Información
Equipo Nizkor
        Tienda | Donaciones Online
Derechos | Equipo Nizkor       

27jul14


El descontrol en la minería contamina las aguas del río Pilcomayo


A las cinco de la mañana del 4 de julio, la tierra abrió un ojo en Canutillos. A 4.165 metros sobre el nivel del mar, en la cima de una montaña que se ve desde la carretera que une Sucre con Potosí, un hueco circular de 30 metros de diámetro se abrió sobre el dique de colas de la empresa Santiago Apóstol, un ingenio minero asentado en esa comunidad de Potosí.

Un alud de lodo mineral comenzó a reptar quebrada abajo, como si estuviera vivo. Pasó haciendo estruendo por Colavi, San Felipe y perdió las fuerzas en Colavi Bajo.

Se calcula que en los más de cinco km que recorrió dejó una marca de 30.000 toneladas de tierra con desechos minerales. Nadie sabe o nadie quiere calcular cuánta de esa basura reptó 20 km más para enturbiar las aguas del Pilcomayo.

Pero el río se quejó, cambió de color y las aguas se volvieron chocolate, alertando a los vecinos de Tasapampa, una comunidad del municipio de Yotala, que alertaron el 7 de julio a las autoridades de Chuquisaca de que algo había pasado en la montaña.

"Nosotros alertamos a Potosí", dice Ronnal Angulo, sentado en la oficina de la dirección de Medio Ambiente de la Gobernación de Chuquisaca.

Su jefe, Eddy Carvajal, secretario de Madre Tierra, explica que el dique estaba construido precariamente y cedió, que la empresa no cuenta con licencia ambiental y que sus colegas potosinos no saben cuántas empresas mineras están asentadas sobre ríos que desembocan y contaminan al Pilcomayo, un río que atraviesa Chuquisaca y Tarija, antes de dormirse en Paraguay y Argentina.

"Hay 187 empresas e ingenios mineros registrados en Potosí y el 80% no cuenta con licencia ambiental. Hemos solicitado que nos permitan ingresar a la zona para hacer un trabajo conjunto con Potosí", dice Carvajal.

Ivana Bellido es secretaria de Madre Tierra de Potosí y, desde Colavi, confirma el dato: no sabe cuántas de las empresas que trabajan en la zona cuentan con licencia ambiental. Angulo cree que su colega tiene un trabajo difícil. Cuenta que Potosí ya ha cambiado tres veces al responsable de la Secretaría de Madre Tierra y cree que todos han sido devorados por el monstruo de la minería, una industria que mantiene a Potosí y que este año prevé exportaciones por más de $us 2.000 millones.

Ojos bien cerrados

Esteban es un hombre huesudo enfundado en el overol azul de la Empresa Minera Silver & Tin, la dueña del ingenio Santiago Apóstol. Parado al borde de este ojo de 30 metros que tiene un iris tan amarillo, como los que enferman de hepatitis, cree que los que no saben de minería exageran el problema, que no es para tanto, que ya la empresa ha comenzado a levantar lo derramado y que espera que pronto pueda volver a trabajar porque en Canutillos no hay más de qué vivir.

Canutillos, más que un pueblo, es un campamento minero. Está formado por dos hileras de casas con ventanas tapiadas y techos de calaminas ancladas por grandes piedras que evita que el viento se las lleve.

Afuera de cada casa hay un auto transformer y algunos techos son coronados con antenas para robar señal de televisión satelital. Todo lo demás es minería. Además de la Santiago Apóstol está la empresa de capitales chinos Ju Jing, el ingenio de plata Tirax, la procesadora de Hilarión Alave y más abajo, sobre la quebrada, la mina de estaño y plata Infiernillo, de la empresa Ju Jing.

Allí, al fondo de la quebrada, apunta Juan Cano, ingeniero a cargo de Santiago Apóstol y pariente de Mario Cano, representante legal de la empresa que hoy no aparecerá por el ingenio. Juan dice que de esa mina sale agua ácida, con PH de 2, mientras que del dique de colas circula un agua con PH 8, apta para el consumo humano. Dice que de Infiernillo sale más contaminación que los desechos que reptaron hasta Colavi Bajo.

Esteban no se queda callado. Cree que en Chuquisaca están magnificando el asunto, que no deben olvidar que Sucre vive de lo que produce Potosí, que todo el dinero que sale de allí es de las minas.

Secreto a voces

Hilarión Andrade es un ingeniero que trabaja para la Corporación Minera de Bolivia (Comibol) que una semana después del sifonamiento fue enviado para ver qué pasó en Santiago Apóstol. Cree que colapsó una de las torres de elevación de agua del dique y esto hizo reventar el drenaje principal. Él midió los 30 metros del ojo que formó el deslizamiento, pero no se anima a decir cuánto material llegó al río. "Para ello habría que meterse y medir la altura y no se puede. Las colas son como arenas movedizas, es peligroso", explica.

Dice que las colas son el residuo que queda luego de que los ingenios extraen el mineral, la basura. Un dique no es más que un talud de tierra que se coloca entre dos cerros y se va rellenando con la basura y que deben estar revestidos con geomembrana para que no contaminen la zona. Una vez el hueco es rellenado, se lo debe cubrir con una capa de tierra y reforestar la zona. Casi nadie lo hace.

Tampoco se tratan las aguas ácidas que salen del interior de las minas. Andrade confiesa que solo las empresas grandes tienen planta de tratamiento de esas aguas, que transportan sulfuro de hierro y anhídrido sulfuroso, que al mezclarse con el agua forma ácido sulfúrico.

"Eso es más peligroso que el deslave de las colas y eso llega hasta el río Pilcomayo", añade.

Más abajo de Canutillos está Colavi. Allí, las bocaminas se delatan por la presencia de un compresor de aire que evita que los mineros se asfixien y el hilito de agua que corre quebrada abajo. Allí, Simona, una mujer de polleras, risueña y atenta, vende gasolina a Bs 6,20 el litro y mandarinas a Bs 1 la unidad. Cuenta que no han visto cambios en la salud por el desastre de Santiago Apóstol, pero que tal vez en el futuro vean los efectos de la minería.

Ángel Fernández, médico de Colavi, concuerda con Simona. Dice que en la semana después del colapso se presentaron tres casos de diarrea, uno menos que en la misma semana epidemiológica del año anterior. Lo que no sabe es qué puede causar a la salud de los pobladores cuando las colas se sequen en la quebrada y vuelen por el aire hasta los pulmones de la gente. Allí, en Colavi, el mal de minas, la silicosis, las pequeñas partículas de polvo que se comen los pulmones de los mineros, es uno de los principales males que atiende Fernández.

Aguas abajo

Solo quedan ruinas de la casa desde la que Félix Cuba, antiguo patrón de Sotomayor, controlaba las tierras más fértiles a orillas del Pilcomayo. Ahora, al lado de las ruinas vive Cayo Velasco, uno de los 160 indígenas que hace ocho años parcelaron la tierra y producen lechugas, remolachas, zanahorias y acelgas, que serán vendidas en los mercados de Sucre, Potosí y Oruro. Cayo ventea el maíz blanco con el que alimentará a sus cerdos mientras admite que todo lo verde que crece debajo de su casa se riega con aguas del Pilcomayo.

Por todo Sotomayor, comunidad distante a 140 kilómetros de Sucre, recorren canales de agua que vienen del Pilcomayo y son usadas para regar la tierra que provee de hortalizas a tres ciudades. Don Cayo, que tiene ya 80 años, dice que nunca se ha enfermado por culpa del agua y que no pasa nada.

"No sabemos", es la frase que más repetirá Rolando Guarachi, médico de Sotomayor, mientras afuera de su consultorio una gallina picotea la basura que un joven saca del canal. Dice que sin un estudio científico poco será lo que se sepa en qué forma afecta la contaminación a sus pacientes. Pese a que en su cuadro de enfermedades recurrentes la disentería ocupa el primer lugar, a Guarachi le preocupa más el mal de Chagas que afecta a los pobladores. En segundo lugar están las enfermedades gástricas y pese a que tiene un par de casos de cáncer de colon y estómago, no se atreve a echarle la culpa a la contaminación del Pilcomayo. Tampoco a los ocasionales nacimientos de bebés que se convierten en adultos con problemas de aprendizaje y capacidades especiales. "No sabemos", repite.

Por las dudas, Guarachi no consume el agua del pueblo y solo bebe la que trae embotellada desde Sucre. Lo hacía hasta que descubrió que al hervirla dejaba una costra blanca sin sabor que se solidificaba, arruinando el hervidor eléctrico.

Cuando sucedió el deslave en Santiago Apóstol, Guarachi trató de hablar en la asamblea de la subcentral indígena, pero el dirigente se hizo la burla. "Con más mineral, más grande van a crecer las zanahorias y más rico saldrá el pescado. Si hablas ahí, te van a agarrar del cuello", le dijo. Guarachi prefirió no asistir a la reunión.

Más abajo, en Uyuni, una comunidad del municipio de Icla, desde hace 10 años no utilizan aguas del Pilcomayo para regar sus cultivos. Allí, Fernando Machaca, técnico agrónomo de Icla, recoge un limo negro del río Pilcomayo que huele a las pastillas de hierro que les dan a las mujeres embarazadas. El ingeniero potosino mueve el barro hacia el sol y nota que brilla. Cree que está cargado de pirita, oro para tontos, que se desprende de las minas de Potosí. Él no sabe si es a consecuencias de estos minerales en el agua, pero ha escuchado que en Soroma, una comunidad pequeña aguas más abajo, hace unos 10 años nació un bebé con dos cabezas.

Jesús Sánchez es enfermero en Uyuni y confirma el nacimiento. Dice que la gente que tiene que cruzar el Pilcomayo para llegar a sus chacos va al consultorio para tratarse de una especie de hongos que sale en las piernas.

Alcino Flores es médico en Uyuni desde principios de 2014 y también escuchó del nacimiento del bebé con dos cabezas en Soroma. También atiende allí a un niño con hidrocefalia y hay otros pequeños con problemas de autismo y déficit de aprendizaje.

Como no conoce que haya un estudio científico que acredite que estos problemas de salud son fruto de la contaminación, prefiere no afirmar nada. Dice que allí no consumen agua directamente del Pilcomayo, que tienen vertientes que bajan desde la montaña, pero sí comen el pescado que capturan en el río.

Eso, el pescado, es lo único que preocupa a Faustino Silva, dirigente de Uyuni. "Cuando el agua está turbia, los peces desaparecen", dice. Cuando el agua del Pilcomayo está clara, los bagres y sábalos comienzan a arribar a finales de julio. Faustino espera que la turbulencia pase para agosto y septiembre. "Cuando el agua está clarita, hasta 20 pescados se sacan en un ratito", dice, sin importarle lo que haya pasado en Canutillos

[Fuente: Por Pablo Ortiz, El Deber, Santa Cruz de la Sierra, 27jul14]

Tienda de Libros Radio Nizkor On-Line Donations

DDHH en Bolivia
small logoThis document has been published on 29Jul14 by the Equipo Nizkor and Derechos Human Rights. In accordance with Title 17 U.S.C. Section 107, this material is distributed without profit to those who have expressed a prior interest in receiving the included information for research and educational purposes.