EQUIPO NIZKOR |
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09jun05
El jefe del Comando Sur arribó a Buenos Aires para analizar la situación de Bolivia.
Roto e irreparable el mecanismo que sostuvo hasta el 7 de junio al renunciante presidente Carlos Mesa, se despliegan en Bolivia las fuerzas de la revolución: obreros, campesinos e indígenas ocupan campos petrolíferos en Santa Cruz de la Sierra y en Sisa Sica cortan el paso de crudo hacia Arica; La Paz continúa ocupada por mineros, jóvenes y pobladores de El Alto; miles de campesinos e indígenas acuden a bloquear los accesos a Sucre, donde pretende reunirse el Congreso en desesperado intento de las clases dominantes por sostener el andamiaje de un poder que se desploma.
No es sin embargo un sucesor de Mesa el medio escogido para enfrentar la insurreción popular. Las disputas por entregar el mando al presidente del senado, el de diputados, o al titular de la suprema corte de justicia -este último podría convocar a elecciones adelantadas- son sólo argucias para ganar tiempo. Dentro y fuera de Bolivia el capital sabe que frente a la revolución, sólo restan dos recursos: la disgregación territorial del país y la intervención militar desde el exterior. De hecho, el primero -y las consecuencias inmediatas que acarrearía- podría ser la excusa para el segundo.
Por eso el jefe del Comando Sur del ejército estadounidense, general Ben Craddock, arribó de sorpresa a Buenos Aires en coincidencia con la renuncia de Mesa y su pedido a Brasil y Argentina para que intervengan en la solución de la crisis. Craddock evalúa su respuesta junto con los titulares de los ejércitos del Mercosur y el de la propia Bolivia, mientras los gobiernos de Néstor Kirchner y Lula da Silva enviaron respectivamente como mediadores a Raúl Alconada Sempé y Marco Aurelio García.
He allí las tres grandes fuerzas protagonistas de un momento crucial para la región: obreros, campesinos e indígenas de un lado; del otro el imperialismo estadounidense en su expresión más cruda de amenaza militar; y dos gobiernos clave a los que se les propone una solución análoga a la empleada en Haití: enviar tropas con una doble excusa: “mantener la paz, ayudar a la democracia”; e “impedir que sea Estados Unidos quien despliegue en Bolivia el dispositivo militar”.
Esos fueron, en efecto, los argumentos de Brasilia primero y Buenos Aires después para justificar el envío de tropas propias a Haití, esgrimiendo a la vez un discurso soberanista e, incluso, antimperialista. Pero si aquella falacia pudo ser hasta cierto punto disimulada ante la población, su repetición respecto de Bolivia no tendrá la misma oportunidad y, si acaso pretendiera reeditarse, ambos gobiernos serían abierta e inmediatamente identificados como instrumentos de la contrarrevolución manipulados para yugular la justa sublevación de un pueblo en defensa de sus riquezas naturales saqueadas durante cinco siglos y dispuesto a tomar el destino en sus manos.
De modo que en Bolivia, además de la revolución nacional, participativa y antimperialista que ya choca en las calles con las empresas multinacionales y los capitalistas locales, se juega la definición concreta de dos gobiernos que, nacidos de una voluntad popular análoga, han recorrido el sinuoso camino del doble discurso y la inútil búsqueda de una tercera vía entre la revolución y la contrarrevolución.
Mientras tanto en Bolivia las fuerzas insurgentes procuran definir un programa de acción común y dar cuerpo a un centro efectivo de poder alternativo. Ambos factores están hoy ausentes en el torbellino revolucionario. De la inteligencia y la audacia con que se avance en ese sentido depende en gran medida el curso de los acontecimientos inmediatos.
Pero en cualquier hipótesis la revolución está en marcha. Es un imperativo actuar con rapidez en la articulación efectiva de un bloque antimperialista dispuesto a cerrar el paso a la estrategia estadounidense de intevención militar directa e indirecta. En Bolivia Estados Unidos intentará mediante la guerra y la disgregación recuperar una iniciativa estratégica perdida frente a la dinámica de convergencia suramericana. Urge una acción unitaria y enérgica de denuncia y concientización, que explique en toda Suramérica la magnitud de lo que está en juego. Los partidos y organizaciones integrantes del Foro de Sao Paulo (llamados a reunirse el 1° de julio próximo) deben pronunciarse sin demora en contra de cualquier intervención diplomática y/o militar extranjera en Bolivia. Es preciso así mismo salir de antemano al cruce de las propuestas de mediación, que en apariencia suponen a las masas bolivianas incapaces de definir su propio rumbo, pero en realidad están destinadas a doblegar la voluntad revolucionaria que las anima.
Un movimiento de la máxima amplitud posible debe salir de inmediato a decirle al Sr. Craddock que se vaya de Buenos Aires. Y a los militares de la región que no vuelvan a tomar el camino del imperialismo en contra de sus pueblos. Las juventudes, todos los hombres y mujeres conscientes de la hora trascendental que vivimos, debemos hacer saber a gobiernos y organizaciones políticas que el más mínimo paso en dirección a la intervención extranjera en Bolivia pondrá en marcha una fuerza aun más poderosa: desde las raíces de nuestra historia, decenas y cientos de miles en toda América Latina, formarán brigadas internacionales dispuestas a retomar el fusil que empuñó el Che.
Buenos Aires, 9 de Junio de 2005.
[Fuente: Por Luis Bilbao en América XXI, Buenos Aires, 09jun05]
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