Guillermo Gálvez
Morir es la noticia

Guillermo Gálvez:
Secuestro en La Taberna


por Virginia Vidal en colaboración con Lidia Baltra y Ernesto Carmona(*)

Nombre
Guillermo Gálvez Rivadeneira
Lugar y fecha de nacimiento
San Bernardo, 20 de octubre de 1926
Especialidad
Como periodista desempeñó desde el modesto puesto de reportero (agencia ORBE) hasta el de director de un medio (revista Hechos Mundiales).
Lugar y fecha de muerte
Detenido desaparecido, secuestrado bajo engaño desde La Taberna del Círculo de Periodistas de Santiago, el 28 de julio de 1976.
Actividades
Militante del partido Comunista, fue presidente del Sindicato Técnico de Editorial Quimantú.
Situación judicial (1996)
Causa radicada en el Segundo Juzgado del Crimen de Santiago, Rol 86549-b. La Corte de Apelaciones sobreseyó temporalmente el 11/11/1977.


Guillermo Gálvez Rivadeneira departía con unos colegas en La Taberna, el bar del Círculo de Periodistas, cuando desapareció para siempre, el 28 de julio de 1976, cerca de las 21 horas.

Los recuerdos difusos--pasaron 20 años-- que conserva Heriberto Carrasco, Carrasquito, el mesonero que lo atendió esa noche, relatan que dos individuos de vestimenta ordinaria lo saludaron cordialmente, bebieron con él un trago y lo sacaron tranquilamente del recinto, bajo engaño. Se dice que los sicarios fingieron ser "periodistas de Rancagua que traían un recado urgente ". Probablemente, a la salida lo emboscaron y lo metieron a un vehículo o al local de la DINA de la callejuela Nueva Amunáteguí, frente al edificio del Círculo.

Su desaparición causó muchas conjeturas. Algunos parientes creyeron que abandonó el país, otros sugirieron una fuga "con otra mujer". Sólo su hija Lucía tuvo certidumbre sobre su verdadero destino.

Quienes lo trataban en La Taberna lo recuerdan como un hombre serio y discreto. Involucrado, quizás, en tareas más importantes, poco participaba de las charlas sobre la coyuntura. Se abstenía de emitir opiniones, comentar chismes y de intervenir en el chaparrón de calificativos propios del análisis de bar.

María Bañados lo evoca como un devoto tanguero que concurría frecuentemente a su casa a largas sesiones de música porteña. Ernesto Car- mona recuerda que en los '60 presenciaron juntos cómo dos fornidos periodistas de La Ruca(1) dirimieron a puñetazos sus severas diferencias personales y políticas, utilizando como ring el enorme hall del ministerio de Economía. Al estallar el inusitado match, Gálvez decidió también no intervenir y presenciarlo, observando salomónicamente: "Ambos están parejos, tienen más o menos el mismo peso y estatura ".

Testimonio de Hugo Cabezas

Uno de sus buenos amigos, el periodista Hugo Cabezas, lo describe como un padre y jefe de familia de gran responsabilidad:

"Estuvo casado en primeras nupcias con una mujer muy agradable que llamaba "la Gringa", con quien compró una propiedad en la Villa Santa Carolina, tema que se relaciona con lo ocurrido el día en que desapareció. En la esquina de Matías Cousiño con Moneda, saliendo de nuestro trabajo en el boletín económico que editaba Lautaro Insinilla, me pidió que le gestionara el pago semanal porque pensaba viajar a La Serena".

Cabezas, que también tiene un hijo desaparecido, hizo la gestión, pero Gálvez nunca se presentó a retirar el dinero. La separación de Gálvez y "la Gringa" fue muy amistosa, pero lamentablemente la dama falleció. "El quería que los hijos de ambos heredaran esa casa en Santa Carolina, porque, decía, les correspondía en justicia". Pero necesitaba hacer trámites en La Serena, donde residían los familiares de su ex esposa y reposaban sus restos.

Hugo Cabezas: "El día lunes de esa semana me pidió la gestión de la plata porque pensaba viajar el jueves; el miércoles le informé que estaba todo arreglado. «Ay, que bueno viejo--me dijo--, entonces viajo mañana y regreso el sábado. Tú te encargas del boletín». A la salida me invitó al Círculo, a tomar un trago para conversar, pero me excusé porque tenía compromisos familiares. Nos despedimos, pero jamás me imaginé que sería la última vez que lo vería. Al día siguiente pregunté varías veces si Guillermo había retirado su plata; siempre me contestaron que no. El viernes llamé a su señora, que tenía la misma preocupación. «Me estoy empezando a desesperar», me contestó.

"Después supe la espantosa verdad. En La Taberna se habría encontrado con unos colegas de Rancagua. Tomaron unas copas y partieron juntos. Pero años después el Colegio investigó, comprobando que no eran amigos, ni menos periodistas. Con quienes estuvo forzosamente fueron los verdugos que lo llevaron a la muerte".

Testimonio de Jorge Babarovic

La personalidad de Guillermo Gálvez fue muy conocida por el periodista Jorge Babarovic, camarada de su cofradía, vicepresidente de la Asociación Nacional de la Prensa (1996):

"Solíamos encontrarnos todos los 14 de julio, día de la revolución francesa, para recordar a un amigo fallecido, el periodista Mario Vargas Rosas. En 1976 Gálvez acudió por última vez a la reunión anual de nuestra cofradía, unida por el recuerdo de un amigo de gran calidad humana e integrada en su mayoría por periodistas de la vieja guardia: Reinaldo Lomboy, el autor de la novela Ranquil; el dibujante Carlos Ruiz, el periodista Hugo Cabezas, radical y masón que en la dictadura sufriría la desaparición de un hijo; Juan Lenin Araya, Fernando Opazo, Mario Mercado, Franklin Quevedo, Raúl Iturra Falcka y otros.

"Nuestra peña sobrevivió a todos los sectarismos. Disfrutaba la tertulia en los bares «Ciro's» y «La Unión Chica»; con pluralidad esencial. Existía la más absoluta confianza, grande fue nuestra amistad, pero poco hablábamos de nuestra vida privada. En los comienzos de la dictadura, Franklin estuvo preso en Chacabuco, salió del país y ya no estaba. Mucho nos afectó la desaparición del hijo de Cabezas, quien --antes de la tragedia-- visitó al abogado Jorge Ovalle para consultarle la conveniencia de sacar al joven del país, pero éste le dijo: «No te preocupes, a tu híjo no le va a pasar nada». El muchacho desapareció para siempre... En julio de 1976, ocasión en que nos reunimos con Jaime Atria, Gálvez me confidenció que lo estaban siguiendo y que se sentía preocupado. Me parece que en ese tiempo era dirigente del comité central del PC.

"Conocía Guillermo en La Voz del Sur, radio que dirigí en Punta Arenas. Recuerdo que José Miguel Varas me entregó el cargo cuando se fue a Praga. Guillermo Gálvez, quien llegó a la ciudad austral en la década de los '60, era un gran periodista. Nuestro equipo (también estaban Antonio Benedicto y Fernando Reyes Matta) hacía un periodismo nuevo para Magallanes, a través del programa Impactos. Después del golpe, cuando Gálvez quedó cesante, desde Santiago hizo pitutos magazinescos para La Prensa Austral. Además, editábamos un horóscopo anual, un libraco grueso que hizo Guillermo y que Hugo Cabezas vendía en los quioscos".

En la semblanza de Babarovic, Guillermo Gálvez era aparentemente serio, pero poseía un gran sentido del humor. "Le gastábamos muchas bromas porque fue un Joven militante radical en La Serena ", recordó. "Gálvez fue también director de Hechos Mundiales, revista de grandes temas históricos y culturales, donde sucedió a Edwin Harrington cuando la revista, que era de Zig-Zag y se llamaba Sucesos, pasó a ser editada por Quimantú..."

Testimonio de su hija.

Lucía Gálvez, una mujer bella, muy sensible, soltera y en la plenitud de la vida, recuerda a su padre con la pasión de Electra:

"Mi padre estaba sin trabajo cuando mi mamá ("la Gringa") murió de un derrame cerebral, en La Serena, en marzo de 1976. Yo tenía veinte años, había dejado la universidad por falta de recursos. Venían los preparativos del primero de mayo y sabía a mi padre muy ocupado. Un día le pregunté "¿por qué estás triste?" y me respondió: «Hija, entre menos sepa, mejor para usted". Le dije de nuevo: "estás preocupado". «Muchos de mis amigos ya no están, cada vez van quedando menos», me respondió. «Nunca he pensado en irme del país. Pero de irme, tendría que unificar la familia. Nunca me iría sin todos mis hijos», agregó. Fue padre soltero y tenía una hija casada, Gladys Amada, con una hijita de un año, así que ya era abuelo; nosotros éramos tres: Guillermo, Alfredo y yo".

El papá tenía una nueva señora, con dos hijos pequeños, María Teresa y Patricio. Pero los hijos de la Gringa resistieron todas las presiones familiares para seguir viviendo juntos.

"Los tres hermanos decidimos no separarnos, porque la familia de mí madre quería repartirnos en distintas casas. En ese tiempo, Papá pasaba un día con nosotros y un día afuera. Ese día, me anunció que necesitaba un remedio y que pasaría la noche con nosotros. Siempre cumplía su palabra. Me dijo: «Voy al Círculo de Periodistas a hablar con la doctora para conseguirme un remedio y me iré después». Dieron las nueve, las diez, las once, las doce de la noche. Ya había pasado el toque de queda. Sentí pena: «Mi papá me dejó de lado». Al otro día, llamé a un lugar donde podía dejarle recados o recibir los suyos: «No, no está, no ha venido». Fui a una oficina donde podían tener noticias: «Lo ha llamado mucha gente, pero no lo hemos visto». Llamé a la casa de su madre. Se asustó. Un hermano de papá llamó desde Alemania. Al fin, sus hermanas Mireya y Gladys denunciaron su desaparición en la Vicaría, luego de recorrer hospitales y postas. Papá tenía muchos primos militares por parte de su madre, todos oficiales, como Abarzúa Rivadeneira y el contador Rivadeneira. Sufrí mucho cuando algún pariente sugirió que nos había dejado para irse con otra mujer...

"Recuerdo cómo le encantaba la ópera. Cuando chicos, nos contaba cuentos con el argumento de una ópera que después escuchábamos. Mi abuelita materna era inglesa y él disfrutaba mucho hablando con ella en inglés. Le gustaba mucho escribir. Había terminado unos libros, novelas; no supimos dónde quedaron. Su hobby era la carpintería. El mismo se hizo su banco muy completo para trabajar y a nosotros, mesas y bancos. ¡Tenía unas manos tan lindas! Desde chica, lo acompañaba cuando salía y una vez me impresionó oír a una mujer alabarle sus manos.

"Muy amante de todos sus niños, no hacía diferencias con ninguno. Compartí con él. Me llevaba a ver a los Beatles en El submarino amarillo. Con mis hermanos jugaba al trompo y encumbraba volantines. Era alegre, sociable. Cantaba tangos en las reuniones familiares. Le gustaba cocinar los domingos: se ponía un delantal, se hacía un gorro cocinero de papel y preparaba un estofado y una ensalada chilena.

"En casa siempre se conversaba y se discutía, todos teníamos derecho a voz y voto. No nos metía ideas, pero nos enseñaba con el ejemplo y nos hacía ver cosas. Una vez, compró hartos juguetes y yo me enfurruñé cuando supe que no eran para mí, pero me llevó donde unos niños muy pobres y le ayudé a repartirlos...

"Su desaparición no me convencía. Inventé un padre fantasma y cuando me invitaban amigos o pretendientes, decía: "No puedo, me está esperando mi papá". O bien: "No puedo salir, porque mi papá está en la casa". Hasta le inventé otra profesión. Cuando me preguntaban a qué se dedicaba, decía: "El es escritor". Comencé a trabajar como secretaría en el Colegio de Periodistas en 1981 y en 1986, cuando mataron a Pepe Carrasco, caí enferma. No podía creer en tanta maldad. Pensaba que la dictadura iba a ser eterna. En el gobierno de Aylwin, cuando se hallaron los primeros huesos de los desaparecidos, me di cuenta que habían pasado dieciséis años y no había nada qué hacer. Supe que estaba muerto y grité: " ¡Habría sido preferible que nos hubieras abandonado, como decían muchos!" Entonces me llegó su eco: «Sólo muerto me sacan del lado de mis hijos»..."

Testimonio de Lidia Baltra

La periodista Lidia Baltra conoció a Guillermo Gálvez en la Editora Nacional Quimantú (ex Empresa Editora ZigZag), durante los tiempos de la Unidad Popular. Fue la última directora de Telecrán: los nuevos directivos eliminaron la revista por estimar que "no concordaba con su concepción programática para una editorial socialista". Lidia, quien conserva muy vivos los recuerdos de toda esa época, pasó a desempeñarse en el recién creado departamento de Documentación (ex Archivo de fotos) , que dirigía la periodista brasileña María Teresa Moraes:

"Gálvez presidía el Comité de Unidad Popular (CUP) y yo era encargada de la Izquierda Cristiana en la empresa. Era gordito, de mediana estatura, ojos cafés grandes y una mirada bondadosa y tranquila. Se le conocía como una persona trabajadoray seria. Dirigía "Hechos Mundiales" (nuevo nombre de la revista "Sucesos", creada en otro tiempo por el colega Edwin Harrington). Nunca perdía su tiempo: escribía, editaba y le preocupaba todo lo que acontecía en la empresa. Como presidente del CUP no era insistente con los instructivos políticos --al menos, en los tiempos más normales del período-- y nos dejaba hacer y trabajar a cada uno en lo suyo.

"Aquella mañana del 11 de septiembre, llegué a la empresa a la hora que se pudo --dadas las circunstancias--luego de escuchar por la radío lo que estaba aconteciendo. Con mis compañeros de Documentación mirábamos, entre nerviosos y consternados, cómo unos tanques se ubicaban en los jardines de la Plaza Italia, frente a la Avenida Santa María, y se instalaban apuntando sus cañones directamente a Quimantú, evidentemente un objetivo clave como centro editorial de un gobierno "camino al socialismo", cuyos libros se vendían en los quioscos por menos que un paquete de cigarrillos.

"Ese día, Guillermo recorrió las dependencias de la empresa ordenando que todos permaneciéramos en nuestros puestos. Pasaban las horas y lo único que hacíamos era escuchar la radio, censurada e intervenida por los militares, mientras la amenaza de bombardeo se cernía sobre La Moneda. Mí marido, Claudio Verdugo, volvió por mí en cuanto pudo. Cerca del mediodía baje a la calle, donde me esperaba, y le dije con voz firme: "Hay que quedarse". Con gesto grave, me respondió que también se sumaría y reingresamos juntos a la empresa.

"Guillermo Gálvez estaba precisamente en las oficinas de Documentación, repitiendo las últimas instrucciones de la Central Única de Trabajadores: todos debíamos permanecer en nuestros puestos de trabajo. Claudio preguntó: «¿Con qué contamos para defendemos, compañero?» Gálvez lo miró sorprendido y, luego de vacilar un poco (como diciendo «¿qué te esperabas?»), le respondió secamente: «Con nada, pues, compañero».

"Nos regresamos a casa. Varios colegas, en cambio, fueron a buscar frazadas y volvieron para quedarse. .. hasta el otro día, en que tuvieron que abandonar la empresa por orden de las mismas directivas sindícales. Pasaron los días, las semanas y los meses. Un equipo de golpistas --uno de cuyos cabecillas fue Hernán Errázuriz Talavera--, comenzó la «razzia» de trabajadores de Quimantú. Nos despedía con órdenes perentorias y desagradables. A algunos de inmediato, según el temido artículo 38 (que automáticamente catalogaba de «extremista»), como sucedió con Diana Arón, periodista de la revista «Onda»; a otros, nos mandó de vacaciones mientras investigaban más a fondo nuestros papeles; y otros, por cierto, se quedaron en sus puestos. Quimantú cambió radicalmente su linea editorial, transformada en Editora Nacional Gabriela Mistral, bajo el mando de Diego Barros Ortiz, comandante de aviación (retirado) y... escritor.

"Guillermo Gálvez quedó cesante de inmediato, pero siguió dirigiendo una célula de periodistas comunistas en la clandestinidad. Un día, una de sus miembros le dijo que no podía continuar en el país, desempleada y poniendo a sus hijos en peligro con sus acciones de resistencia, y que debería irse. A diferencia de muchos dirigentes políticos de la época, Guillermo la escuchó atentamente y sin rebatirle sus razones, se limitó a decirle que mejor era quedarse y seguir en la lucha, pero que si ésa era su opción, la iban a echar mucho de menos por sus valiosos aportes.

"Pasaron los años y un día de 1976 me tropecé en la calle con un ex compañero de Quimantú, Jimmy Smith, dibujante y diseñador gráfico ya fallecido. En el ritual del intercambio de información que hacíamos en cuanto nos encontrábamos con algún amigo, Jímmy me dijo que sabía de buena fuente que la DINA buscaba a Gálvez, obviamente para detenerlo. Como nos enteramos que en esos días descansaba en las cabanas del Círculo en El Tabo, llegamos hasta allá una noche para avisarle. Lo encontramos muy tranquilo, departiendo con un colega que no conocíamos. Cuando le explicamos lo que sabíamos, con su tranquilidad habitual se encogió de hombros, dijo que no se ocultaría ni se iría, y que si lo detenían, lo detenían. Esta fue la última vez que lo vi.

''Claudio se lo topó días después en el "Café Do Brasil" de Bandera y Huérfanos, cerca de los Tribunales. Estaba acodado en el mesón, aparentemente solo. Al comprar su vale para el café, Claudio lo saludó de lejos, moviendo la cabeza y sonriéndole, pero Guillermo lo traspasó con la mirada, sin hacer el menor gesto. De inmediato, Claudio comprendió que lo tenían detenido y, como solían hacerlo, lo paseaban para que reconociera a sus camaradas. Mi marido sorbió su café rápidamente, sin mirarlo, y salió desesperado por contar lo que había visto a quien pudiera hacer algo. Pero estábamos en 1976 y poco había que hacer. El Colegio de Periodistas estaba dirigido mayoritariamente por simpatizantes del golpe. Sólo sus familiares podían recurrir al Comité Pro Paz, del Cardenal Raúl Silva Henríquez, para informar su desaparición, cosa que hicieron".

(1) Sede de la fuente del Sector Económico.


Virginia Vidal es periodista y escritora, colaboradora de las revistas Punto Final y Mensaje, reportera de El Siglo en 1966, autora de varios libros. Premio de Novela "María Luisa Bombal" y Premio Municipal de Literatura.

Lidia Baltra es periodista, directora de Telecrán (1970/71), editora de opinión en La Nación (1990/92) y dirigente del Colegio Nacional de Periodistas (1992/94).

Ernesto Carmona es periodista y editor.


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