Desaparecidos: Uruguay ya no quiere silencio.

Por RAFAEL MICHELINI

Senador de la República Oriental del Uruguay

El 1º de agosto, en Uruguay, conmemoramos la desaparición, hace exactamente veinte años, de Julio Castro, maestro, escritor y periodista, ocurrida durante la dictadura militar (1973-1985). Hoy, todavía no sabemos qué fue de él: su muerte no fue confirmada ni durante la dictadura ni después de restablecida la democracia. Su caso jamás fue investigado.

El de Julio Castro, lamentablemente, no es un caso aislado. En mi país, considerado durante décadas como "la Suiza de América latina", no tenemos noticias de más de 140 personas desaparecidas durante los doce años de dictadura militar. No se trata solamente de adultos, hombres y mujeres, sino también de niños, algunos de los cuales -lo sabemos- siguen vivos.

En 1985, el retorno a la democracia posibilitaba establecer la verdad sobre los crímenes de la dictadura y la situación de los desaparecidos y entregar a la Justicia a los responsables. Nada de esto se hizo.

El actual presidente uruguayo, Julio María Sanguinetti, que ejercía ya este cargo durante el período de restablecimiento de la democracia, invocando razones de estado, propuso adoptar la ley de "Caducidad de la pretensión punitiva del Estado", que concedía impunidad a los militares culpables.

Esta ley, votada por el Parlamento uruguayo en diciembre de 1986, no se pronunció sobre los crímenes y no amnistió a los autores. Simplemente enunciaba que los culpables no serían perseguidos por el Estado. En abril de 1989, en ocasión de un referéndum, el pueblo uruguayo decidió no abolir esta ley, lo que alejó toda posibilidad de juzgar los crímenes cometidos por los militares. Todas las fuerzas políticas y sociales que habían apoyado la realización de esta consulta aceptaron el resultado. Así las cosas, la necesidad de echar luz sobre la suerte de los ciudadanos desaparecidos permaneció intacta pero hasta ahora el gobierno no ha aplicado la ley que obliga a investigar el destino de los desaparecidos.

En mi calidad de senador de la República, mantuve una serie de reuniones con el comandante en jefe del ejército y los generales. Estos funcionarios no negaron las violaciones. Los exhorté a reconocer públicamente lo que no negaban en privado pero me dijeron que debía dirigirme al presidente porque se trataba de un problema político.

Un general retirado que había asumido responsabilidades importantes durante la dictadura nos reveló que, en dos establecimientos militares, se encontraba la sepultura de numerosas víctimas. Todo hacía suponer que el presidente de la República, al corriente de estas informaciones, tomaría las medidas para establecer la verdad. Hasta ahora nada se ha hecho.

Frente al silencio del Poder Ejecutivo, recurrimos a la Justicia uruguaya. El juez Alberto Reyes, encargado del trámite del expediente, ordenó que se abriera una investigación, pero el Tribunal de Apelaciones se opuso argumentando que corresponde únicamente al Poder Ejecutivo investigar estos hechos.

Al mismo tiempo, las familias presentaron al Ejecutivo, una vez más, una demanda para saber sobre el destino de sus seres queridos.

Su petición, cursada el 16 de abril, nunca recibió respuesta. Sin embargo, la sociedad uruguaya acompañó la demanda. Las encuestas de opinión indican que más del 60% de la población quiere que se dé respuesta a este problema.

Compromiso internacional.

El 20 de mayo, por segundo año consecutivo, 50.000 personas realizaron una manifestación en Montevideo para reclamar la verdad, al cumplirse el 21º aniversario del asesinato de mi padre, Zelmar Michelini, senador de la República, del presidente de la Cámara de Diputados, Héctor Gutiérrez Ruiz, y de dos jóvenes compatriotas, cometido en Buenos Aires por comandos militares uruguayos.

En este contexto, la actitud del Poder Ejecutivo uruguayo parece incomprensible; desconoce el deseo de numerosos militares, que esperan una iniciativa que reconcilie a las fuerzas armadas y la sociedad civil, y no tiene en cuenta los compromisos asumidos por Uruguay a nivel internacional, en particular el asumido en diciembre de 1996 ante las Naciones Unidas de investigar todas las desapariciones.

Hace pocos días, el presidente Sanguinetti declaró, en una entrevista concedida a la cadena norteamericana CBS, que, si las autoridades supieran dónde se encuentran los restos de las personas desaparecidas, harían lo necesario para entregarlos a sus familias.

Es la primera vez que, en los últimos meses, el presidente aborda este tema y se compromete moralmente frente a la comunidad internacional. El presidente conoce a los que saben, y muchos de los que saben son sus subordinados: todo depende entonces de él y de su conciencia.


Este artículo es un resumen del publicado en por el diario "Le Monde" el 1 de agosto de 1997 en idioma francés. El presente resumen fue publicado por el diario "Clarín" de Buenos Aires en su edición del 23 de agosto de 1997.
Digitalizado por el Equipo Nizkor en Madrid a 29 de agosto de 1997.

Derechos Humanos en Uruguay