Persona, Estado, Poder
La tortura, arma del poder:
la respuesta terapéutica como un instrumento de vida

Paz Rojas B., médico neuropsiquiatra
Conferencia Internacional de Salud, Etica y Derechos Humanos.
Organizado por CODESEDH y CINPROS.
Buenos Aires, diciembre de 1990.

En una carta reciente dirigida al presidente chileno P. Aylwin, casi un año después de su elección, las agrupaciones de familiares de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos le expresan: «...es nuestra intención señalar la profundidad del daño que aún se sigue causando a nuestros seres queridos y a nosotros, sus familiares, y al pueblo chileno en general. Se nos debe una respuesta».

Esta exigencia de respuesta en verdad interpela, a 10 años del inicio del siglo XXI, a todos los gobernantes de los países del mundo y muy especialmente a los gobiernos de las grandes potencias. Más allá del poder, sin embargo, creemos que esta respuesta la tenemos que dar cada uno de los habitantes de la tierra.

En la historia de la humanidad, la tortura como arma del poder tiene una data muy antigua. Aristóteles la consideraba dentro de las cinco pruebas utilizables en los procesos legales, y entre los romanos, a pesar de que Cicerón y Séneca la condenaban, la tortura estaba incorporada a la legislación. Desde esa época y durante siglos, la aplicación de tormentos fue utilizada cada vez que se quería someter, doblegar, obtener confesión o delación de una persona. Era una práctica aplicada por los detentores del poder.

Recién en 1789 con la Revolución Francesa, que trae como consecuencia la declaración del Hombre y del Ciudadano, la tortura comienza a ser considerada como una antítesis institucional del derecho de las personas; 27 años después, mediante una bula papal la Iglesia la suprime. (1)

En los países europeos durante el siglo pasado, se creyó que la tortura estaba definitivamente abolida; ello no duraría mucho tiempo: durante la primera y segunda guerras mundiales, y en la guerra de Argelia y en la de Vietnam, se utilizaron en forma brutal o sofisticada diferentes técnicas de tortura. De alguna manera, la situación fue diferente en América Latina, especialmente en los países del cono sur y sobre todo en Uruguay y Chile. Estas democracias tenían más de 100 años y en sus constituciones y códigos la tortura estaba erradicada. Ella se aplicaba circunstancialmente en reos comunes y no era un instrumento de dominación.

Después de más de 25 años de aplicación de la Doctrina de Seguridad Nacional y de una estrategia, la de Contrainsurgencia, sobre las cuales no nos extenderemos, algunos países latinoamericanos vienen saliendo de dictaduras militares que aplicaron el «Terrorismo de Estado» como un medio para mantenerse en el poder e imponer un modelo económico de «capitalismo salvaje», como lo denominó el Papa Juan Pablo II.

¿Cuál ha sido el saldo de la aplicación de este modelo de poder?: cientos de miles de torturados, cerca de 100.000 detenidos desaparecidos en América Latina, miles de asesinados, la diáspora más grande de latinoamericanos diseminados por todo el mundo, una extrema pobreza, que en Chile alcanza casi al 50% de la población según organismos económicos internacionales. La drogadicción, el alcoholismo, la prostitución, se han enseñoreado de nuestros pueblos. La estructura social y organizacional ha quedado destruida. La impunidad recorre A. Latina.

A menudo a los profesionales de la salud mental se nos ha acusado de ser más políticos que neuropsiquiatras; asumimos esa responsabilidad, afirmamos que no pueden atenderse ni entenderse los daños provocados por la violencia ejercida desde y para el poder, sin tener dos ejes muy claros: el contexto social, político y cultural en el cual y por el cual se producen los trastornos, y el concepto de Salud Mental.

A grandes rasgos hemos diseñado el primero, el segundo eje lo enunciamos así: «entendemos la Salud Mental como un proceso global de constante crecimiento del ser humano, con su dimensión individual y social que se da en un contexto histórico con determinantes económicas, sociales, políticas y culturales». (2)

Han tenido que transcurrir más de 16 años dando atención profesional y humana a las «víctimas» de la dictadura para que, luego del asombro y la impotencia inicial, volvamos a los orígenes. Debemos superar las fronteras de lo netamente psicológico y afirmar que no habrá curación posible si no entendemos que la dialéctica del organismo enfermo está en estrecha relación con la dialéctica de su medio, y que la persona sólo podrá reconstituirse si el medio en que se desarrolla es cada vez más sano, es decir, estimulante, creador, motivador, suficiente para el desarrollo de las capacidades y cualidades específicamente humanas, capacidades y cualidades que a su vez tienen que influir sobre el medio para seguir desarrollándolo y desarrollándose a sí mismas.

A través de estos años hemos confirmado algunas ideas que quisiéramos enunciar aquí. A diferencia de la antigua psicología, que nace alrededor del siglo XVI, de la especulación filosófica y de la teoría, el camino seguido por nosotros ha sido inverso: una práctica permanente de atención nos ha ido señalando los orígenes, los mecanismos y las formas de tratamiento de los trastornos mentales.

Nuestra construcción teórica es aún débil y la posibilidad de crear una nueva psiquiatría basada en la práctica social y cimentada en nuevos pilares científicos está aún a nivel muy primario, si bien otros profesionales de la salud mental, especialmente europeos, han dado ya importantes pasos. (3)

Los trastornos provocados tienen un origen político y social. Es el poder el que crea las noxas, las perfecciona y las aplica, según su necesidad de someter y manipular a la población.

Las agresiones cubren un amplio rango, desde los ajusticiamientos, torturas, desaparecimientos, hasta la utilización de mensajes a través de diversos códigos para cambiar los deseos y conductas de los ciudadanos. (4)

Los trastornos, que tienen una génesis social, afectan a la totalidad del individuo, en su integridad biológica, psicológica, valórica e ideológica, a él y a su familia y se expanden a su mundo relacional, «llenándose el ambiente de síntomas» (5); el terror, el miedo, el desamparo, la indiferencia, el individualismo, colman la exterioridad.

Lo anterior avala la hipótesis de que estamos ante «un conflicto del medio humano, en donde debemos buscar la condición primera de la enfermedad mental». (6)

Frente a esta constatación, nuestra respuesta fue crear, en plena dictadura, un colectivo terapéutico multi disciplinario con un carácter histórico, evolutivo e integral, ya que la aparición de trastornos y su tratamiento sobrepasaban ampliamente el ámbito exclusivamente médico.

El enfoque además, fue desde sus inicios totalizador, pues era evidente que el problema no residía exclusivamente en las víctimas, sino fundamentalmente en los victimarios, tanto ideólogos como ejecutores de la política de aniquilamiento de personas emanada desde el poder.

Necesitábamos un marco de referencia humanista, una doctrina para situarnos, para poder hablar de enfermo o sano. Lentamente fuimos construyendo el modelo de Derechos Humanos y Salud Mental. De la relación dialéctica entre derechos humanos y armas del poder, dependía el nivel de salud mental.

Por otra parte, la doctrina de los derechos humanos tenía un origen concreto y era resultado de una «conquista de los más sometidos y explotados, había nacido tras graves conflictos sociales y políticos, para hacer respetar la dignidad intrínseca de toda persona». (7)

Era necesario entonces, unir al tratamiento la denuncia, la investigación permanente sobre los orígenes, mecanismos y consecuencias de los trastornos y sobretodo trabajar en su prevención.

¿En qué etapa histórica de América Latina estamos?: la diseñamos brevemente al inicio y le debemos una respuesta debida.

En este sentido hemos profundizado sobre el significado que la falta de Verdad y la ausencia de Justicia tienen sobre la Salud Mental de las personas y de los pueblos donde rige la impunidad.

Estamos conscientes que las relaciones entre los hombres se asientan y permiten su desarrollo integral si este está basado no en las leyes del mercado, sino en la creación de un pensamiento fundado en la realidad y la verdad.

Afirmamos que los trastornos serán irreversibles si seguimos construyendo la vida sobre el engaño y, más aún, si frente a los crímenes en lugar de dar una respuesta, reaccionamos con indiferencia.

Algo así está sucediendo respecto de las Agrupaciones de Familiares de Presos Políticos, de Ejecutados y de Detenidos Desaparecidos, que en América Latina están quedando solas y marginadas de la sociedad. Si llegamos a esta situación podemos entonces decir que lo peor no es que la tortura, los crímenes y los desaparecimientos programados desde el poder existan, sino que nosotros no nos rebelemos con indignación ante su existencia. Lo peor es que nos habituemos. Si esto sucede, será el momento preciso en que la tortura habrá triunfado y el desaparecido lo estará para siempre.

De modo que los profesionales de la salud mental debemos actuar en este período con mayor fuerza que la que usamos durante la dictadura y con mayor capacidad científica nacida desde la práctica social y apoyados en sólidos pilares teóricos.

Así el período que se inicia constituye un desafío a la vida. En años anteriores el adversario estaba frente a nosotros, ahora es subterráneo, poco visible si no se le busca con una mirada inquisitiva.

Este período ha nacido del terror, la superexplotación y la trastocación de valores. En la sociedad conviven el miedo, la desconfianza, el ocultamiento, el dolor y la desesperanza con el individualismo y la indiferencia.

Debemos ahora trabajar preferentemente con las personas que fueron más directamente afectadas; junto a ellas, pero con el conjunto de la sociedad, desde ella y con ella, para levantar de nuevo los cimientos de la Salud Mental y los Derechos Humanos.


Notas

1. Jadresic, A. Seminario Internacional «Tortura: aspectos médicos, psicológicos y sociales. Prevención y Tratamiento». Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo, CODEPU. Págs. 379 - 383.

2. «Lineamientos básicos para el desarrollo de la Salud Mental y los Derechos Humanos». Documento preliminar preparado por la Coordinadora de Equipos de Salud Mental de los organismos de Derechos Humanos. CESAM - Chile.

3. Foucault, M. «Enfermedad Mental y Personalidad». Paidos. Estudios.

4. «Persona, Estado, Poder. Estudios sobre Salud Mental. Chile 1973-1989». CODEPU, 1989.

5. Foucault, M. ib.

6. Berlinguer, G. «Psiquiatría y Poder». Granica Editor. Buenos Aires, 1972.

7. Documento Fundacional del Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo, CODEPU. Santiago, Chile, 1980.


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 05abr02
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