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11dic01
Argentina, al borde del abismo.
Por Mempo Giardinelli
Toda degradación colectiva tiene responsables: es producto de personas y entidades concretas como las que llevaron a la Argentina al desastre actual. La clase dirigente que durante las últimas dos décadas condujo a este país rico hasta la exageración al estado de absurda miseria en que se encuentra, no ha de componerse de más de 5.000 ó 10.000 personas, a lo sumo 20.000 contando sus correlatos provinciales (pues en cada uno de los 23 estados se repite el cuadro).
Acumulan una riqueza grosera, porcentajes altísimos del Producto Bruto Interno. Son los nuevos ricos, que medraron con la destrucción del Estado argentino y hoy son terratenientes, ganaderos, dueños de caballos de carrera. Atesoran sumas incalculables en el extranjero (se calcula que unos 200.000 millones de dólares, o sea más o menos el total de la deuda externa argentina). Tienen nombres y apellidos que todos conocemos; están en los diarios, la tele y las revistas frívolas como Caras,
Hola y Gente. Son los amigos de Domingo Cavallo y ahora de Fernando de la Rúa y todos opinan, postulan, gerencian, dirigen y siguen haciendo negocios fabulosos a costa del Estado. Hoy mismo los únicos beneficiados del fin de la convertibilidad son, otra vez, los bancos. Es el mismo entramado monipódico que en el último cuarto de siglo, de uniforme o de traje, nos condujo a este abismo.
El monipodio es un vocablo eficaz y de poco uso que según el Diccionario de la Lengua significa: «Convenio de personas que se asocian y confabulan para fines ilícitos». Lo utilizó Cervantes en una de sus novelas ejemplares: Rinconete y Cortadillo. Según María Moliner alude a «gente ladrona o desaprensiva». La mentalidad monipódica se maneja en base a intereses sectarios, secretos, y con códigos de lealtad y silencio que enturbian toda transparencia.Esto mina las bases de la democracia porque atenta contra la credibilidad social, la confianza en la Justicia, la solidaridad y el respeto a la ley. Sus códigos producen marchas y contramarchas y constantes escándalos y desmentidos, porque, a la vez, es esa suma de triquiñuelas lo que los fortalece como estructura política.
La casi disolución que hoy vive Argentina tiene como primeros responsables a la corporación militar que asaltó el poder en marzo de 1976: esa caterva de asesinos que originalmente condujeron Videla, Massera y Agosti y que conjuntó a las tres Fuerzas Armadas y a todos los organismos afines: la Policía Federal y todas las policías provinciales; Gendarmería Nacional Prefectura Naval; y todos los organismos y aparatos de inteligencia del Estado, legales y clandestinos.
Pero a partir de diciembre de 1983 y esto es lo alarmante esa responsabilidad debe atribuirse a ciudadanos que se presentaron, todos, como campeones de la democracia. Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Fernando de la Rúa, más los mi embros de sus respectivos gabinetes y en particular los sucesivos ministros de Economía que ellos nombraron y que -sin excepción algunatodos respondieron primero y principalmente al interés de los acreedores, el Fondo Monetario Internacional y la Banca Global y nunca, en ningún caso, al verdadero interés nacional. Así el monipodio instauró en la Argentina la actual dictadura bancaria que encabeza Domingo Cavallo.
Sin dudas hubo y hay excepciones. No son todos iguales. Pero casi todos los dirigentes argentinos resultaron demócratas de convicciones torcibles, de fácil genuflexión y/o nula eticidad.Por supuesto contaron con la asociación, consciente o no, de la inmensa mayoría de los legisladores que se sucedieron en ambas cámaras del Congreso Nacional durante los últimos 18 años. Y también con la complicidad contumaz de cortes supremas sensibles a favores y acomodos, a mayorías automáticas y demás servicios para los que se necesita lo único que seguro tienen esos magistrados: caras duras, como de piedra.
El convenio monipódico requiere de cinismo, que es una de las características más notables de la mayoría de los dirigentes argentinos, en general gente más ambiciosa que preparada y tan oportunista como carente de principios y valores.
Eso los lleva a abrazarse con los que hasta ayer nomás eran sus enemigos (verbi gratia: la inesperada alianza peronista-liberal de los 90 o el matrimonio de conveniencia entre De la Rúa y Cavallo en 2001).
Si desde el final de la Guerra Fría se convenció al mundo de que no hay alternativas ni propuestas que disputen el terreno al discurso globalizador y neoliberal, en Argentina esa tarea fue realizada por un verdadero ejército ideológico. El menem cavallismo de los 90 y el cavallismo delarruista de 2001 son dos versiones de un mismo sometimiento sutilmente totalitario. «Esta política económica es la única posible. Cualquier otra nos llevará al desastre», dicen los que gobiernan y repiten los medios de difusión amigos, o sea casi todos. Y el rebaño los sigue sin advertir que el desastre es estar como estamos y que ésta política económica es la única culpable.
El monipodio suma a otras dirigencias: la sindical y la empresarial, ambas corruptas; algunos restos de la eclesial que fue tan amiga de los dictadores a quienes bendijo una y otra vez; y desde luego la más sigilosa y efectiva: las infatigables corporaciones que hacen lobby (o sea, influyentismo y corrupción). Todos ellos tienen cuotas de responsabilidad en la tragedia argentina de este tiempo. No se salva ni un sólo sector dirigente: comerciantes, industriales, exportadores e importadores. Si hasta las dirigencias deportivas contribuyeron al desastre.
Verdaderos bárbaros de este tiempo, civilizados de cartón pintado, cuando están en el poder son más astutos que inteligentes, especialistas en artimañas contra la Ley. Y cuando están en la oposición son sencillamente feroces. Radicales y peronistas pisoteando la historia de esos dos grandes movimientos populares se fusionan ahora mediante la creación de este nuevo contubernio. De la Rúa ya es casi idéntico a Menem, aunque aparente ser discreto y moderado.El renovado fraude moral que encabeza denota una misma matriz de desvergüenza en la mentira, de desapego a la palabra empeñada, de divorcio entre verbo y acción. En eso todos se emparentan: Menem, De la Rúa y Cavallo empatan en soberbia y servilismo.
En la dirigencia argentina hoy casi todos son falsificadores.Ahí está Domingo Cavallo como ejemplo perfecto de camaleonismo político, de ambición desmedida, de egocentrismo patológico.Funcionario de la dictadura en los años 80, del menemismo en los 90 y ahora verdadero patrón de De la Rúa, su conducta obsesiva e implacable unicidad de miras que lo digan los profesionales de la salud mental parecerían de psicópata. Y grave.
Por eso el problema de Argentina no es la economía, como se viene haciendo creer a la sociedad civil. El problema de Argentina es político y sobre todo es moral. Es inútil seguir buscando supuestas soluciones económicas mientras no se resuelva la cuestión central, que es la conducción política del Estado. Eso es lo que está faltando aquí y para ello hace falta una revolución en democracia.
Mempo Giardinelli es escritor y periodista argentino. Fue premio Nacional de Novela en México en 1983 y es autor, entre otras obras, de La revolución en bicicleta, Imposible equilibrio y El cielo en las manos. Este artículo fue publicado por el Diario El Mundo de Madrid, España, el 11 de diciembre de 2001.
DDHH en Argentina
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