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20ago13


El petróleo gana el pulso a los indígenas en Ecuador


Las autoridades de Ecuador tiran la toalla: la semana pasada se supo que fracasó la iniciativa ecuatoriana de dejar petróleo bajo tierra en uno de los lugares de mayor biodiversidad del planeta, el Parque Nacional Yasuní, a cambio de una significativa ayuda financiera internacional.

Después de siete años de lucha de intereses económicos contra los ambientales, sale ganando el petróleo.

¿Qué es el Parque Nacional Yasuní? Son casi 10.000 kilómetros cuadrados de bosques amazónicos libres de extracción petrolera. En 1989 fue clasificado por la UNESCO como Reserva de la Biosfera, además es una zona de máxima biodiversidad y territorio de pueblos indígenas no contactados.

Para desgracia de la biodiversidad y los indígenas, esta región selvática es rica en petróleo. Las reservas de crudo extraíble se estiman en 846 millones de barriles, lo que equivale al 20% de los depósitos del socio más pequeño de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). El 46% del total de las exportaciones de Ecuador corresponde a los suministros de crudo pesado.

La experiencia de muchos otros países demuestra que explotar los yacimientos de petróleo en un parque natural, encima habitado por pueblos aborígenes en aislamiento voluntario, es un asunto sucio en todos los sentidos. Por eso el Gobierno ecuatoriano recurrió a un ingenioso plan llamado Yasuní-ITT. Fue lanzado por Ecuador en agosto de 2010 y pretendía recaudar 3.600 millones de dólares de la comunidad internacional en 13 años, en compensación por la no explotación de los campos petroleros Ishpingo, Tambococha y Tiputini (ITT), localizados en el Parque Nacional Yasuní.

No queremos destruir la biodiversidad de un lugar tan especial del planeta, decían las autoridades del país latinoamericano, somos conscientes de nuestra responsabilidad por tener un patrimonio natural único. Pero comprendan también nuestra situación: si no explotamos estos yacimientos perdemos 7.200 millones de dólares. Así que les proponía que reuniesen la mitad de esta suma en los próximos 13 años y el parque permanecería intacto. Ésta es la esencia de la iniciativa ecuatoriana, libre de patetismo.

No es de extrañar que muchos la tomaran como un método original de chantaje. Ecuador, al igual que los ecologistas de todo el mundo que apoyaron el proyecto, rechazó indignado tales insinuaciones. Los que tenían sospechas de las buenas intenciones de Quito y no dieron dinero se quedaron retratados de forma automática: parecía que apoyan la destrucción de la biodiversidad y la intensificación del efecto invernadero que se producirá si al explotar el crudo pesado se liberan los 410 millones de toneladas de dióxido de carbono que han calculado los científicos. Una jugada muy latinoamericana.

Tres años después de haber creado un fideicomiso con Naciones Unidas para la recepción de los aportes, la iniciativa alcanzó apenas 13.000 millones de dólares en depósitos, mientras que otros 116 millones quedaron en simples compromisos. Por eso el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, a finales de la semana pasada tuvo que constatar: "El mundo nos ha fallado". A la vez expresó que se sentía muy triste ante tal comportamiento de los países ricos, pero que tenía que cumplir con las promesas electorales y que le obligan a permitir la explotación de los campos del ITT.

De esta manera, la 'Operación Yasuní', si es que fue una maniobra estratégica de Correa, se llevó a cabo de una manera impecable: Ecuador con todo el dolor de su alma abre las puertas del parque natural a las petroleras por culpa de un Occidente capitalista incapaz de apoyar en la práctica sus propias consignas ecologistas. Ahora el presidente podrá decir con toda la franqueza al 78% de los ecuatorianos que no apoyan la explotación: lo hemos intentado pero "el mundo nos ha fallado".

Parecía que la idea de Ecuador encajaba en el concepto de la 'economía verde': pagar al dueño de un recurso que contamina para que no lo use; y en lugar de luchar contra las emisiones de CO2 por petróleo, impedir que se produzcan dejándolo bajo tierra.

De hecho, representó un intento de prevenir en vez de curar. Rusia, por ejemplo, también se podría beneficiar de un proyecto semejante al comprometerse a no explorar sus recursos en el Ártico. Indonesia, al dejar de talar sus bosques. Pero, por lo visto, la propuesta ecuatoriana resultó demasiado innovadora, o poco fiable.

Sea como fuera, es el medio ambiente el que salió perdiendo. La iniciativa Yasuní-ITT sirvió para poner a prueba este tipo de proyectos. Pero sus resultados decepcionan: por el momento el petróleo triunfa.

[Fuente: Por Olga Dobrovídova, RIA Novosti, Moscú, 20ago13]

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