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23feb14


El fallo de un juez deja al desnudo la subordinación policial al poder narco


La instalación pública de esta historia ocurrió en la primera madrugada de 2012, cuando más de 50 tiros sacudieron al barrio rosarino de Villa Moreno. En una canchita, tres militantes del Frente Popular Darío Santillán quedaron tendidos sobre charcos de sangre. Habían sido asesinados por error.

Con semejante certeza se topó el tipo con chaleco antibalas y ametralladora FMK3, al huir de allí junto a otros cuatro sicarios. Era Sergio "El Quemado" Rodríguez, un jefe barrabrava de Newell's que controlaba en la zona la venta de droga. En realidad, las balas estaban destinadas a los soldados de su rival, Ezequiel Villalba, al que buscaba con fines de venganza.

A raíz de la masacre, el jefe de la Policía de Santa Fe, comisario general Hugo Tognoli, se prestó a la requisitoria periodística. "Acá hay una guerra mafiosa", fueron sus exactas palabras.

Desde entonces, tal conflicto bélico se cobraría una montaña de cadáveres Y también el destino del propio Tognoli, quien no tardó en ser el primer jerarca de una fuerza policial que termina tras las rejas por sus vínculos con redes de narcotráfico y trata de personas.

Más allá de esta última particularidad, todo parecía circunscripto al modelo usual: bandas delictivas en sociedad forzada con los uniformados para seguir existiendo, a través de un vínculo signado por la subordinación. Sin embargo, ciertos hechos y circunstancias posteriores permiten ahora suponer un ruidoso reacomodamiento de dicho lazo, en beneficio del crimen organizado.

Prueba de ese novedoso escenario fue el procesamiento por asociación ilícita -dado a conocer esta semana- de 35 miembros de Los Monos, la organización narco más importante de Rosario; entre ellos, 12 policías. La decisión del juez de Instrucción, Juan Carlos Vienna, señala la voluntad de los encausados por asegurarse el control de zonas en aquella urbe para ejercer "cierto gobierno de facto por sobre toda otra autoridad". La causa tuvo su origen hace casi un año y medio, tras un trepidante ajuste de cuentas.

Un fantasma en el paraíso

En enero de 2012, un muchacho con aspecto próspero y modales desenvueltos se presentó en la concesionaria Natalio Automotores, interesado en un lujoso BMW Z4. Ni parpadeó al oír el precio: 73 mil dólares.

Primero depositó una seña y, tres semanas después, puso el resto. Pero no retiró el vehículo. "Tengo que ver a nombre de quién lo pongo", fue el motivo que esgrimió al respecto. Lo cierto es que tardó siete meses en solucionar esa cuestión. Tres días más tarde -el 8 de septiembre-, moriría desangrado al volante de aquel auto.

Se trataba de Walter Paz, tenía 27 años y era el "contador" de Los Monos; o sea, se encargaba de reingresar las ganancias a la economía formal. Dado que era muy discreto, todos le decían "El Fantasma". Entre ellos, Claudio "El Pájaro" Cantero, de 26 años, quien había heredado del padre, Ariel Máximo Cantero, las riendas del negocio. Y, por cierto, las sujetaba con solvencia.

La banda de Los Monos consolidó su poder en los barrios La Granada y Las Flores, del sur rosarino, durante los años noventa. Por entonces, mantuvo una violenta disputa con Los Garompas, un cártel rival. Lo cierto es que la ONG de los Cantero trajo aires de renovación a la actividad delictiva, al punto de diversificar sus quehaceres vinculados al tráfico de drogas con crímenes por encargo, usura y extorsión.

Para ello, El Pájaro -un hombre de reconocida capacidad para la negociación- logró tejer una serie de alianzas tácticas con diferentes grupos de poder: policías, barrabravas, empresarios y políticos. De ese modo, el clan familiar amplió su estructura y extendió su dominio a gran parte de la ciudad. Y el crecimiento derivó una división de roles: grupos de sicarios, soldaditos que controlaban los bunkers de expendio y "contadores" para lavar dividendos.

Ya se sabe que esa era la tarea del Fantasma.

Pero incurrió en una trapisonda: desviar una suma suculenta para adquirir 80 kilos de cocaína en Bolivia. En dos meses -calculó- recuperaría la inversión para honrar el "préstamo". No pudo ser. El cargamento fue incautado por la Gendarmería en la localidad salteña de Salvador Mazza. Lo cierto es que los Cantero no tardarían en descubrir la maniobra del Fantasma. Y tomaron tal afrenta muy a pecho.

También se sabe que el 8 de septiembre le llegó su hora.

Al mediodía de ese sábado, a bordo de su flamante BMW con su esposa y un hijo de dos años, esperaba ante un semáforo en rojo en la esquina de Entre Ríos y el Bulevar 27 de febrero. En ese instante, se hizo trizas la quietud: una lluvia de plomo atravesó la carrocería y también su cuerpo, mientras, con el último hilo de vida, pisaba el acelerador. El auto zigzagueó tres cuadras, hasta estrellarse contra una camioneta estacionada. El cadáver del Fantasma parecía un queso gruyere.

Su padre, don Luis Paz, juró venganza.

Una venganza que tardó nueve meses en gestarse. No se sabe con exactitud hasta qué punto ese hombre fue el artífice mediato de otro hecho teñido en sangre, ocurrido el 26 de mayo de 2013.

En la madrugada de aquel domingo, El Pájaro Cantero, con un vaso de whisky en la mano, orinaba un árbol de la vereda del Infinity Night, un tugurio de la localidad de Gobernador Gálvez. Era territorio enemigo; allí reinaba el clan de Luis "El Pollo" Bassi. Pero él estaba tranquilo y escoltado por "culatas" de su máxima confianza. Entonces, vio de soslayo la llegada de una Eco Sport negra; tal vez haya llegado a reconocer a dos de sus ocupantes, Facundo "Macaco" Muñoz y Milton Demario. Eran los laderos del Pollo. El centelleo de sus armas fue la imagen que El Pájaro se llevó al más allá. Su muerte fue un punto de inflexión en la historia criminal de Rosario.

El corazón de las tinieblas

En lo inmediato, la ejecución de Claudio Cantero provocó decenas de muertes, empezando por la del dueño del bar, Omar "El Tarta" Demarre, quien habría oficiado de entregador. Sólo en ese mes, hubo entre uno y dos "ajustes" por día. Luego sería encarcelado "Guille" Cantero -hermano del finado-, mientras que el viejo Ariel Cantero pasaría a la clandestinidad. A su vez, El Pollo Bassi terminó tras las rejas, pero por otro homicidio. Dicen que la cárcel era para él más segura que su hogar.

En resumidas cuentas, esa guerra puso al descubierto una significativa alteración del vínculo entre la policía y los sindicatos delictivos.

Hasta entonces, los variados quehaceres de estos últimos estaban sometidos a las normas de la recaudación de los uniformados. Ello, visto desde un ángulo perverso, no deja de ser un modo eficaz de graduar los niveles de la violencia urbana. Sin embargo, tal recurso posee sus contraindicaciones: en algunas coyunturas, ciertas actividades reñidas con la ley -en virtud al desarrollo exponencial de sus hacedores- superan con creces la capacidad policial de regulación y control, provocando -entre otras calamidades- una implosión institucional.

Lo que está en riesgo, entonces, es nada menos que la subordinación de estos grupos al poder policial. Las mafias que logran extenderse en determinados ámbitos geográficos comienzan a establecer vínculos de igualdad con sus antiguos mandantes de uniformes. Y en algunos casos, los hombres de azul dejan de ser gerentes para convertirse en simples empleados. Y ello, sólo por obra de un creciente mercado minorista en manos de una estructura de menudeo no menos creciente, diversificada y con un sólido dominio territorial.

Una parte del fallo del juez Vienna trata sobre los policías involucrados con Los Monos. Doce, en total, cuyos rangos van desde comisarios a suboficiales con destinos en áreas estratégicas de la fuerza, como Delitos Complejos, la Dirección de Drogas Peligrosas, el área de Inteligencia, Automotores, Brigadas de Investigaciones y diversas comisarías. Todos ellos con con una clara relación de dependencia laboral con el crimen organizado.

Los primeros efectos de este fenómeno ya están a la vista.

[Fuente: Por Ricardo Ragendorfer, Tiempo Argentino, 23feb14]

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