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14jun09


Asesinato de joven colombiano ilustra la tragedia de los "falsos positivos''


Fabio Rodríguez Benavides, un risueño joven de 23 años a quien le decían El Caballito por el tamaño de sus dientes, se despidió de su madre como a la una de la tarde del sábado 24 de marzo del 2007 y dejó en el aire de su modesta casa del Barrio Popular de Granada el olor a jabón de los recién bañados.

Salió en sandalias, estrenando una camisa de cuadros rojos y jeans con el plan de invitar a una muchacha de la que se había enamorado a tomar un refrigerio en algún lugar del centro del caluroso pueblo de los Llanos Orientales de Colombia, a unos 180 kilómetros de Bogotá.

Iba a la cita cojeando de su pierna izquierda porque aún no se había recuperado de una operación de la rodilla, luego de una aparatosa caída haciendo ejercicios en el Batallón de Selva número 50 del Ejército de Colombia, donde prestaba, feliz, el servicio militar.

El batallón está localizado al extremo sur del país, a cientos de kilómetros de Granada.

"Salió de acá, se bañó bien, se estaba estrenando una ropa muy bonita, y me dijo que por la tarde iba a salir con una niña'', recuerda Raquel Benavides, la madre de Rodríguez, en una extensa entrevista con El Nuevo Herald en su casa de Granada.

Fue la última vez que lo vio.

Tres días después, tras una intensa búsqueda, Viviana Salcedo, la hermana de Fabio, logró que en las oficinas locales de la Fiscalía General de la Nación le permitieran ver las fotografías tomadas a un supuesto guerrillero que había sido abatido en combate en las cercanías de Granada el sábado por la noche.

Era su hermano. Fabio, el muchacho que soñaba ser oficial del ejército, aparecía en las imágenes con la cruz de madera de su collar metida entre los dientes, y a su lado una pistola, una granada, municiones y, en lugar de las sandalias, unas botas pantaneras de las que usan los guerrilleros.

"Casi me desmayo y me tiré al piso'', recordó Viviana. "Una señora del CTI [Cuerpo Técnico de Investigaciones de la fiscalía] me dijo 'no haga escándalo' y me sacó del brazo y me arrastró, y entonces yo les grité, les dije una grosería. 'El no era guerrillero', les dije. 'El era mi hermano y pertenecía al ejército' ''.

Rodríguez es hoy un número más en la creciente estadística de los llamados "falsos positivos'', víctimas de ejecuciones extrajudiciales presuntamente cometidas por miembros de las fuerzas armadas en procura de obtener recompensas en dinero, ascensos o vacaciones, de acuerdo con las investigaciones de organismos judiciales y activistas de derechos humanos.

La fiscalía investiga 1,855 asesinatos de civiles en similares condiciones en las que murió Rodríguez, en lo que constituye una de las modalidades de violación de derechos humanos más escandalosa en los últimos años en un país ya agobiado por una prolongada y sangrienta guerra civil.

El caso de Rodríguez encierra la terrible ironía de que los asesinos escogieron para su misión a un joven que veneraba el ejército.

"A Fabio le encantaba el ejército desde que estaba en el bachillerato, y a finales de ese marzo iba a meter los papeles para hacer la carrera de oficial'', explicó su hermana Viviana.

A partir de los testimonios de la familia, de los datos nerviosos que le pasan sus vecinos y de la información presentada en una demanda contra la nación, El Nuevo Herald logró reconstruir algunos episodios de las últimas horas de Rodríguez.

Benavides nunca entendió cómo su hijo era capaz de sobrellevar la vida militar en la selva con ese terror que le tenía a los insectos y a la oscuridad. Pero aún así, estaba contento, explicó, y enviaba fotografías donde posaba orgulloso con sus armas frente a helicópteros de su guarnición, y el Día de las Madres la sorprendían las postales del batallón con frases preimpresas de amor a la patria y a la mamá.

Rodríguez decía que quería regresar pronto a su batallón de infantería General Luis Acevedo Torres. Al salir de su casa, Rodríguez le pidió 20,000 pesos ($10) a su mamá para invitar a comer a su amiga, pero en la esquina se encontró con un conocido del barrio, Harry Guarnizo, un joven de unos 25 años que aparentemente lo convenció de ir a tomarse unas cervezas en el centro del pueblo.

Algunos testigos dicen que vieron a Rodríguez en compañía de Guarnizo y Darío Lozano, otro conocido, en la fuente de soda La Campiña.

Rodríguez no se comunicó durante la tarde con su mamá. A ella le extrañó, ya que él siempre se preocupaba de tenerla al tanto de sus pasos.

"Llamaba y me decía qué estaba haciendo, con quién andaba'', dijo la madre.

Alrededor de las 5 de la tarde, uno de los vecinos que pasó frente a La Campiña quedó extrañado porque vio a Rodríguez desmadejado sobre una de las mesas de la heladería, haciéndole señas con una mano como pidiéndole que se acercara.

El vecino, que no quiso ser identificado por temor a represalias, le contó a los familiares de Rodríguez que no se acercó porque pensó que era "cuestión de malos tragos'', y además porque estaba acompañado por otros dos jóvenes.

La madre y la hermana creen que Rodríguez fue drogado. Una persona que atendía en la heladería les contó que alrededor de las 6 de la tarde dos personas se lo llevaron a rastras a un taxi.

A eso de las ocho de la noche, un agricultor que se desplazaba en su motocicleta por la trocha número 11, un largo camino veredal a unos 10 kilómetros al occidente de Granada, se encontró con un pelotón de soldados que llevaban al joven.

"[Los soldados] le dijeron: 'Usted no ha visto nada y hágale por esa trochita' '', relató Benavides en el lugar donde se cree que ocurrió la ejecución. "El agricultor paró mas adelantito y puso cuidado cuando lo arrastraban [a Rodríguez] y lo echaron al carro del camión del ejército, para llevarlo para Granada y botarlo allá como NN [anónimo]''.

Según informó a la familia una funcionaria del CTI, el joven fue reportado muerto en combate con el ejército en la trocha 11 y el levantamiento del cadáver se hizo ese mismo día a las 10:45 p.m.

Un guerrillero dado de baja

Benavides dijo que no pudo dormir la noche del sábado y al día siguiente, muy temprano empezó a recorrer el pueblo preguntando por su hijo a sus amigos, en las clínicas, los hospitales y la policía. Nadie sabía de él.

Al anochecer, cuando ya regresaba con Viviana a la casa, se produjo una balacera en la discoteca Paloagua del pueblo. Las dos se acercaron al tumulto de curiosos que se formó alrededor del lugar con el fatal presentimiento de que uno de los muertos podría ser Rodríguez.

Entre los curiosos estaba Guarnizo, el vecino que se encontró con Rodríguez al salir de la casa.

Ella lo confrontó con rabia, recuerda.

"żDónde dejó a mi hijo, que usted andaba ayer con él?'', le preguntó.

Guarnizo respondió que se habían tomado una cerveza en Granadelis, otra heladería cercana a La Campiña, pero que él tuvo que irse porque tenía que cobrar un dinero.

De inmediato, el hombre comentó en tono burlón, según ella, sobre la ropa de marca que llevaba su hijo. Benavides recordó que le rogó que le dijera qué había pasado, y él, de nuevo, con una actitud desdeñosa le respondió: "Ahí acaban de matar a cuatro, vaya y mire si de pronto es el chino [muchacho]''.

"Entonces yo me puse a llorar'', relató Benavides. "Le dije: 'żUsted por qué me dice eso?' Y entonces agachó la cara y se puso pálido''.

Un soldado que custodiaba la escena del crimen, le informó a Benavides que los muertos no eran de Granada.

El Nuevo Herald intentó comunicarse con Guarnizo para conocer su versión de lo que ocurrió esa tarde, pero fue imposible obtener su número de teléfono.

El lunes, después de una intensa búsqueda y de preguntar también en el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), Viviana se presentó en la fiscalía con una foto de su hermano.

La funcionaria que la atendía intercambió miradas con otro empleado y discutieron si le mostraban el expediente del supuesto guerrillero que había sido dado de baja el sábado por la noche durante una confrontación con el ejército.

A la distancia, Viviana reconoció las fotografías de su hermano y se desplomó en el piso, llorando sin consuelo.

La funcionaria la sacó del brazo de la oficina.

La cara del terror

Los familiares pidieron desenterrar el cadáver, lo cual lograron después de sortear varios obstáculos burocráticos y pagar unos $100 a un sepulturero del cementerio del pueblo.

El cuerpo del joven estaba completamente abierto, con las vísceras a la vista, relató Viviana, lo que sugirió la hipótesis de que alguien había cortado el vientre en forma chapucera para extraer los proyectiles.

Rodríguez fue enterrado nuevamente. A la salida del funeral, dos hombres se aproximaron a un tío suyo y le advirtieron que si la familia hacía alguna denuncia los mataban a todos, empezando por Viviana.

La familia presentó la demanda contra el Estado, mientras que la investigación de la fiscalía se encuentra estancada, según el abogado de la familia.

Hoy, Benavides trata de superar su dolor cuidando en su casa niños abandonados, como madre sustituta del Instituto de Bienestar Familiar.

Mientras pasa las páginas de un álbum donde guarda una de las postales que recibió de su hijo desde Leticia, recuerda que él le ayudaba a los niños bajo su custodia a hacer las tareas escolares.

"He visto la cara del terror, he sentido el frío punzante del miedo'', dice la postal. "He llorado, sufrido y esperado. Por lo menos algún día estaré orgulloso de lo que fui, un soldado''.

[Fuente: Por Gerardo Reyes y Gonzalo Guillén, El Nuevo Herald, Miami, 14jun09]

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