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02nov14


Narcofrontera: un territorio sin control amenazado por el tráfico ilegal


Desde la orilla, se observa cómo del otro lado del río Bermejo descargan toneladas de mercadería. Apilan los bultos en precarias barcazas fabricadas con cubiertas de camión, troncos y plásticos. El caudal del río está bajísimo, lo que agiliza la tarea de dos muchachos que con el rostro cubierto se ganan la vida remolcando botes. El agua les llega hasta la cintura. Uno empuja desde atrás y el otro guía desde adelante. A bordo, viaja el cargamento. El trayecto será de unos 100 metros, de costa a costa.

La virtual línea fronteriza se reduce a ese hilo de agua barrosa que geográficamente separa a Bolivia de la Argentina. Allá cargan, acá descargan. Cruzan de manera ilegal alimentos, electrodomésticos, autopartes, juguetes y ropa de imitación cuyo destino final son las grandes ferias urbanas como La Salada. En algunos casos, entre el cargamento, se trafica droga. Para el menudeo. Los cargamentos de droga más importantes ingresan por tierra y aire. Quizá también por este permeable paso internacional llamado Bermejo-Aguas Blancas.

El contrabando hormiga aquí es un trabajo como cualquier otro. Es tal vez un componente endémico de los pueblos cercanos a la frontera. Lo es a pesar de que para el código aduanero se trata de un delito. Las personas que lo hacen se autodenominan "bagalleros". En Orán, la ciudad salteña de jerarquía más próxima a la frontera, se calcula que hay unas 1000 personas dedicadas a la tarea. Es una rutina que se desarrolla tanto de noche como de día, casi siempre ante la mirada débil y pasiva de efectivos de la Gendarmería y del personal de la Aduana, otros auténticos protagonistas de la fauna fronteriza.

"En Pocitos [otro pueblo cercano a la frontera], como en otros lados, la población está acostumbrada al contrabando hormiga. Hace tres años, empezamos a descubrir que en medio de esos bultos de ropa empezaron a llevar de uno a treinta kilos de droga. Llevan cocaína y marihuana. Así, la droga ya entra por las tres vías: terrestre, aérea y fluvial, por el Bermejo", explica el juez federal de Orán, Raúl Reynoso, quien está próximo a cumplir una década al frente de un juzgado caliente. Desde que accedió al cargo, ingresaron 23.000 causas, de las cuales un 20 por ciento están vinculadas exclusivamente al narcotráfico.

Si no fuera por la estadística, nada haría suponer que por este territorio, en el que brota la pobreza, ingresan millonarios cargamentos de droga. En 2003, el juzgado de Orán se incautaba de aproximadamente 1000 kilogramos de droga cada 12 meses. Subió después a 1500. Ahora, el promedio es de 2500 kilos al año. En total, durante la última década, se decomisaron más de 18 toneladas, entre cocaína y marihuana, según el juez. El rumbo alcista de los números que manejan en Orán está en línea con las últimas cifras que bajó en limpio la Gendarmería sobre las incautaciones en todo el país durante 2013: 4,8 toneladas de cocaína y 90 toneladas de marihuana.

"Al principio, no tuvimos mucho eco de parte de las autoridades. El gobierno nacional recién comenzó a ayudar en los últimos tres años. Lo hizo cuando se dio cuenta de que acá hay muertes con el estilo del sicariato, que hay fuerzas de seguridad comprometidas y que actúan bandas internacionales, provenientes de Colombia, Bolivia, Paraguay y hasta de los países de Europa del Este", advierte Reynoso, con una mueca indecisa, a medio camino entre la preocupación y el abatimiento.

El juez habla acomodado en un mullido sillón. En las calles de Orán, el calor es achicharrante. El asfalto hierve. Pero pisar el despacho de Reynoso es como sentirse en otro mundo: el aire acondicionado es helado y las paredes están pobladas de fotos familiares en las que el hombre de gestos plastificados que caza narcotraficantes luce sonriente y distendido. Desde esa oficina, generó hace poco un gran revuelo: fue cuando activó una cruzada contra la Corte Suprema y el gobierno nacional para exigir más recursos para combatir el narcotráfico. En su juzgado, trabajan menos de 25 personas para atender los 23.000 expedientes que allí se apilan. Hace unos años, eran apenas 15. Hoy, Reynoso espera que se cumpla la promesa oficial: la creación de secretarías especiales para atender únicamente temas vinculados al tráfico de estupefacientes.

Cruzar de Aguas Blancas a Bermejo, o viceversa, cuesta cinco pesos argentinos o un boliviano. Beneficiados por el tipo de cambio, los del altiplano se interesan por los alimentos de marca que se venden en el supermercado Vea. Los argentinos, en cambio, buscan del otro lado principalmente ropa de imitación y baratijas para comercializar en los centros urbanos. A la par de los botes con pasajeros, circulan las barcazas repletas de mercadería, con los "bagalleros" a bordo, agazapados para bajar y comenzar su raid fugitivo para eludir los controles.

La costa es rocosa y gris. Desde allí nacen múltiples accesos al pueblo de Aguas Blancas: muchísimos senderos alternativos o el único ingreso oficial, una callecita de tierra que conduce a las oficinas de la Aduana. Después, todos los caminos confluyen en una misma vía: la ruta 50.

[Fuente: Por Nicolás Balinotti, La Nación, Bs As, 02nov14]

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