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Carta del capitán Jorge Troccoli

Yo asumo...yo acuso

Finalmente Fray Tomás de Torquemada pasó a la historia, aunque no lo hizo por sus dotes espirituales, por cierto, la historia lo recuerda y lo recordará como un mediocre fraile que obtuvo una posición administrativa gracias a un pariente que era cardenal, pero por sobre todas cosas, lo recuerda como el Gran Inquisidor.

El recuerdo de Torquemada perdura en la memoria de los pueblos como el fraile que, en aras de mantener un puesto más allá de su mediocridad, mandó a la hoguera a miles de personas. Y he dicho mandó, porque no creo que tuviera valor para quemar personalmente a nadie, y si lo hizo, seguro que el condenado estaba atado.

En esa curiosa aptitud que tiene la cultura para replicar sus personajes, Torquemada vuelve a aparecer en nuestra época, y en nuestro país. Los intereses de Torquemada son los mismos que antes: mantener un nivel más allá de su mediocridad. Y para ello me acusó de brujería.

Sí, Torquemada, confieso, fui brujo y adoré al Diablo, comulgué con la violencia, de eso hace veinte años. Yo lo asumo.

Yo asumo ser el producto de una sociedad que hace ya treinta y tres años, cuando entré a la Escuela Naval, me mostró una escuela vacía, donde sus integrantes estaban en ese momento ocupando la UTE por una huelga.

Yo veía, desde mis quince años, llegar a mis futuros compañeros con la cara destrozada por las quemaduras de las trampas "cazabobos" que se ponían en las calderas. Ese fue el comienzo de mi carrera. En 1967 me recibí, contento de ser guardiamarina, lleno de ilusiones que hablaban de mares, barcos y viajes. Pero una vez más la sociedad se encargó de modelarme: en 1968 estuve en la UTE y en la ANCAP, por huelgas y disturbios.

Recuerdo el miedo que pasé cuando con 14 marineros armados tuve que apuntar a una multitud de obreros que, si ganaban la huelga, iba a representar un aumento para mi escaso sueldo, así eran las cosas. Fue en esos días cuando empecé a ver a parientes y amigos del lado hacia donde apuntaban mis armas, y nos miramos a los ojos sin comprender, en el tenso silencio que existía en ese momento. En 1969 fue la huelga bancaria, y yo escuchaba decir que la huelga era hecha por banqueros para evitar pagar antigüedad, lo decían mis propios jefes.

Recuerdo que en esa huelga se empezaron a tejer ciertos hilos, muy tenues, para poder asumir lo menos dolorosamente posible, la violencia del momento. Seguramente, algunos trabajadores del Banco Pan de Azúcar Sucursal Centro, recordarán que en ese momento pudimos hablar y tratarnos como seres humanos.

Pero de todas formas, asumo haber sido un "represor" de las huelgas sindicales cuando tenía 21 años. Aprendiz de brujo.

Después vino el ataque del enemigo, ya hacía tiempo que las hostilidades habían comenzado, para ser más precisos, creo que fue en 1961. Pero fue en el 72 que mataron a amigos míos.

En 1973 vino el golpe militar, yo asumo haber adherido al golpe ilusionado por la increíble mentira que resultaron ser los famosos comunicados 4 y 7, seguramente la juventud actual no sabe de qué hablo, pero si los comunicados mencionados salen ahora, seguro que adhieren todos los jóvenes, en masa, como lo hice yo.

Ya era brujo desde entonces, para unos y para otros, pero después, en 1974, me hice brujo profesional, pasé a integrar las fuerzas de combate, contra la guerrilla, ésta es mi gran confesión, la que Torquemada espera anhelante, "en aras de la verdad". Y voy a hablar como integrante de las Fuerzas Armadas que era en ese momento. Si a las Fuerzas Armadas no les gusta lo que digo, que me desmientan, no les voy a responder. Comprendo que la "alta política" y "la imagen de la institución", y otros eufemismos le impidan pronunciarse, yo estoy solo, nadie me impide nada y no tengo más defensa que mi verdad.

Yo asumo haber combatido a la guerrilla con todas las fuerzas y recursos a mi disposición, asumo haber hecho cosas de las cuales no me siento orgulloso, ni me sentí entonces. Asumo haber participado en una guerra, así lo entendía en ese momento. Después de todo, la situación de guerra, es la mayor parte de las veces un estatuto jurídico, y la humanidad se ha visto envuelta en la violencia, con muertos y heridos, sin que una guerra haya sido declarada. Asumo, por lo tanto, haber estado sumergido en la violencia, solamente ahora, desde esta perspectiva, puedo comprender los valores y normas que imperaban en esa situación y que estaban pautados y determinados por esa violencia.

Yo asumo el haberme comprometido, nunca pude permanecer al margen, soy y seré brujo o fraile, pero nunca inquisidor. Y asumo haber tratado inhumanamente a mis enemigos, pero sin odio, como debe actuar un profesional de la violencia. No me pregunten detalles dolorosos. Pero todo eso lo puedo ver ahora, antes era imposible. Ellos y yo sabemos, que cuando fue necesario, muchos quedaron libres, aun cuando la justicia los reclamaba.

Hubiera sido más inhumano, y moralmente erróneo, mandarlos a la cárcel. Como todo uruguayo, tuve parientes y amigos presos, incluso un profesor que admiraba, me miré con unos y otros cuando ellos estaban en la cárcel, no podía comprender la situación, eran el enemigo, pero cuando el enemigo tiene cara e identidad, cuando lo conocemos íntimamente, es difícil odiarlo.

Yo asumo haber vivido todo eso, pero no puedo juzgar con mis valores y circunstancias actuales la conducta de una época. Torquemada sí que puede, es su trabajo.

Esta es "la verdad" que reclama Torquemada. Por lo tanto, esto no es un canto de arrepentimiento ni una confesión, es solamente la expresión de un dolor, por lo que fue, por lo que tuve que vivir junto con muchos otros, camaradas y enemigos. Los uruguayos, como en la Guerra Grande, como en 1897 y 1904, una vez más nos odiamos, nos matamos, y nos torturamos unos a otros.

Por favor, nunca más.

No maté a nadie, ni sé nada del tema desaparecidos, pero no por un altruismo humanitario, sino porque (afortunadamente) no me tocó vivir esa situación. Pero no soy un hipócrita, reconozco que las Fuerzas Armadas a las que pertenecí, lo saben y lo hicieron. Por lo tanto, como un integrante más, asumo también los muertos y desaparecidos.

Pero por favor, por la propia dignidad del combatiente, no los llamen más desaparecidos, todos sabemos que murieron defendiendo lo suyo. Honremos su recuerdo con el homenaje del guerrero, no usemos más su nombre y respetemos su memoria, sea donde sea que se encuentre su cuerpo. A los que dicen que "nunca empuñaron un arma", pero que hacían relevamientos para atentados, oficiaban de correos o "estaban navegando", les pido por favor que no se escuden en eufemismos, que no se avergüencen de haber combatido como podían y desde donde estaban en ese momento.

A los que querían esta actitud por parte de las Fuerzas Armadas, ya lo tienen, a los que quieran más aun, sólo estarían buscando el odio, el escarnio y la venganza. La realidad, esa construcción que hacemos día tras día, y sobre la cual somos por lo tanto, responsables, merece otra lectura.

Un día, después que todo pasó, conocí a una persona excelente, con un don de gentes y humanismo como pocos. Le decíamos "Carlos Rama", no importa por qué, es sólo para los que lo conocen. Me enteré que había sido tupamaro, pero para entonces nos habíamos hecho amigos. "Un día juré matar a todos los tipos como vos", le dije. "Yo juré lo mismo", me respondió, y nos abrazamos.

En otro momento de mi vida, mucho más reciente, me entero que los padres del mejor amigo de mi hijo habían sido tupamaros, y de los pesados. Mi hijo me lo dijo con cierto temor por mi opinión. "Los amigos son amigos, no metas lo que hicimos nosotros en la amistad de ustedes", le dije. Tiempo después, ambos amigos andaban en malos pasos, cosas de muchachos, pero ambos matrimonios nos reunimos, brujos y frailes, tratando de ponernos de acuerdo sobre qué hacer con nuestros hijos, con la nueva sociedad.

Y muchos casos más. Con otros, tímidos saludos a la distancia en fiestas y reuniones, manteniendo la cara de malo, para "no aflojar tan pronto", o simplemente el saber y no preguntar.

Esta es la realidad que día a día se está construyendo, esta es la lectura que debemos hacer de nuestra cotidianidad, en cada uno de esos eventos, nos estamos recuperando. No lo haremos seguramente, a través del mediocre (una vez más) discurso de Torquemada que pretende congelarnos en un pasado de dolor, tal vez buscando la reacción de quien no supo trasmutar su odio, para una vez más alimentarse de los cadáveres, de la carroña, y así seguir manteniendo su posición de Gran Inquisidor (o Gran Mediocre, si prefieren)... y así poder seguir ganando dinero. Como todo mediocre, como expresa el viejo dicho, "ni murió ni fue guerrero".

Ya no me queda más odio, solamente una gran desilusión de una juventud en gran parte perdida, de la injusticia de noches de ausencia de mi familia, de tener que ocultarles y mentirles para su tranquilidad, de noches de aquelarre y días de temor, mientras otros cimentaban pacientemente su futuro político o su ascenso a general, brigadier o almirante. Ya no sé ni a dónde pertenezco.

Una palabra para quien fue el enemigo, no importa a qué fracción pertenecía. Ya no odio, incluso siento respeto por los que asumieron su condición de combatientes. Muchas veces me siento más cerca de ellos que de algunos de mis camaradas, no políticamente por cierto, no me queda lugar para la política en mi desengaño, sino como seres humanos que tuvieron el valor de pelear y morir por aquello en lo que creían, por haber soportado la muerte de amigos, la cárcel, la tortura, y asumirlo como cosa de guerra, como pasó en todas las guerras, a todos los soldados, como me pasó a mí.

Mi condición de militar, y fui profesionalmente bueno, me permite apreciar y juzgar su lucha. Yo hubiera peleado igual, y casi ganan, aun en inferioridad de medios. Si en algo se puede dignificar el aquelarre, digamos que fue una guerra sucia, pero no menos heroica que otras, de un lado y otro. Por lo tanto, sólo a vuestro juicio voy a prestar verdadero valor, aun cuando alguno pueda estar impregnado de odio, sabré comprenderlo.

Lo que les pido encarecidamente es que no escuchen a Torquemada, él no quiere esto, él no quiere que nuestros hijos jueguen juntos ni que ustedes y yo empecemos un diálogo, aunque sea con caras de malo. Si seguimos escuchando y aplaudiendo la hoguera de Torquemada, seguro habrá otra guerra, él se nutre de ello. Si así fuera, no voy a participar, sépanlo frailes y brujos, estoy cansado.

Quiero una nueva vida.

Yo asumo, como individuo y como producto de una época, de una sociedad, de generaciones pasadas, pero en el fondo, aunque no quiera expresarlo, también yo acuso.

Acuso a las generaciones que crearon al enemigo y me modelaron en la violencia.

Acuso a los mediocres, que desaparecieron en su momento, para resurgir con su dedo acusador apuntando hacia unos y otros.

Acuso a quienes escudados en pretextos jurídicos no quieren reconocer que la situación de violencia vivida era, para nosotros, una guerra.

Acuso a quienes son incapaces de comprender que no se puede juzgar un pasado con los valores y normas que hoy imperan.

Acuso a quienes no son capaces de dignificar la lucha, única forma de asumir un pasado, y continúan abriendo heridas para comerciar con el dolor.

Comprendo a quienes aún sufren, yo también lo hago.

Comprendo a quienes no pueden enjugar su odio, son humanos, necesitan tiempo.

Comprendo a quienes quisieron matarme, yo también quería hacerlo.

Yo he asumido y he acusado, asuman ustedes ahora.

No voy a hablar más sobre esto. Duele.

Jorge Tróccoli
C.I. 1.075.555
Capitán de navío (retirado)

BRECHA. Edición del Viernes 10 de Mayo de 1996.
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