pidió que no le atribuyan palabras que no dijo. Se levantó y se fue. No se dio cuenta de que hacía un instante que habían traído un yambuï con chicha, tal vez para hacer una despedida amable. No quiso responder a dos preguntas importantes: ¿Hay petróleo en Tentayape?¿Van a suspender los trabajos? Su gesto fue interpretado por los tentayapeños como una falta de educación y cultura. El funcionario dijo que Repsol tiene derechos, y que los hará valer frente al Estado boliviano.
Dos días después, durante la jornada final, se entiende mejor la molestia de los tentayapeños. Después del desayuno de despedida, un enviado del capitán Guayari llega con la invitación a almorzar. Ha empezado el rito de la salida, que en ocasiones puede prolongarse durante un día entero. Su hermano Guirandiyu espera para llevar a los visitantes a su rancho. Ahí hay un yambuï lleno de siripi. El día anterior, durante el desayuno, Cusaire sorprende a sus visitantes. Sus hijas y algunas jóvenes de otras familias se van a vestir, pese al duelo, con sus trajes de fiesta. Sus explicación, tan sencilla, nos deja mudos: “Queremos que se lleven algo más de nosotros”.
Por supuesto, no van a bailar. Con sus ruborizadas risitas adolescentes comienzan a preparar la isita caragua (moña de cinta) que adornará la cabeza. Manillas y pendientes se confunden con el amarillo, azul y blanco del tipoi de fiesta. El cantar metálico del corepoti risï o “plata en fila” se instala en el cuello de las cuatro jóvenes. Son monedas bolivianas o argentinas. Antiguamente usaban las libras esterlinas de los ‘tapados’ puestos bajo tierra por los hacendados. Bacuire, el anterior capitán grande, dejaba boquiabiertos a los comerciantes de Cuevo y en Camiri. La última Casa ha dejado una puerta abierta: “Cuando terminemos el trabajo de la toma de agua, vamos a hacer un arete. Ya vamos a botar el duelo. Vengan”.
Guayari.
Habla el Capitán Grande
Fue una sorpresa escuchar a Guayari decir que si la exploración petrolera no se detenía, tendrían que pelear. Al terminar la reunión, explicó que había usado las palabras de Bacuire, su padre, enterrado a 20 metros del lugar donde se desarrolló el encuentro con la empresa y el Gobierno.
Pese a haber permanecido inalterada durante décadas, la comunidad ha experimentado algunos cambios. El capitán se remonta a su infancia y se describe a sí mismo fabricando arcos y flechas. Sus amiguitos hacían lo mismo. Luego, salían en búsqueda de algún animal para afinar la puntería. La víctima del montaraz entrenamiento infantil era un pajarito llamado cure-cure. Esta pequeña ave es tan confiada que permite a las personas acercarse. Copiando el paso sigiloso de los cazadores mayores, los niños se acercaban a los pajarillos y disparaban sus flechas. Cuando fallaban, el cure-cure sólo caminaba unos pocos pasos, y seguía ahí, al alcance de la mortal tensión del arco. Lógicamente, el juego terminaba cuando el pájaro recibía el flechazo definitivo. Por las noches, con los arcos aún ansiosos, salían a cazar chaicitas (picuy, en lengua ava). "Ahora, en cambio, los changos juegan al fútbol", dice el mburubicha. Hay tres equipos en el lugar. Uno se llama Guaraní y los otros aún no tienen nombres.
El escultor Juan Bustillos fue el árbitro de uno de esos encuentros, hace casi un lustro. El partido era parte del Arete Guasu, y como era de esperar, el artista estaba trasnochado y algo de chicha le sobraba en la cabeza. No le apetecía corretear por el campo, donde se enfrentaban los locales con una comunidad visitante. Diez minutos antes de terminar el juego, los locales empataron. Guayari se acercó al tambaleante árbitro y le pidió que termine el encuentro. "Cualquiera de los dos puede ganar, y el otro va a estar triste", dijo sabiamente Guayari. Juan Bustillos no dudó en dar el pitazo final. La alegría del Arete continuó con dos ganadores (que es la otra forma de entender un empate).
El escritor David Acebey recuerda otro encuentro, aunque en realidad es una imagen. Era un tiro libre. Mientras el jugador se alistaba para patear, mirando fijamente el balón, sacó un poco de tanimbo (ceniza de caraguata) para endulzar el acullico. Todos los jugadores tenían una bolsita verde con coca amarrada en la cintura.
Otro juego de moda era el boto. Se fabricaba una pelotita con chala seca de maíz, se envolvía con otro pedazo de chala, teniendo cuidado de que el extremo quede deshilachado como una plumilla. Se jugaba golpeando con las palmas la liviana pelota. Uno de los fanáticos del juego era Cachara, el hombre más viejo de Tentayape. Según los cálculos, está cerca de los cien años. Era muy estricto; cuando uno de sus pupilos perdía, es decir, dejaba caer el boto, le arrancaba como penitencia los delicados pelillos que están detrás de la oreja. Cuando Cachara dejaba caer el boto, cuenta Guayari empezando a reir, ¡una avalancha de muchachos le caía encima y, riendo, le arrancaban los pelillos!, dice, acabando la historia entre carcajadas.
¿Y las costumbres del matrimonio no han cambiado?. El mburubicha explica que hay dos formas de contraerlo. La primera consiste en el clásico permiso al padre de la novia; la segunda es el robo, que ocurre durante las fiestas. Con el romanticismo estimulado por la chicha, se van a un lugar apartado del monte y no aparecen más. “Al otro día, los dos avisan”, comenta Guayari. La pareja, que ya sabe de la intimidad, pide formalizar la relación.
"Las dos formas son correctas", sentencia el capitán. ¿Y usted, Guayari, pidió la mano o robó a su mujer?. La familia de la que hoy es su esposa tuvo que viajar fuera de la comunidad. Dejó a la hija y a su hermana en un cuarto. No era raro que el soltero Guayari las visite. "Tal vez sabían que yo era un buen hombre. Por eso confiaron", dice. Ocurrió con la pareja lo que es de suponer y Guayari cumplió.
El líder de los tentayapeños no ve con buenos ojos que los jóvenes empiecen a 'acullicar' coca a una edad temprana. En su época, la costumbre de mascar la hoja (aunque en realidad no se la mastica) no estaba tan extendida. Bacuire no coqueaba. "A mí me daba vergüenza coquear en su delante. Sólo lo hacía en el trabajo y fuera de la casa. Eso sí, fumaba de vez en cuando", recuerda.
En los tiempos antiguos, los niños no asistían a las fiestas. Ahora, los padres los llevan y arman su arete pequeñito. "Desde muy temprano ya son bailadorcitos. Los padres se descuidan", protesta.
Algo que no ha variado mucho es la edad a la que se contrae matrimonio. Para tener una mujer, el ava debe sembrar su propio chaco. Si continúa trabajando en la parcela de sus padres, la parte que le corresponde tiene que ser suficiente para mantener a una familia.
Las mujeres no tienen prisa en encontrar marido. Aunque no faltan las parejas formadas a los 19 años, algunas se unen a los 25 o a los 30. Los divorcios son extremadamente raros. Hay un aspecto en el que superan claramente a los ‘civilizados’: Jamás pegan a los niños. Eso no significa que no los disciplinen. Toda la comunidad les enseña a trabajar.
¿Universidad? Si la gente quiere, voy
Diez años de edad tenía Yari, yerno de Guayari, cuando llegó a Tentayape un comerciante de Cuevo. Se casó con su hermana mayor y finalmente fue a vivir con la nueva familia. “Harto trabajé con mi cuñado. Por Ingre, Cuevo, Huacareta y Yapi íbamos a pie, llevando burros y chivas”. A sus 16 años, ya no le gustó que no lo trataran bien. Ni siquiera su hermana. Decidió irse a Potrerillos y ahí aprendió a leer. “Quería aprender más. Sabía que en cualquier momento, la comunidad me necesitaría”. Aprendió plomería y saneamiento básico. Estudió topografía y participó en un proyecto de salud de Médicos Mundi. Estudió en la Escuela Técnica de Salud de Tatarenda y luego obtuvo el bachillerato. Todo esto provocó la desconfianza de la comunidad. El esfuerzo le destrozó los nervios y estuvo a punto de desertar. Lo ayudó su esposa, Abusay, y se consoló con Yarimbare y Arabusay, sus dos hijos. Ahora que su comunidad confía nuevamente en él, se atreve a pensar en estudiar Derecho. Eso dependerá del apoyo que reciba para convertirse en el primer profesional de Tentayape.
Los sonidos del guaraní son una caricia para el prójimo.
Las jóvenes caminan tomadas de la mano, sonriendo. Una esposa es capaz de permanecer durante horas acariciando y peinando a su marido (la cabellera larga de los hombres, rara vez fotografiada, está siempre envuelta en un pañuelo. Por eso los llaman cimbas).
Algunos pequeños asisten a las reuniones de sus padres y escuchan las graves preocupaciones de los mayores sentados en sus rodillas, sin decir una palabra. Mientras eso ocurre, el padre acaricia la infantil cabecita y el niño pasa la mano por la nuca del progenitor.
Una constante ternura es lo que se puede ver en las labores que llenan el día. Después de juntar los animales y hacer otras labores sencillas, los niños dedican el tiempo a trepar y caer de los algarrobitos o de cualquier árbol que esté al alcance de su inquietud. Tal vez este constante acercamiento físico es producto del idioma. Cuando se oye conversar a dos guaraníes, el tono de voz es quedo y suave. Chipititi, el traductor, considera que el guaraní es un idioma para acariciar al prójimo. “Sus sonidos transmiten consideración hacia el otro. Hay varios giros afectuosos. En guaraní no hay malas palabras. No inventaron las malas palabras, como en castellano”, dice.
Chipititi se siente sorprendido por el cambio que experimenta al hablar su segundo idioma. Durante sus años escolares, compartió las aulas con niños guaraníes. Las mujeres que lo cuidaban le hablaban en ese idioma. Pese a que en su naturaleza está el ñee, que es como identifican los guaraníes a su lengua, aún se sorprende cuando constata que, al hablarla, es difícil reñir al prójimo. “Para mimarse hay mil palabras. Hay diminutivos que te reducen al tamaño de una gota de miel. Por ejemplo, sus palabras les permiten decir ‘cómo queremos a este hombrecito-chiquito-hermanito’. Eso no se puede traducir con fidelidad, y eso que tengo mucho afecto por el castellano, me gusta leer y siempre estoy pendiente de las palabras que tengan un significado especial”, razona. ¿Y el castellano? A Chipititi, su lengua materna nunca le mereció una reflexión especial. Sin embargo, reconoce que en su idioma es bastante sarcástico, “hasta jodido”. En guaraní, la conciencia de las palabras despierta y hasta las promesas que hace adquieren un peso que va más allá del compromiso: “En guaraní no le puedo fallar a la gente. En cambio, el castellano es una lengua para comunicarme”.
Sus nombres fueron alterados por funcionarios.
Pocos ejemplos bastan para mostrar la forma en que la música del ‘ñee’ resuena en La última Casa. En los nombres que usan los tentayapeños están encerrados pequeños pensamientos poéticos. Es el caso de Güirandiyu, nombre masculino que significa ‘pájaro amarillo’. Uno de los nombres más hermosos es femenino: Yasirenday, cuya traducción es ‘luna que brilla’. Con esos nombres, no hace falta más para identificarlos. Pero el Estado no lo entiende. Exige que todos tengan apellidos materno y paterno. Yari recuerda que cuando fueron los funcionarios de Sucre a iniciar el trámite de la cédula, vieron que no usaban más que un solo nombre. Sin empacho, les anotaron apellidos inventados. “Hay Garecas y algún Mamani”, cuentan. Por ese motivo, los comunitarios decidieron usar los nombres de sus padres como apellidos. Así, Guayari lleva como apellido Bacuire, el nombre de su padre. Quieren tener su propia oficina de registro.
La declaratoria de patrimonio tiene un proyecto de ley.
El 7 de julio, el secretario del Comité de Planificación de la Cámara de Diputados, José Bailaba, presentó un proyecto de ley para declarar Patrimonio Histórico Nacional a la comunidad de Tentayape. Más de 100.000 guaraníes de Chuquisaca, Tarija y Santa Cruz consideran a esta zona como la semilla de la nación guaraní. El Congreso debe considerar si declara al lugar “Patrimonio histórico cultural y natural de los guaraníes simbas, por la preservación cultural intacta en relación a su origen y el trabajo de reafirmación de su cultura, su historia y la conservación de su idioma en forma autónoma”. El proyecto menciona específicamente la posibilidad de que empresas transnacionales ingresen a su territorio, alterando los patrones culturales. Invoca la Constitución y el convenio 169 de la OIT. Pide sistemas de riego y agua potable.
Documentos de Repsol y de los comunitarios.
Ante el no rotundo al ingreso a la TCO (Tierra Comunitaria de Origen) de Tentayape, funcionarios de Repsol mencionaron la posibilidad de hacer valer sus derechos ante el Estado. Uno de los documentos en los que basa su argumento es un acta de consulta pública. El acta certifica que Maxus ha explicado los alcances del proyecto de sísmica en el área, incluido el plan de desmonte. El acta sólo tiene las impresiones digitales de los comunitarios, por lo tanto, no es válida, según explica el abogado Carlos Orozco. Tampoco hay un reconocimiento de firmas o de impresiones digitales. “Las TCO se rigen por sus propias reglamentaciones según la ley 1970. Ni la justicia puede aplicarse como en el resto del país”, afirma. Tentayape se ha reunido de emergencia y ha considerado cerrar los caminos de su territorio. “Pueden hacerlo, porque ellos son dueños de la TCO en calidad definitiva”, dice Orozco. Es posible que otro de los recursos de la comunidad consista en una representación ante la OIT. El Convenio 169, aprobado por las leyes bolivianas en 1991, estipula que las comunidades deben ser consultadas en casos como éste. Según un funcionario de Repsol, es posible que el área de exploración de Tentayape sea abandonada. La ley también lo contempla.
No hay religiosos ni maestros.
Bacuire fue, para quienes lo conocieron en Igüembe, Cuevo, Monteagudo y Camiri, un visionario. Se adelantó más de medio siglo a las reivindicaciones que planteó el ‘oenegismo’ a mediados de los 90. Territorio, libre determinación, recuperación del idioma y del modo de vida fueron los motivos de su lucha desde que le entregaron Tentayape como pago por sus servicios. La tierra siempre perteneció a los ava. Fueron avasallados y hasta se pretendió su exterminio en 1892. Esa masacre, cometida por el ejército boliviano, que respondía a los intereses de la oligarquía mestiza, se conoce como la Masacre de Curuyuqui. Las mujeres y los niños fueron llevados a las haciendas y así se consolidó el ‘apatronamiento’. Empezaron los abusos y la explotación. A cuenta de la mísera paga, los hacendados entregaban víveres y ropa, que el peón ava nunca terminaba de pagar. Muchos huyeron a Argentina (Baporenda, como le dicen en su idioma) y otros huían de las haciendas para irse a otras donde los trataban mejor.
Bacuire trabajó como ‘apatronado’. Después, como pago por los servicios prestados, recibió una porción de tierra. Sucedió en las postrimerías de la guerra del Chaco, donde fue a combatir. Ese pedazo de tierra fue el núcleo de lo que hoy es Tentayape. A partir de ahí, la lucha por la consolidación de la tierra marcó sus últimos días como capitán grande. Por lo avanzado de su edad, que era más que centenaria, hace más de dos décadas dejó el mando a Guayari, su hijo. No es el mayor, pero es quien respondía al perfil necesario de un líder.
Diez años tardó la comunidad en terminar los trámites que los llevaron a Camiri, Santa Cruz y La Paz. Hoy, con el territorio consolidado, la conciencia de la autonomía es fuerte y la solidaridad alcanza grados que no se ven en el mundo que antes se llamaba ‘civilizado’. No hay prostitutas ni ladrones en Tentayape. Pero a diez minutos de su límite sur, la cosa cambia. Involuntariamente, durante la visita al campamento petrolero de Iboca, se encontró una carpa atendida por Richard Gallardo. Cuando se preguntó al propietario si conocía del problema que había sacudido a la localidad de Palos Blancos, respondió que sí. El problema en cuestión surgió cuando el ex empleado de una petrolera instaló un prostíbulo para atender a la gente del campamento. “Había muchas violaciones”, comenta el dueño de la carpa. “Pese a todo, cerraron el local, que era de mi hermano”. Ahora, en una carpa para tres personas, cuatro trabajadoras sexuales contratadas en Villamontes prestan servicios a los exploradores. A todo eso, Tentayape ha cerrado sus puertas. Lo mismo hizo con quienes querían instalar una escuela y una iglesia. Eso no significa que no les interese el conocimiento ni que carezcan de sentimiento religioso.
Simplemente consideran que la escuela empezará a dividir a la comunidad, lo mismo que la religión. Mariano Rojas, capitán grande de Kaipipendi-Karovaicho, reconoce que la religión dividió a la familia ava. Lo dice pese a ser evangelista. “Si el Gobierno ni nosotros hemos podido convencer a nuestros hermanos, mucho menos podrá hacerlo una empresa”, dice .
El bloque Kaipipendi, de 649.000 hectáreas, es uno de los más ricos en gas.
[Fuente: Por Javier Méndez, El Deber, Santa Cruz de la Sierra, julio de 2004]
Este documento ha sido publicado el 18jul04 por el Equipo Nizkor y Derechos Human Rights |