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01may18


«¿Debo agradecer a mi agresor que llevara navaja?»: carta de una víctima tras la sentencia de «La Manada»


Ana A. C. sufrió una agresión sexual a los 18 años, en plena calle, cuando volvía de una fiesta universitaria. Tres años después, y ante la sentencia de «La Manada», confiesa que el juicio le ha hecho reabrir heridas y el veredicto sentirse indignada. Por ello accede a contar su experiencia: quiere ayudar a concienciar a la sociedad. Ella tampoco opuso resistencia, tampoco gritó. «El shock te paraliza», asegura. Y las consecuencias transcienden la noche de los hechos. «Las personas no pueden llegar a comprender todo lo que una violación desencadena». Esta es la carta, íntegra, que ha escrito para ABC:

Cuando leí la sentencia de «La Manada» me abordaron muchos sentimientos. El primero, incredulidad. Tal y como cuando yo fui víctima de una agresión sexual, no me lo podía creer. «Eso a mí no me va a pasar nunca», pensaba, y me pasó. «"La Manada" será juzgada con todo el peso de la ley, puesto que para cualquier ciudadano de a pie, con las pruebas presentadas, no cabe lugar a dudas». Y sin embargo, no ha sido así.

En mi caso, todo sucedió al volver de mi primera fiesta universitaria con 18 años, sola, en la calle de camino a mi casa. Me abordó un hombre con capucha y navaja en mano. Pensé que solo se trataría de un asalto, pero en pocos minutos descubrí que no solo me quitaría el móvil. Me ha quitado tres años de mi vida. Y los que me quedan luchando. Dejas de ser tu. Sin yo merecerlo, sin ni siquiera conocerlo, alguien que pasaba por la calle decidió abusar de mí y cambiar mi vida.

Siento indignación, falta de humanidad, falta de empatía por parte de los jueces. Siento el dolor de la víctima como mío. Me he sentido muy identificada con ella. Yo tampoco opuse ninguna resistencia, no grité, no pedí ayuda, de hecho ni lloré durante, no sé ni los minutos, en los que abusaron de mí. El estado de shock que vives en ese momento te paraliza. Recuerdo que el miedo me hacía hablarle de usted a mi agresor. Qué educada fui, ¿verdad? Pero no era educación. Era supervivencia. Mi único objetivo era salir viva aquella noche. Mi mente todavía recuerda lo que me decía a mí misma: «De una violación se sale, si te da un corte no llegas viva a casa». Todo esto mientras le pedía que hiciera conmigo lo que quisiera, pero que por favor me dejara ir después. Que no se preocupara, que no iba a decir nada, que jamás le reconocería. Instinto de supervivencia. Ganas de seguir viva. ¿Tengo que pedir perdón por eso? ¿Hay algo más intimidatorio que el miedo? Leyendo la sentecia de «La Manada» ahora pienso: ¿Tendría que agradecerle a mi agresor que portara una navaja? Porque claro, así es obvia la intimidación y le han caído más años. Es de locos. Siento rabia.

El proceso judicial, tan mediatizado, me ha hecho reabrir heridas. No sé si utilizo bien la palabra "reabrir". Son heridas que muy a mi pesar no creo que pueda cerrar nunca, pero sé que llegará el día en el que aunque estén ahí, ya no duelan. Me gustaría transmitir que, a pesar de que la gente pueda pensar que lo peor es el momento de la agresión en sí, la agresión se prolonga durante mucho tiempo más. Ojalá que mi dolor se hubiera quedado en esa noche. Las personas no pueden llegar a comprender todo lo que una violación desencadena y las secuelas que deja en absolutamente todos los ámbitos de la vida.

9 años en prisión. Nadie piensa en todos los años que la víctima tendrá que luchar para poder llevar una vida normal y volver a poder ser feliz. ¿Alguien piensa en el verdadero terror que siente una víctima al pensar que puede volver a reencontrarse con su agresor? ¿Por qué tengo que hacer una cuenta atrás para saber cuando va a salir? ¿Por qué no se me protege a mi, que soy la víctima, que sin hacer nada me han dejado marcas irreparables?

Todo esto me lleva a una conclusión. No hay conciencia de las secuelas tanto físicas como emocionales que una violación conlleva. No puede salir tan barato marcar la vida de una persona de por vida. No es justo. Eso no es justicia. No tengo que sentir miedo cada vez que salgo a la calle por el simple hecho de ser mujer. Con sentencias así, entiendo que las víctimas se planteen si denunciar. No me quiero ni imaginar el dolor de la víctima de «La Manada» al sentirse cuestionada. No estás sola.

Mi agresor tuvo la delicadeza de acompañarme hasta la puerta de mi casa. Eso sí, con una navaja sobre mi espalda. Tuvo la desfachatez de decir en el juicio que obviamente fue todo consentido y que además me acompañó a mi casa. Todo un caballero. Porque parece que está permitido ese doble juego y ese doble lenguaje. Eres tú la que tienes que defenderte. Tú, la víctima. Tener, además, que escuchar eso te hierve la sangre. Me imagino todo lo que estará sientiendo ella. Y con esa sentencia irrisoria se preguntará: «¿Habrá compensado denunciar y hacerlo público?». Yo te digo que sí, hay que concienciar, no esconderse, dar la cara. Porque no pasa solo en las películas, porque desgraciadamente cada vez somos más las que hemos sufrido agresiones sexuales. No tenemos que tener vergüenza. Vergüenza ellos. Nosotras tenemos que estar orgullosas de haber sido capaces de superar esa situación y seguir con nuestra vida. Porque se puede. Porque se puede volver a ser feliz. Somos valientes y somos fuertes.

Ana A.C., 21 años.

[Fuente: Por Isabel Miranda y Érika Montañés, ABC, Madrid, 01may18]

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