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23ago04


Los olvidados.
Por Miguel Silva.


No deja de ser paradójico que en el mismo mes en que los jefes paramilitares aparecieron ante el Congreso de Colombia en pleno, conmemoremos los asesinatos de Jaime Garzón y de Luis Carlos Galán. Es posible que esos sean los costos de una paz duradera. Pero la paradoja es insuperable.

Jaime Garzón fue asesinado hace cinco años. Los homenajes que le hizo la televisión fueron pocos y algo tristes. Faltaba Garzón y sobraban sus personajes. Sólo uno fue importante, aunque no representara esfuerzo nuevo: Señal Colombia transmitió el gran perfil que Daniel Coronel hizo de Jaime en su programa Protagonistas. En él se veía al Garzón que yo conocí, al que le interesaba la Constitución de 1991, el que acudía al humor porque era profundo y honesto y se tomaba a este país en serio. Lo traducía para nosotros, los ingenuos, con parábolas. Así, a veces, lo entendíamos.

Hasta el día de hoy no hay nada sobre el asesinato de Garzón. Se sabe, porque él se lo dijo a sus amigos, que Castaño ordenó su asesinato y se sabe también que él habló con Castaño y algunos dicen que porque Castaño no lo menciona en su libro no fue él quien lo mató. Nunca se sabrá la verdad. Es fácil intuir con qué complacencias fue asesinado Garzón. Al fin y al cabo, la antipatía que algunos sectores del poder en Colombia –que se toman lo suyo con poquísimo humor– le tenían, era abierta. Pero los fiscales andan a ciegas, en su poderoso búnker sin ventanas.

Pero el caso de Galán es aún más aberrante. Duele leer la entrevista a Gloria Pachón de Galán, publicada en este diario. Dice un buen puñado de verdades. El narcotráfico está más campante que nunca, y buena parte de los postulados de Galán sobre los partidos y la necesidad de purificar la política siguen vigentes en la medida en que la corrupción política es un fenómeno generalizado. El proceso por el asesinato de Luis Carlos Galán está en nada.

Es cierto que hubo culpables. Quiero decir, los primeros sospechosos, que pagaron tiempo de cárcel porque la Policía y el DAS necesitaban mostrar un resultado en el corto plazo. Más tarde que pronto se supo que no era cierto, que ellos no eran los culpables. Y más pronto que tarde, algunos de los culpables fueron dejados en libertad. Hoy se sabe que Escobar ordenó el asesinato, pero no hasta qué punto las autoridades de entonces jugaron un papel en la conspiración. O algunos políticos liberales que odiaban a Galán y eran cercanos a Rodríguez Gacha, el brazo ejecutor según algunas de las leyendas.

Los olvidados nos hablan desde sus muertes tempranas, por medio de sus hijos huérfanos o desde sus lugares de cautiverio. No sólo Garzón o Galán o Pardo Leal o Lara Bonilla o Reyes Echandía o Carlos Pizarro o Low Murtra. Nos hablan los 45 mil muertos anuales que llevamos desde hace más de 20 años. Los soldados muertos en combate, los policías asesinados por Escobar, los fiscales emboscados en el Magdalena Medio, Silvia Duzán, Héctor Abad, Bernardo Jaramillo, Alvaro Gómez, no importa quién haya ordenado su vil asesinato, cual cobarde en traje de fatiga, las Farc, los ‘paras’, los narcos, los narcos no tan narcos, una oscura conspiración de izquierdas o derechas.

Nos hablan también los 3 mil secuestrados anuales, los que aún viven, en medio de la selva, los centenares de secuestrados por las Farc, íngrid Betancourt y los diputados del Valle y la gente que se llevaron de Neiva y los tres técnicos estadounidenses, y los policías y soldados que llevan más tiempo en las Farc que en las Fuerzas Militares y de Policía.

Todos nos hablan. Nos piden que los recordemos. Que aprendamos de sus tragedias absurdas. Que encontremos a los culpables de su tragedia. Que los traigamos de su olvido o de su injusto cautiverio. Por lo menos en lo que toca con los secuestrados, la nueva propuesta del Gobierno abre un espacio para la esperanza.

[Fuente: El Tiempo, Bogotá, Col, 23ago04]

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