Impunidad Chile
Crímenes e Impunidad

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Capítulo IV
Acciones y consecuencias sobre la persona y la sociedad

Si bien, como dijimos, este libro está dedicado principalmente a relatar y evaluar la práctica realizada por un organismo de Derechos Humanos en la búsqueda de la verdad sobre los Crímenes de Lesa Humanidad cometidos por la dictadura militar chilena (1973-1990), deseamos entregar algunas reflexiones surgidas en el curso del trabajo de atención médica, psicológica y social.

Lo hacemos con la intención de que aquellos que se enfrentan por primera vez a esta práctica cuenten al menos con algunos antecedentes, conceptos y definiciones, que les permitan orientarse sobre la realidad traumática producida por el terrorismo de Estado y la violencia dictatorial; pero, muy especialmente, queremos contribuir a la comprensión de los posibles trastornos, secuelas, alteraciones personales, familiares y sociales, que este universo de personas puede llegar a desarrollar.

Antes que nada hay que señalar que no se trata, de ningún modo, de personas enfermas; más bien, se trata de una ruptura del proceso de normalidad originada en la exterioridad, desde el Estado dictatorial, cuyos actos perturban violenta y abruptamente la vida humana. Por tanto, no podemos considerar a priori que los síntomas o síndromes que presentan las personas o las familias afectadas constituyan una anormalidad, aún cuando las manifestaciones en nada se diferencien de las habitualmente conocidas en el campo de la medicina y más específicamente de la psiquiatría (síndromes angustiosos, depresivos e incluso paranoídeos.

Lo que le otorga la especificidad a estas manifestaciones es su origen: el trauma provocado por la violencia humana, conscientemente planificada. La significación más profunda y particular de estos trastornos estriba en los innumerables mecanismos psicopatológicos, vivencias, experiencias y variadas percepciones y sentimientos que se movilizan frente a una realidad ineludible, una agresión de origen humano

Desencadenado desde el poder y que está ligada a la inexorable posibilidad de la muerte o a convivir permanentemente con lo siniestro.

Con algunos familiares de las 305 personas afectadas habíamos establecido una relación previa, con ocasión de acudir a nuestra institución en busca de ayuda, sea por problemas de orden social, jurídico o por la necesidad de pedir apoyo médico o psicológico. Ello nos permitió, desde los primeros contactos, formarnos una idea aproximada sobre el estado emocional y sobre las posibles relaciones y conductas que encontraríamos en las personas y en las familias con quienes trabajaríamos.

Durante todos estos años constatamos el empleo sistemático y planificado de la violencia como sistema de dominación desde el poder. Nos referimos al concepto de "Terrorismo de Estado".

Desde el mismo día del golpe militar, el país, las familias y las organizaciones sociales y políticas de las zonas estudiadas vivieron una situación de Terrorismo de Estado. Este está definido como "aquel que dispone del monopolio de la violencia, que sustituye el orden, la regla, la historia institucional a su arbitrio, desembarazándose de cualquiera limitación legal para aplicar la violencia en forma planificada y eficaz, como un arma de opresión".(1)

El Terrorismo de Estado en Chile incluyó desde la intimidación hasta la guerra psicológica, desde la persecución hasta la muerte y desaparecimiento, desde la detención, prisión y tortura hasta la desintegración y demolición de la persona, desde las dudas sobre la verdad de lo ocurrido hasta una impunidad absoluta.

Los familiares de los ejecutados políticos y de los detenidos desaparecidos, a medida que fueron adquiriendo confianza, nos relataron cómo a las pocas horas de ocurrido el golpe militar contingentes de las diferentes ramas de las Fuerzas Armadas, en operativos por tierra o por aire, en helicóptero, llegaron a las zonas campesinas más alejadas.

El campo, las calles, las casas, los edificios de los sectores urbanos fueron ocupados y controlados abruptamente por personas que hasta ese momento se encontraban al interior de los cuarteles. Algunos campesinos simbolizan este momento con la frase "bajaron desde el cielo vestidos de guerra con sus caras pintadas".

Lo súbito, lo agudo, lo inesperado y, por sobre todo, lo agresivo y violento de los hechos ocurridos, así como las actitudes del personal de las Fuerzas Armadas provocaron un "trauma psíquico" desencadenado por una situación límite.

Este concepto de situación límite fue descrito por primera vez por Karl Jaspers (1913). Más tarde, otros autores la definieron también como situación extrema, por tener "un carácter inevitable e incomprensible, una duración incierta, un peligro permanente y provocar una sensación de impotencia total de la persona frente a ella".

Los acontecimientos y emociones experimentados por las personas con quienes trabajamos, nos permitió constatar que ellos vivieron un continuo de situaciones límites. Dieciocho años después, cuando llegamos a la zona, relataron escenas que guardan en el recuerdo toda la nitidez de una vivencia brutal e imposible de olvidar, por el carácter de amenaza vital que ellas tuvieron y por la sensación de inermidad con que la vivieron.

Durante los diecisiete años de dictadura el Terrorismo de Estado existió siempre. Alguna veces fue extremo y evidente, en otras ocasiones no fue indispensable recurrir abiertamente a la violencia y al terror. Este Terrorismo de Estado varió en su intensidad, en su carácter más abierto o más solapado de actuar, según las necesidades coyunturales del régimen político o según el grado de sometimiento o de rebeldía de la población.

Durante estos períodos predominó lo que hemos definido como amedrentamiento colectivo, "diferenciándolo de otras sinonimias, miedo generalizado, angustia colectiva, usados por otros autores; porque en la palabra amedrentamiento se sintetiza un doble significado. Por un lado, las acciones de violencia y, por otro, el resultado de un proceso intencional dirigido a provocar un estado de ánimo, en este caso, colectivo, de miedo, con el objeto de inmovilizar, silenciar, someter, para transformar finalmente a las personas en alguien que medra, que pide, que implora, que ruega al poder alguna forma de protección".(2)

A este amedrentamiento colectivo visible que tenía como fin inducir una reacción primaria de miedo ocupando todos los espacios perceptivos y cognitivos de la realidad, se agregaron desde un comienzo otras maniobras de la guerra psicológica.

La guerra psicológica y el amedrentamiento como parte de ella, a diferencia de otras acciones o actos como las catástrofes naturales que de ningún modo tienen determinación humana, fueron un recurso esencial de la dictadura, una nueva arma política exhaustivamente aplicada.

La guerra psicológica se transformó en una táctica permanente. Definida como "un recurso para conquistar las mentes de las personas a la cual se penetra a través de mensajes, o de dobles mensajes, orales, escritos y visuales, aparentemente no directos ni explícitos. En estos mensajes se entrega información falsa, confusa, tan pronto amenazante y de peligro, como tranquilizadora según el objetivo perseguido".(3)

En una región del país, antes del golpe militar, se informó a través de la prensa contraria al gobierno de la Unidad Popular que había cientos de guerrilleros, miles de extranjeros armados; y en otra región, que las expropiaciones de la reforma agraria así como la toma de los grandes latifundios, se efectuarían en forma radical y violenta. Investigaciones posteriores, incluso el Informe oficial de la CNVR, desmintió esta construcción de la guerra psicológica creada a través de los medios de comunicación.

Posteriormente, a través de la manipulación psicoideológica, se pretendió conseguir la aceptación, un cierto grado de consenso y finalmente un cambio en el modo de pensar. Los elementos que se entregaban como la realidad eran de tal modo amenazantes que paulatinamente el análisis de su situación llevó a algunas de las personas, especialmente en estas familias con que trabajamos, a una aparente conformidad o a marginarse, o a guardar silencio y esperar. También, a la inversa, a rebelarse interiormente, a desesperarse y a sufrir.

Las acciones de Terrorismo de Estado o del sistema totalitario que lo sustentó, con sus tácticas globales de creación de situaciones límites o extremas, amedrentamiento colectivo y maniobras de guerra psicológica, provocaron en la totalidad de las personas diferentes manifestacio- nes de miedo, desde el temor hasta un terror súbito, extremo y perdurable en el tiempo.

Se hizo presente un estado de ansiedad, que aún persistía en el momento en que los encontramos por primera vez en el curso de la investigación. Este estado se derivó de un mecanismo subyacente más básico "más primario ontológicamente transmitido: el miedo".

El miedo y las manifestaciones orgánicas de angustia que se desencadenaron en estas familias fueron una respuesta adaptativa a las innumerables señales de riesgo vital experimentadas.

El miedo como respuesta a una situación de peligro fue específica y única de cada individuo según sus vivencias, experiencias y elaboraciones previas. El miedo "es una reacción natural, es un fenómeno que tiene una expresión física, es un accionar fisiológico que protege al individuo de una amenaza o riesgo vital. Su rasgo característico es su transitoriedad, se extingue espontáneamente cuando desaparece la amenaza o peligro que lo ha originado. Dicho peligro está definido en esta instancia por la percepción que tenga cada individuo de la situación".(4)

En gran parte de los familiares, estas expresiones del miedo transformaron su forma de reaccionar. Algunos estaban conscientes de tenerlo, otros inconscientes de su existencia. Se manifestaba como desconfianza, aislamiento, imaginerías con repetición frecuente, recuerdo reiterado de las escenas traumáticas, sobretodo cuando se volvían a vivenciar situaciones de peligro vital.

En las personas más directamente afectadas por los crímenes se produjo un traumatismo psíquico, el cual se define "por el encuentro de una situación exterior de peligro extremo y el estado psíquico de cada persona".(5) Este psicotrauma produjo diferentes modalidades de respuesta, según fuese la historia, la naturaleza, las experiencias previas de cada uno y según fuera el significado de peligro vital que le otorgó a la violencia que estaba viviendo o vivió durante todos estos años.

Dado que en Chile, de acuerdo a la propia Comisión de Verdad y Reconciliación, no existió una guerra, y que en las regiones investigadas tampoco hubo una real contienda, la situación vivida por las personas fue de total desigualdad humana.

Entre los familiares de estas 305 personas, detenidas, torturadas, para luego ser ejecutadas en forma sumaria o hechas desaparecer, se encuentra un alto número de sobrevivientes. Ellos, al igual que su familiar muerto o hecho desaparecer, fueron detenidos, interrogados, vejados y, sin excepción, sometidos a diversas técnicas de tortura.

Todas las personas vivieron en forma individual o colectiva las acciones intencionales, es decir, se trató de una decisión de agredir, destruir, inmovilizar, tomada en forma consciente, razonada por el contingente militar o los uniformados quienes hicieron valer sus motivos, "derrotar al enemigo interno". La tortura se transformó en un acto humano integral, no sólo porque fue lúcidamente elegida y realizada "sino porque este acto tenía causas, motivaciones, aprendizajes, objetivos, fines, marcos de referencia ideológica, modos específicos de realización, pericias, código simbólico, lugar social definido".(6)

Numerosas descripciones relatadas por los familiares sobrevivientes confluyen en la conceptualización señalada: "me buscaban", "sabíanlo que hacían", "quisieron enloquecerme, humillarme, destruirme", "eran peritos", "se comportaban como perros que sabían donde morder".

La tortura, tal como fue definida por primera vez por la Naciones Unidas el 9 de diciembre de 1975, habla de "dolores o sufrimientos graves ya sean físicos o mentales provocados intencionalmente". Las personas torturadas sufrieron un trauma de dimensiones aún difícil de mensurar. El dolor físico quedó como una marca, a veces como un estigma, y algunos de los familiares la enseñan, no sin recato. La ruptura o quiebre psíquico persiste hasta ahora.

La especificidad de "este sufrimiento mental" estriba en el hecho de que las personas se encontraron "ante una situación inédita, nunca antes vivida, en que la violencia y la agresión era provocada por otro igual, un semejante, otro ser humano". A mayor abundamiento, en los pequeños pueblos, en las regiones rurales, en algunos casos fueron sus vecinos, sus conocidos "nacidos y criados en el mismo lugar" los que los torturaron, ahora transformados en personal de las fuerzas de represión de la dictadura.

Las personas fueron amarradas, desnudadas, en muy pocos casos sólo en los cuarteles militares se les vendaban los ojos, y en esta situación sufrieron diferentes técnicas de agresión física o sexual. De manera que "el torturado se encontraba además inerme, por entero a merced del otro, de las amenazas, de las humillaciones, del dolor, del terror, del pánico"..."Esta situación no tenía experiencia previa, no se asociaba a ningún recuerdo, no tenía representación mental homologable".(7)

Se trataba en suma, de una situación de desigualdad humana en que la violencia y la destrucción, único lazo que conforma este vínculo humano, es unidireccional y se genera desde una sola de las partes.

De tal modo que la acción desestructurante de la tortura sobre la persona no fue solamente un intento de destrucción de su identidad, de su esencia misma que lo constituye como persona única e irrepetible en el tiempo; sino que además, la tortura provocó una ruptura en el vínculo humano. Ruptura que fue muy evidente entre los miembros de estas familias en los cuales predominó, como veremos más adelante, un núcleo de desconfianza.

La relación establecida por los familiares con los torturadores ha quedado grabada en forma muy nítida. "Es un recuerdo desgarrador", "las más de las veces perverso". Este recuerdo ha provocado una dificultad en el intercambio con el otro, con todos los otros, y como vere- mos más adelante, incluso entre los miembros de una misma familia.

Tal como señala la definición de tortura, esta es calificada cuando dichos "dolores y sufrimientos fueran inflingidos por un funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas, a instigación suya, o con su consentimiento o aquiescencia". Este párrafo define quien es el otro, el responsable, diferenciando la tortura de otras agresiones. No se trata aquí de acciones individuales, por violentas que ellas sean; se trata de actos ordenados y cometidos desde el poder y protegidos por la impunidad.

Las familias sintieron y vivieron durante todos estos años que eran las propias instituciones del gobierno las que les habían inflingido tortura y habían hecho desaparecer o ejecutado sumariamente a sus familiares.

En efecto, más allá de las torturas que estas personas sufrieron, habían perdido un ser querido en este contexto de violencia. Desde el momento mismo que el familiar fue detenido o secuestrado se desencadenó una angustia súbita por lo que podía sucederle a ellos mismos y especialmente por el familiar que había sido detenido.

Más tarde, cuando se enteraron que él había sido ejecutado sumariamente o lo buscaron interminablemente sin encontrarlo, a la angustia se agregó el dolor, la pena, la duda, el desconcierto.

En las familias de detenidos desaparecidos se configuró una serie de manifestaciones de orden psicológico. Estas se originaron principalmente por una alteración profunda de la realidad, por la imposibilidad de saber y conocer, y muy especialmente, por la incertidumbre frente al problema esencial de la vida: la posibilidad de la muerte.

La incertidumbre penetró en sus creencias y pensamientos. La perplejidad frente a lo que podía o no podía haber sucedido con su familiar, llenó sus pensamientos de fantasías, imaginerías las más de las veces siniestras, y por eso profundamente desestructurantes y dolorosas.

Los familiares no conocen el destino del desaparecido y viven además, como lo veremos en los capítulos correspondientes, una situación de duelo no resuelto, un duelo crónico que ha quedado congelado en el tiempo.

Es importante señalar que mientras realizábamos este trabajo, a raíz de las cifras cada vez más alarmantes de Desapariciones de Personas, especialmente en América Latina, el 18 de diciembre de 1992 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó una "Declaración Sobre la Protección de todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas". Por su parte la Organización de Estados Americanos (OEA) en su XXIV Asamblea General del 6 de junio de 1994, sancionó la "Convención Interamericana Sobre la Desaparición Forzada de Personas". (Anexo Nš 5)

Otras consecuencias de orden psicológico provocadas en estos familiares derivan de la impunidad. Ello constituye el objetivo central de este trabajo y sus efectos serán analizados en los capítulos correspondientes.

Igualmente, ante la existencia generalizada de la impunidad en el mundo, particularmente en este Continente, en agosto de 1991 la Subcomisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas encomendó a dos relatores especiales estudiar el tema. En 1992 se redactó el primer documento "Estudio Sobre la Impunidad de los Autores de Violaciones de Derechos del Hombre", iniciándose así un proceso que llevó finalmente a la dictación de una Convención sobre la impunidad. Actualmente el relator especial continúa elaborando un "Informe final acerca de la cuestión de la impunidad de los autores de violaciones de los Derechos Humanos (derechos civiles y políticos)", contenidos que serán motivo de las conclusiones de este trabajo.


Notas:

1. "La violence". Ivés, M. Presses Universitaires de France, 1986.
2. "Amedrentamiento colectivo". "Persona, Estado y Poder". Volumen I. CODEPU- DIT-T. CHILE. 1989.
3. Codepu-DIT-T. "La Gran Mentira. El caso de las listas de los 119". Chile. 1994.
4. Vallejo, J. , Ruiloba. "Introducción a la Psicopatología y a la Psiquiatría". Tercera Edición. Salvat Editores, S.A., 1991
5. Barrois, C. "Les névroses traumatiques". Ed. Bordas. Paris. 1988.
6. "Sobre la Definición de la Tortura". "Persona, Estado y Poder". Volumen I. CODEPUDIT-T. Chile, 1989.
7. Rojas R; "Algunas reflexiones sobre rehabilitación a personas torturadas". "Persona, Estado y Poder". Volumen II. CODEPU-DIT-T. Chile, 1996.


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 29jun01
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