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22ago10


Cultura del manoseo


¿Qué haciían dos ministros de estado de visita en la Corte Constitucional, una hora antes de que definiera la constitucionalidad de las bases militares de los Estados Unidos?

Los funcionarios dirán que fueron simplemente a informar a los magistrados sobre el alcance del acuerdo con los americanos y no a exigir que se profiriera sentencia favorable. Aunque ese haya sido el tono de la visita y a pesar de que el Gobierno perdió el pleito, lo cierto es que la actitud de quien concurre a un despacho judicial a hablarle privadamente a su juez de la causa en la que tiene interés, así no le plantee sugerencia alguna acerca del sentido de su decisión, incurre en una imprudencia grande.

Seguramente a Hillary Clinton no se le ocurriría presentarse ante la respetada Corte americana, en la antesala de una decisión en la que su cartera tenga interés. Allá debe de haber otros mecanismos, como los hay en Colombia, para que los funcionarios expresen legítimamente sus opiniones o formulen sus solicitudes sobre un asunto pendiente de decisión judicial, que por supuesto no pueden ser las visitas personalizadas.

La costumbre de abordar por teléfono o en su oficina a los jueces, para tocarles los negocios en los que intervienen, es otra mala herencia de la seguridad democrática. Con el cuento de que hay que actuar sin hipocresía, se patentó el manoseo a la justicia. Pero si en esto también se equivocó el gobierno anterior, no menos aquellos magistrados que se dejaron alcanzar en su pedestal para que el poder les hablara al oído.

Fueron muchas las señales que el anterior mandatario dio acerca de su método de abordar como fuera a los jueces. No lo digo solamente por haber coronado la audacia de hacer magistrados de la Corte Constitucional a quien fuera su Secretario Jurídico y a uno de sus más cercanos aliados políticos, en su orden, Mauricio González y Jorge Pretelt, quienes en el desempeño de sus cargos no han dejado duda alguna de dónde proceden. Hace apenas un mes, González --a pesar de ser Vicepresidente-- no fue capaz siquiera de leer el comunicado en el que la Corporación que preside protestó por los ultrajes presidenciales al magistrado Yesid Ramírez. Resultó notorio el culillo de enfrentar a su jefe.

Tan protuberante fue el sello de ese estilo abusivo de relacionarse con los hombres de la justicia, que el entonces jefe de Estado irrumpió en una sesión del Consejo Nacional Electoral, cuando decidía un asunto de su interés. Ese mal ejemplo cundió, pues la saliente ministra de Cultura, Paula Marcela Moreno, tuvo el arrojo de llamar a un magistrado para hablarle de una tutela que estaba a su despacho, y claro, el enhiesto funcionario con decencia y firmeza, la mandó al lugar adecuado. Lo mismo hizo el anterior Secretario Jurídico de la Presidencia, Edmundo del Castillo, quien un buen día llegó a la Corte Suprema, precisamente cuando se iban a tomar determinaciones sensibles para el régimen.

El gobierno de Santos arrancó bien al dar muestras de reconciliación con las Cortes, relaciones pulverizadas en el gobierno anterior desde el mismo instante en el que nombraron ministro de Justicia al indelicado "Héroe de Invercolsa", Fernando Londoño. Por eso haría bien el Presidente en instruir a todos sus ministros para que no incurran en el disparate de pretender hablar de sus pleitos con sus jueces, ni siquiera de generar sospechas. Naturalmente los togados también pueden contribuir a ese buen clima, si se amarran los pantalones cuando alguien se atreva. Por allí comienza la independencia y la autonomía.

Adenda. Raro tanto nombramiento del Procurador goterero, Alejandro Ordóñez. Ojalá ese festín burocrático no tenga por finalidad aquerenciarse con quienes tienen la responsabilidad de juzgar sus faltas.

[Fuente: Por Ramiro Bejarano Guzmán, El Espectador, Bogotá, 22ago10]

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