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04sep08


Mientras la ciudad duerme


Que una parte de los columnistas de prensa señale los peligros de un presidente pendenciero, autoritario, temperamental y nada respetuoso de la separación de poderes, no significa que de golpe el periodismo de opinión se haya vuelto terrorista, ni comunista, ni negativo por sistema, ni perseguidor de los antioqueños en el poder. Casos habrá, sin duda, pero no como ley general, ni como explicación de las voces de alarma que hoy se repiten de columna en columna.

Esos columnistas corren un riesgo inicial y es que opinan en contravía, porque se oponen a ese 84% que tienen teléfono y responden encuestas. Es un braceo contra corriente y bajo la convicción de que las mayorías, por el hecho de ser mayorías pueden no tener la razón; por el contrario, para ellos una opinión masiva resulta sospechosa de manipulación por el sentimiento, por la propaganda o por los intereses y poco cimentada en una razón serena. Por lo mismo suele ser una opinión agresiva, dogmática y nada dispuesta al reexamen de sus convicciones, pero sí predispuesta a la condenación de los disidentes.

Esos columnistas críticos también bordean el peligro de caer en el otro extremo, de convertir la oposición en un fin y de adoptar la visión obtusa de quien solo asiente y no razona, del que solo ve blancos y negros y descarta los grises.El columnista profesional recibe y asimila más información que el común de los lectores; no descarta sino que busca toda clase de fuentes: las oficiales, las de la oposición y las de personas e instituciones académicas, alejadas de la contienda política; por esto no ha de extrañar que la suya sea una opinión apartada de la común y corriente.

Llama la atención, por esto, que entre estos columnistas haya llegado a imponerse un inesperado consenso para alertar a la opinión sobre el riesgo que amenaza a la institucionalidad en medio de esta tempestad de pasiones encontradas.

Decían los latinos que "cuando los dioses quieren perder a alguien, comienzan por enloquecerlo...". Y pocas locuras tan devastadoras como la del poder. La historia lo demuestra en claros e irrebatibles ejemplos: el poder corrompe, y la concentración del poder agrava aún más ese riesgo. Si se quiere poner a prueba la consistencia interior de un hombre, invístaselo de poder.

En Colombia esa constante de aprobación, de elogio, de sumisión del 84 por ciento está resultando corruptora porque es una permanente invitación al ejercicio del poder absoluto. Con un Congreso obsecuente, con una Corte bajo ataque, con una Fiscalía regañada, con una junta del Banco de la República intervenida, con una prensa intimidada, y con una oposición satanizada desde que ser opositor, en el mejor de los casos, es ser casi terrorista, el país semeja el dominio de un gallo único.

Los episodios de las últimas semanas apuntan en esa dirección, mientras la tribuna aplaude con una inconsciencia suicida de la que discrepan los columnistas, y así lo expresan porque es su deber, no su capricho.

Es cierto que hay columnas de propaganda a una idea, partido, gobierno o institución, y el lector las identifica. Hay columnas de ataque sistemático, como las hay inocuas y leves, que pasan sin dejar huella. Pero si alguien tiene por profesión el análisis y reflexión sobre la sociedad, tiene que decirlo. Su silencio sería tan criminal como el del centinela que prefiere cerrar los ojos mientras el huracán avanza sobre la ciudad dormida.

[Fuente: Por Javier Daría Restrepo, El Colombiano, Medellín, 04sep08]

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