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14Sep11


La tragedia griega se acerca a su inevitable desenlace


La estrategia europea para hacer frente al problema de la deuda griega carece de sentido. Desde hace muchos meses, se repite machaconamente que la clave reside en que Grecia se comporte bien. Los griegos han pecado, han vivido por encima de sus posibilidades y ahora deben sufrir el justo castigo. Si sufren dócilmente lo bastante, sus benéficos socios europeos les darán a cambio algunas ayudas. Éstas les permitirán diferir ligeramente en el tiempo los sacrificios.

El final será feliz. Redimidos gracias a su pena, volverán a ser admitidos en el redil de los justos. Esta historia tan moralizante sólo tiene un ligero inconveniente: es inverosímil, como importantes economistas vienen señalando desde hace tiempo. En este asunto, las cifras hablan por sí solas y permiten discernir la verdad con facilidad.

Grecia ha acumulado una deuda pública gigantesca, equivalente al 160% del PIB. Es decir, el gobierno griego tendría que utilizar toda la producción del país durante algo más de un año y medio para pagar lo que debe. Gracias a los nuevos préstamos públicos europeos en condiciones más favorables y a las pérdidas privadas contempladas en el acuerdo del 21 de julio, la situación mejoraría solo marginalmente. El ratio deuda/PIB podría reducirse en unos 12 puntos. Eso sin tener en cuenta que lo pactado está todavía en el aire.

Tiene que ser ratificado por todos los parlamentos de los dieciséis socios de Grecia en la zona del euro, lo que no sucederá hasta octubre. Finlandia ha complicado el proceso al exigir garantías especiales, lo que ha animado a Austria, Holanda y Eslovaquia a intentar algo parecido, pese a la oposición alemana. El canje voluntario de deuda en manos privada, que implica aceptar unas pérdidas del 21%, no ha tenido la acogida esperada. Estaba condicionado a la participación del 90% de los tenedores y sólo se ha llegado de momento a un 75%.

Mientras se aprueba y aplica este segundo rescate, los términos del primero son los que siguen vigentes. Está pendiente de desembolsarse el sexto tramo de ayuda, de 8.000 millones de euros. Los enviados de la Comisión europea, el BCE y el FMI no dieron en su última visita el visto bueno al cumplimento por parte griega de las condiciones impuestas. Es improbable que en su próximo viaje encuentren un panorama mejor.

El enorme déficit público de 2009, que alcanzó el 15,6% del PIB, pudo reducirse en 2010 hasta el 10,4%. No obstante, en 2011 el progreso en el control del déficit se ha detenido. La pequeña reducción lograda en el primer semestre se ha logrado únicamente gracias a un drástico recorte de la inversión pública. El objetivo es un déficit anual del 7,5% del PIB, pero es seguro que la cifra real lo superará ampliamente, dado el comportamiento de los ingresos públicos.

¿Cómo no van a incumplirse los objetivos de recaudación, con la recesión de caballo que el programa de ajuste ha provocado? La producción griega se contrajo un 4,4% en 2010. En el segundo trimestre de 2011 se estaba reduciendo al 6,9% anual. Numerosos indicadores confirman que la recesión no sólo continua, sino que se agrava. El consumo público se contraerá un 5,9% en 2011 como consecuencia de las draconianas exigencias impuestas para acceder a las ayudas europeas. Se prevé una caída del 6,7% en el consumo privado, ligada a las subidas de impuestos y a la disminución de los salarios reales.

Las ventas minoristas caen un 12%. La tasa de paro ha pasado del 14,9% a finales de 2010 al 16,6% a mediados de 2011. Con este cuadro, no sorprende que para la inversión privada se pronostique una contracción del 11,4%. ¿Para qué seguir? Parece claro que se ha caído en un círculo vicioso: déficit, brusco ajuste presupuestario, menor demanda, recesión, caída de los ingresos, déficit y vuelta a empezar. Ni siquiera la buena temporada turística ha sido capaz de aliviar la situación. Entre tanto, la sociedad griega empieza a rebelarse, al no vislumbrar el final de sus sacrificios.

Los mercados financieros ya dan por, prácticamente seguro, el impago inminente. En el mercado secundario, se piden para comprar bonos griegos a un año, tipos del 121%. La prima de riesgo del bono a diez años ha llegado a superar los 2.200 puntos básicos. Los CDS (Credit Default Swaps o seguros de cobertura contra el impago) para los bonos a cinco años están por encima de los 4.000 puntos, lo que implica una probabilidad de impago superior al 95%. El propio gobierno griego ha admitido que sólo dispone de fondos para pagar los salarios públicos y las pensiones hasta octubre.

Un impago desordenado pondría a la economía mundial en una situación de riesgo similar a la provocada por la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. Los impactos más inmediatos repercutirían sobre el sistema financiero europeo y la deuda pública periférica. La presión sobre el BCE se incrementaría considerablemente. El mismo euro estaría en riesgo. Los escenarios optimistas son muy negativos, los pesimistas directamente devastadores. Las recientes declaraciones de Lagarde y Obama indican la dimensión mundial de la amenaza.

El análisis de esas repercusiones excede con mucho las posibilidades de un artículo periodístico. Pero, ¿cómo terminar sin una mención a los efectos probables sobre España? Por decirlo suavemente: no estaremos entre los menos afectados. Nuestra economía está al borde de la recesión, las instituciones financieras todavía no han absorbido la crisis inmobiliaria, el margen de actuación fiscal se ha agotado, sólo la intervención del BCE impide que estalle una crisis de la deuda, el objetivo de déficit se incumple por culpa de las comunidades autónomas y el número de parados roza los cinco millones. Tal vez haya llegado el momento de enfrentarse como adultos a la cruda realidad. Sería duro, pero no hacerlo terminará siéndolo mucho más.

[Fuente: Por Álvaro Anchuelo, Cotizalia, Madrid, 14sep11]

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