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18sep08
Buscando a los renegados de Porvenir
El único que no da manotazos para espantar a los mosquitos y que apenas suda es el guía de la expedición: un hombre sin edad, de pómulos salientes, que responde al nombre de Artemio. Cada vez que deben adentrarse en la selva, los militares, los investigadores o los turistas ecológicos lo contratan a él. Nadie mejor que Artemio conoce la selva que cubre más de la mitad de la provincia de Pando, al norte de Bolivia.
En esta ocasión, el indígena agürana presta servicios a una patrulla de soldados y de voluntarios de la Cruz Roja, que ha salido en busca de los hombres que deambulan desde hace días por el bosque, sin víveres y expuestos a la mordedura de las yararacusú (una especie de víbora) o los zarpazos de tigrecillo pardo.
Se presume que la mayoría de los extraviados pertenecían a la milicia que una semana atrás dio muerte a 18 campesinos, partidarios del gobierno de Evo Morales. Otros son funcionarios de alto rango, que habrían huido de Cobija, capital de la provincia, tras el arresto del gobernador Leopoldo Fernández, a quien el Ejecutivo acusa de ser el autor intelectual de la "masacre" que el bando opositor califica de "enfrentamiento".
Los unos y los otros temen ser arrestados y, todavía más, a la venganza de los familiares de las víctimas. Como parte del acuerdo que suscribió con los gobernadores rebeldes, Evo Morales prometió no realizar nuevos arrestos. Pero los fugitivos, o no estaban enterados, o no se fían de la palabra del presidente.
Abre la marcha Joaquín Meyerson, médico de la Cruz Roja, esgrimiendo la bandera de la institución. Le siguen Tito Contreras, el párroco de Cobija, y voluntarios que cargan botiquines de primeros auxilios o mochilas con alimentos en conserva. En la retaguardia van los soldados con fusiles ocultos bajo las capotas, para no inspirar miedo.
En la batida de ayer encontraron a dos hombres exhaustos, con la ropa en hilachas, tumbados en el refugio que improvisaron con hojas de palmera amazónica. Ambos fueron ingresados al Hospital de Cobija sin que se les haya podido interrogar, puesto que deliran de fiebre.
Al cabo de una hora o más, la columna llega a un caserío sin nombre. De las viviendas rústicas asoman los rostros amarillentos de las mujeres y sus crías. El paludismo es endémico en esta zona. Responden con evasivas a las preguntas del guía que ahora hace de intérprete. No han visto a nadie.
La actitud cambia cuando les obsequian cigarrillos, carne enlatada, golosinas a los niños. Temprano en la mañana vieron a unos 'moroti' ('extranjero' o 'blanco' en guaraní) yendo hacia el río Acre. Por la descripción que hacen —bien vestidos, de rápido andar— se puede inferir que son excursionistas, traficantes de droga... Cualquier persona menos los desharrapados a quienes se pretende rescatar. Un suboficial afirma que si se les hubiese regalado caña (bebida alcohólica), las mujeres habrían dado pistas. A los soldados también les sentaría bien un trago de caña, en medio del calor que hace. Pero el nuevo jefe del Ejército, Luís Trigo, se los tiene prohibido.
A una señal del teniente, se reanuda la marcha con bostezos y rostros avinagrados. La caminata es poca cosa para estos muchachos que pasan por encima de los troncos caídos con la liviandad de una bailarina. Les fastidia prestar ayuda a "unos revoltosos", en vez de hacer cumplir el estado de sitio en Cobija, donde pueden cortejar a las muchachas y comer sancochado, un exquisito plato local.
¡Alto! El guía ha descubierto unas huellas en el húmedo sendero y se acuclilla como si quisiera olfatearlas. Esas pisadas conducen hacia el mencionado río Acre, frontera natural entre Bolivia y Brasil. Pero Artemio dice en su español musical que las huellas no son frescas: quien las hizo ya debe de haber atravesado el límite entre los dos países. Se sabe que al menos veinte milicianos o funcionarios huyeron a los pueblos brasileños de Brasiléia y de Epitaciolandia, donde recibieron albergue y comida.
Luego de trasponer las ruinas de un antiguo ingenio donde se procesaba el caucho, el teniente de bigotito rubio dice que es hora de volver. Antes de hacerlo, los expedicionarios de Cruz Roja clavan carteles en los árboles, informando a los extraviados de la amnistía concedida por el gobierno. Al emprender la retirada, hay decepción en las caras de esos voluntarios y chispazos de alegría en los ojos de la tropa.
[Fuente: El Mundo, Porvenir, Pando, Bol, 18sep08]
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