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07nov18


El separatismo radical no quiere judíos en Cataluña


Los Reyes Católicos idearon una España limpia de sangre y poblada por cristianos viejos, para lo cual expulsaron de un plumazo a judíos y moriscos. Me pregunto qué habría sido de nosotros como nación si tal expulsión no se hubiese producido. Seguramente, como sucedió en otros lugares, los hebreos habrían constituido un sector empresarial dinámico, impulsor de una revolución burguesa e industrial, así como vertebradora de una democracia sólida y de una riqueza basada en la producción y no en la especulación. Todo eso, claro está, aquí apenas se conoció, con los resultados históricos perfectamente descriptibles que todos sabemos.

En Cataluña, tierra de acogida según exégetas de la bobaliconería como Ada Colau, tampoco todo el mundo es bien visto. La izquierda casposa y enmohecida, la que tiene un busto de Lenin en la mesilla justo al lado del último modelo de iPhone recargándose, experimenta una animadversión profunda, un odio africano, cainita, visceral contra Israel. Incluyan también a gente como Miquel Iceta o Pepe Álvarez, socialistas y sanchistas ambos, partidarios de Palestina a machamartillo y contrarios de toda contrariedad a la única democracia firme que existe en aquel rincón del globo.

A lo que vamos. Sorprende que en el campo separatista existan detractores de lo judío – la familia Pujol tuvo siempre excelentes relaciones con ellos, tanto el abuelo Fulgenci como su hijo Jordi – cuando su máxima vocera, Rahola, se ha declarado pro semita por activa y por pasiva, cosa en la que no puedo por menos que darle la razón. Pero las CUP son abiertamente hostiles a lo hebreo, cuidado, que aquí hay que hilar fino, no me refiero a la política que pueda seguir este o aquel gobierno en Israel. Me refiero a que es escuchar pronunciar la palabra “Israel” y estos chicos-chicas-chiquis se ponen en todos sus estados.

El boicot a las deportistas israelíes de waterpolo ha provocado que su ministra de deporte y cultura Miri Reguev haya pedido al ministro de cultura español José Guirao que tome cartas en el asunto. El boicot cupaire se une al de la infame asociación BDS - Boicot, Desinversión y Sanciones, contra Israel, claro – que es por definición profundamente antisemita y beligerante en grado máximo contra todo lo israelí. Están contentísimos porque, con su boicot, han conseguido que el presidente del Comité Olímpico Español, Alejandro Blanco, haya tenido que pedir disculpas a la presidenta de la asociación de waterpolo israelí. También ha provocado, cosas de los efectos colaterales, que se retrate la alcaldesa de Barcelona, que ha torcido el morro ante la posibilidad de que el partido se jugase en la Ciudad Condal. Volem acollir, queremos acoger, dice, pero solo a quienes les gustan, a quienes después se integrarán en mafias organizadas que delinquen, a los que se refugiarán en barrios guetos. Su Cataluña es esa en la que, para eterna vergüenza de sus gobernantes, hay menores marroquíes durmiendo en comisarías de los Mossos porque no tienen lugar donde hacerlo ni hay ninguna institución de la siempre caritativa Generalitat que sepa qué destino darles. En sus hojas de ruta hacia la república ideal, lo de los menores que llegan solos desde la miseria y la falta de derechos humanos, no figura en ninguna parte.

Lejos quedan las visitas llenas de unción protagonizadas por el entonces presidente Artur Mas al estado hebreo, las declaraciones de Pujol diciendo que se consideraba sionista, las esperanzas de que Israel financiase al nuevo estado catalán, la cena a la que Puigdemont invitó, con el máximo secreto, al embajador Kutner, acompañado del ministro consejero Yin Cohen, y más lejos están aún las intenciones para que desde los servicios israelíes de inteligencia se prestase ayuda al nuevo gobierno separatista en materia de defensa e información.

Como sea que a las CUP todo eso les es indiferente, porque más allá de sus ombligos sin depilar no conciben realidad ni vida alguna, no tienen ningún problema en adoptar posturas antisemitas que, en cualquier país europeo – Alemania, verbigracia, o Suiza, o Bélgica –, serían denunciadas rotundamente por la prensa y los políticos. Que la selección israelí pueda competir escuchando su himno y haciendo ondear su bandera, como es lógico y normal, y sin el menor inconveniente en Abu Dabi, país árabe que ni siquiera mantiene relaciones diplomáticas con Israel, mientras que, en la capital del proceso, los podemitas y el buen rollismo tenga que ir de clandestina lo dice todo acerca del lugar desde el que les escribo estas notas.

Curiosa dicotomía procesista: a Puigdemont le apoya la extrema derecha europea, mientras que las CUP muestran su antisemitismo desde la otra punta del espectro ideológico, supuestamente. Y decimos supuestamente porque, al final, los extremos acaban tocándose dado que tan peligroso es el radicalismo ultra derechista como el ultra izquierdista, ambos partidarios de sistemas totalitarios en los que solo ellos puedan tener voz y voto. A lo mejor, el antisemitismo acaba por definir eso que tanto han dicho los profetas del proceso, la transversalidad del invento. Es decir, usted puede ser antisemita de izquierdas o de derechas, totalitario de derechas o de izquierdas, supremacista de derechas o de izquierdas. Y sin españoles ni judíos, en Cataluña estaremos mucho mejor.

No lo había pensado, pero igual ahí está el intríngulis del asunto: odiar desde no importa que rincón sucio y hediondo. Al fin y al cabo, en los basureros todos los detritus acaban siendo buenos amigos, eso sí, en pestilente y vomitiva compañía.

[Fuente: Por Miquel Giménez, Vozpópuli, Madrid, 07nov18]

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