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20oct14


Freddy Maymura en la trinchera del tiempo


Era la entrevista más corta que había tenido en toda mi vida periodística, con una sola pregunta y corta: ¿Cuál es el interés reciente del pueblo japonés sobre el Che Guevara?

Hace dos días había llegado de Cuba a Bolivia, un equipo de japoneses, dirigido por el cineasta Junji Sakamoto, uno de los directores contemporáneos más destacados del país nipón. Después de 47 años de la muerte de mi tío Freddy Maymura Hurtado, descendiente de japonés y guerrillero que luchó con el Che Guevara, el interés, como respondió, a través de un traductor, el director de la película que filmará pronto la vida de mi tío, "es creciente, pero aún es reducido el sector de la población interesado en conocer la guerrilla del Che".

Llegué con mis dos hijos a la casa de mi mamá, Mary Maymura Hurtado, para conocer a los cuatro japoneses que concretarán uno de los sueños más preciados de la familia: aportar con un filme a la inmortalización de mi tío Freddy Maymura y que quede como herencia su vida ejemplar para las nuevas generaciones, como insiste siempre mi madre.

Dijeron que partirían al día siguiente a Vallegrande con todos los equipos de última generación de filmación y después de unos días de permanecer allí, se trasladarían a Camiri, y otras localidades en las que estuvieron los guerrilleros del Che en 1967.

Antes de retirarme de la mesa esa tarde, llena de trozos de fruta fresca de la temporada en platos de porcelana y bolsitas de mate de coca, que se servían los invitados de ojos rasgados y venias atentas hasta con los niños presentes, me detuve con la mirada en una revista con signos de letra japonés, con textos rodeados por una imagen del Che. De pasada pregunté si era la famosa manga japonesa, con la sorpresa de la respuesta del traductor de que no sólo eran tiras cómicas niponas o historietas, sino que era una manga dedicada a la vida de mi tío Freddy, publicada hace unos cuatro meses en ese país. El director Sakamoto le trajo de regalo a mi madre y el traductor comentó que era la primera manga dedicada a un boliviano.

La imagen de mi tío Freddy y del Che Guevara estaban junto a los dibujos de la niña judía Ana Frank, del fundador de la iglesia protestante Martin Luther King, de Neil Armstrong, el primer astronauta que pisó la luna, del líder nacionalista palestino Yasser Arafat, entre otros personajes históricos destacados.

Eran los comics japoneses dedicados a los más grandes, a los inmortales de la historia, entre ellos el Che y el guerrillero de origen japonés, nacido en el Beni.

El contenido principal de la manga era la emboscada militar de los guerrilleros de la Retaguardia del Che y el asesinato de seis combatientes en el río Grande. La participación de mi tío Freddy como sobreviviente de ese hecho y luego inmolado como un héroe por resistir los interrogatorios de los militares y por proteger con su vida a sus camaradas de armas.

Al despedirme, sin poder comunicarme en su idioma y sólo con señas, cruzaban en mi cabeza la imagen en la televisión de esas largas filas de japoneses que al frente de las tiendas de productos tecnológicos, esperaban su turno para comprar el último Ipod, el 6, de Apple. Me preguntaba si esa masa de jóvenes nipones, algún día tendría interés en ver la película de mi tío Freddy y si su mensaje les llegaría como a mí, hasta en las imágenes que tuve que reconstruir por su ausencia.

La primera vez que lo vi, todavía tenía la tierra vallegrandina soldada a sus huesos y unos cuantos pedazos del uniforme verde olivo, lo sostenían durante 32 años. Junto a sus siete compañeros que compartían la penumbra de una fosa, el esqueleto de mi tío Freddy, con los brazos extendidos, las extremidades inferiores y superiores tiesas, y los orificios de los ojos llenos de arena rojiza, se levantó de la muerte con su propio ritmo cardiaco para la historia.

Aferrada a esa historia de luto, a ese minuto de silencio y desencuentros en el otoño de 1999, toneladas de tierra habían sido levantadas de ese perímetro, donde aquel agosto de 1967, los militares bolivianos habían lanzados los ocho cuerpos sin viva de los guerrilleros de la Retaguardia del Che Guevara, después de lacerados, torturados y asesinados.

Por la tarde del 31 de agosto, por la traición de un campesino llamado Honorato Rojas que vivía en las orillas del Río Grande y que guió a los diez guerrilleros de la Retaguardia a una emboscada en un cruce de Puerto Mauricio, los soldados, dirigidos por el entonces capitán Mario Vargas Salinas, dispararon por todos lados y sólo sobrevivieron Freddy Maymura, el médico o Ernesto, y José Castillo Chávez, el Paco. El guerrillero Restituto Cabrera, el Negro, había escapado; pero días después, lo capturaron y lo mataron.

Una misión científica encabezada por el director de Medicina Forense de La Habana, Jorge Gonzáles, me guiaba por las gradas de tierra que habían construidos para bajar los tres metros de la fosa común en inmediaciones de del Club Rotary de Vallegrande y cotejar los hechos históricos con el hallazgo, la identificación de los esqueletos y el trabajo científico para aclarar ese capítulo de la historia de la guerrilla de Ñancahuazú.

Como sembrados dentro un vergel de tierra húmeda y gérmenes de heno, los esqueletos enumerados por los científicos, se oxigenaban con el aire de las montañas de Vallegrande y los fusilados de sol que ya no eran de paso, agrandaban ese cuadro de dolor y ausencia.

El esqueleto seis me había conectado. Mis ojos no dejaban de repasarlo desde sus falanges, metatarsos y tarsos, cubiertos por unas cuantas hebras de lana roja que habrían sido calcetines, y unas botas deshechas de cuero. Sin los antecedentes sobre tu anatomía, sentía, sin embargo, con certeza que era mi tío Freddy, el tercero de los cinco hijos que tuvieron Antonio o Junkichi Maymura Hojara, quien fue parte de primera inmigración japonesa en Bolivia y su esposa beniana Rosa Hurtado Suárez.

Después de los estudios de ADN que duraron quince días en el hospital japonés de Santa Cruz, Bolivia, los científicos me confirmaron que el esqueleto 6, reducido en una pequeña caja de madera para su traslado posteriormente al mausoleo del Che, en Santa Clara, Cuba, era el guerrillero de ascendencia japonesa.

En una casa blanca con dos árboles de tamarindo en la retaguardia, sobre la calle La Paz de Trinidad, mi tío Freddy nació con partera el 18 de octubre de 1941, primerizo con siete meses de gestación, de baja estatura y con peso menor a los dos kilos. Era lo que más me tocaba el alma cuando de niña mi madre, Mary Maymura Hurtado, la mayor de los hermanos, me contaba que su hermano Freddy, por su tamaño tan pequeño, no podía succionar la leche de los pechos de su mamá, y que ella, con un acto de desesperación y absoluto amor, remojaba un pedazo de algodón con el primer suero ambarino y le goteaba a su boquita para alimentarlo.

Creció fuerte como un Toborochi, el árbol tradicional de las tierras bajas del Oriente boliviano, con el tronco grueso y firme. Las raíces tan largas, como las ramas que se extendían hacia otros paisajes, donde descienden por las cristalinas aguas de los ríos caudalosos de esos dominios paradisiacos.

Pero esas aguas de los ríos Mamoré, Ortho, Madre de Dios, Beni, crecían desmedidamente e inundaban Trinidad, afectando especialmente a los barrios más pobres, más desamparados donde la gente habita en chozas de hojas de plátano y las necesidades cada vez eran más apremiantes.

Esas sensibles escenas de los damnificados, de los afectados por las inundaciones, de las enfermedades que se llevaron a muchas y muchos trinitarios por la falta de medicamentos y atención médica oportuna, rápidamente y desde muy temprano, ayudaron a crecer una sensibilidad social en mi tío Freddy y una conciencia social que derivó en el interés de ser miembro del Partido Comunista de Trinidad.

Después de intentar inscribirse a la Facultad de Medicina de La Paz y por el rechazo de las autoridades de esa casa de estudios por considerar que sus ideas eran de extrema izquierda, pronto logró acceder a una beca para estudiar medicina en La Habana, Cuba, y por sus méritos académicos allí, junto a sus intereses revolucionarios de aportar a un continente como médico y a la lucha por lograr una sociedad más justa, sin pobreza ni explotados, se unió en noviembre de 1966, al grupo guerrillero dirigido por el Che Guevara.

Después de la emboscada en vado de Puerto Mauricio el 31 de agosto, donde también murió la guerrillera Tamara Bunke Bider (Tania), los soldados capturaron a mi tío Freddy, quien tenía una herida en un hombro y José Castillo Chávez en una pierna. Para que la estrategia militar se complete y se aclare quiénes eran los guerrilleros caídos en las aguas del Río Grande, se impuso la violencia militar y los torturaron. En ningún momento mi tío Freddy identificó los cuerpos y cuando los militares le ordenaron que grite Viva Bolivia, lo hizo; pero ante la orden de avivar a las Fuerzas Armadas de Bolivia, se resistió sabiendo que lo podían matar.

De inmediato Paco, el otro guerrillero, escuchó el último disparo que terminaría con la vida de mi tío. Al único sobreviviente, le perdonaron la vida por identificar los cuerpos y durante más de 40 años, vivió un infierno por haberlo hecho. Lo entrevisté tres años antes de su muerte, el año 2007, y en un café de La Paz, así me lo confesó.

Con los ojos más grandes de lo real, el personaje boliviano principal de la manga japonés, mi tío Freddy, resucita y vuelve a morir con el ingenio del artista nipón de la serie de los dibujos, pero estaba vez para los ojos de miles de lectores en varios países del mundo.

[Fuente: Por Vania Solares Maymura, Adital, Fortaleza, Bra, 20oct14]

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