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02feb02


Las oligarquías no gobiernan para sus pueblos, gobiernan para sí mismas y para sus protectores

Por Augusto Zamora R.


Pareciera inexplicable. Que un país que 100 años atrás figuraba entre los más ricos del mundo y que durante siglos fue receptor de emigrantes, se encuentre en bancarrota, haya nombrado cinco presidentes en semanas y no encuentre norte que guíe a su pueblo obligado a escoger entre la miseria o la huida ni convenza a sus acreedores, que son muchos y voraces.

Como suele suceder, quienes hace pocos años loaban jubilosos el festín de las privatizaciones hoy critican acremente a coro con sus gobiernos que el país saqueado amenace con no pagar su deuda o imponer impuestos, buscando desesperadamente sacar agua de una piedra. Sabios de mirar profundo censuran al Gobierno por no tomar medidas creíbles, es decir, que garanticen el pago del servicio de la deuda externa y los beneficios de las empresas extranjeras. Lo que no se atrevían a decir es de dónde podía extraer recursos un país arruinado para satisfacer, creíblemente, a acreedores e inversores. Al final, se ha recurrido a la fórmula clásica (exprimir al pueblo hasta el martirio), aun a riesgo de provocar una revuelta social (un escenario perturbador), entre rumores de golpe de Estado y sobre decenas de cadáveres (lo que, aunque perturbe a la ortodoxia dominante, confirma el fracaso del modelo neoliberal y corrobora que, sin represión, el capitalismo del subdesarrollado malamente subsistiría: los muertos se amontonan en Bolivia, Perú, Brasil... sin merecer titulares).

Es natural, era previsible, lo que acontece ahora. Argentina, como otros países latinoamericanos, sufre desde hace siglos un saqueo permanente, institucionalizado en sus sistemas políticos y económicos. Sistemas remachados durante las guerras de independencia, cuando oligarquías comerciantes y terratenientes recurrieron a Gran Bretaña como aliada y proveedora de dinero y armas para derrotar a España. Argentina se convirtió en prototipo del imperialismo informal. Formalmente independiente. Materialmente colonia británica, como Brasil, Guatemala o Chile. La alianza entre oligarquías e imperio marcará con fuego a los estados y determinará la perpetuación del subdesarrollo y la dependencia. Cuando EEUU desplaza a Gran Bretaña, el relevo se efectúa de forma fluida, como quien cambia de sombrero: la relación simbiótica entre oligarquía e imperio estaba sólidamente establecida.

De ese periodo data la tradición oligarca de enviar a sus hijos a estudiar a Europa (hoy a EEUU), de donde regresaban convencidos de representar a la civilización frente a la barbarie de sus países. De entonces también su dependencia casi enfermiza hacia los modelos extranjeros en tantos ámbitos y, por supuesto, su afán de servir lealmente a la metrópoli imperial, que velaba (vela) por sus privilegios de clase frente a las levantiscas masas oprimidas. A cambio, dejaban que expoliara sus países.De ahí otra constante. Las oligarquías no gobiernan para sus pueblos. Gobiernan para sí mismas y para sus protectores. Con un sentido tan precario de Estado que, cuando toman el poder grupos ajenos, o éstos se suman al saqueo (como Fujimori o Menem) o deben enfrentarse a la oposición de oligarquías e imperio y verse derrocados (la última operación apunta a Hugo Chávez, tildado de «loco» y «dictador»).

Lester Thurow ha explicado las diferencias entre oligarquía y establishment. Según este profesor del MIT, «la meta fundamental de un "establishment" es asegurar que el sistema funcione, de modo que a la larga el país tenga éxito. Un "establishment" confía en que si el sistema funciona y el país va bien, sus miembros prosperarán personalmente». En cambio, dice Thurow, «una oligarquía es un grupo de individuos inseguros que acumula fondos en cuentas bancarias secretas.

Como creen que deben atender siempre a su interés personal inmediato, no les atrae la idea de invertir su tiempo o su esfuerzo en mejorar a largo plazo la prosperidad del país... no confían en que si su país tiene éxito, ellos lo tendrán». Cuando hablamos de oligarquía hablamos, pues, de una clase dominante que asume su país como lugar donde enriquecerse, pero al que no se siente vinculada de forma real sino, a lo más, sentimentalmente. La separación que hace entre su interés personal y el interés nacional le lleva, sin casi excepción, a mantener a su país en pública subasta y a estar en disposición permanente de huida con lo evadido en cualquier paraíso fiscal.

La situación argentina no es la primera en su especie, aunque sí la más notoria, por causas bastante obvias. Primero, por ser quien es (Argentina, no Bolivia ni Haití); segundo, porque sucede en un momento de escasez de dinero en los organismos financieros y en los países ricos, sumidos muchos de ellos en recesión. Finalmente, porque no es un país estratégico para EEUU o, cuando menos, no tanto como para merecer una operación de rescate como las que dirigió para México, Turquía o Rusia.

La primera crisis de este tipo la sufrió México en 1982, en los meses finales del Gobierno de José López Portillo. La fuga de capitales alcanzó tal nivel (35.000 millones de dólares en semanas) que los bancos colapsaron y el Gobierno debió decretar una urgente nacionalización, como único medio de evitar la quiebra del sistema financiero y del país. EEUU aprobó la medida y adoptó otras que permitieron a su maltrecho y vital vecino solventar la crisis sin mayor daño ni escándalo.

Venezuela, en 1989, tocó fondo. Los rotos bajados de los cerros fueron masacrados por el Ejército. En este suceso ancla sus raíces Hugo Chávez. País rico donde los haya, Venezuela vio evaporarse más de 250.000 millones de dólares en décadas, provocando el hundimiento del país y el fenómeno Chávez. México quebró nuevamente en 1994 y, esta vez, EEUU intervino el país y obligó al FMI a desembolsar la mitad de los 40.000 millones de dólares que urgía para no reventar. La otra factura (la emigración), se sigue pagando.En EEUU hay 18 millones de mexicanos. Ecuador, cuyo derrumbe arrastró a tres presidentes, fue el siguiente en la cadena de desmoronamientos. Sólo la acción conjunta de EEUU, Ejército y oligarquía evitó que la indiada sacudiera un sistema que desde hace 500 años le tiene de rodillas. La lista está lejos de cerrarse.Centroamérica está en la indigencia, Perú en ruinas y Colombia en guerra.

La deuda externa latinoamericana ascendía a 726.000 millones de dólares en 2001, aunque esta deuda era de apenas 28.900 millones en 1970. Pasó a 360.000 millones en 1984 y hoy se ha tornado, más que nunca, en impagable. La espiral de endeudamiento coincidió con la cruzada anticomunista dirigida por EEUU en los años 70 y 80 y el entronizamiento de las dictaduras fascistas. Bajo los regímenes de terror y al amparo de la paranoia anticomunista, que impedía criticar o denunciar robos y corrupción (por temor a ser tildado de subversivo), las economías fueron saqueadas sin piedad, en una acción combinada de ejércitos, oligarquías y transnacionales. Entre 1982 y 1986 se transfirieron 110.000 millones de dólares a los países acreedores, pese a lo cual la deuda aumentó en 100.000 millones de dólares. La magnitud de esa transferencia se entenderá mejor considerando que todo el Plan Marshall, de 1948 a 1951, ascendió a 14.000 millones de dólares, que, a precios de 1986, sumarían 70.000 millones de dólares. No hay país, por rico que sea, que soporte tal expolio.

El cambio de dictaduras a sistemas democráticos se hizo sobre economías en ruina, con países asfixiados por la deuda externa y sometidos a una constante sangría por la descapitalización.Sobre aquel enfermo terminal se montaron los planes de ajuste estructural y las escandalosas privatizaciones. Pero es ley económica inexorable. Quien vende todo, o administra con tino o muere de hambre. Argentina lo vendió todo. La oligarquía evadió cuanto pudo de aquella colosal piñata y el pueblo aguantó en paz mientras hubo guita en el corralito. Cuando ésta se agotó, el corralito cerró como era natural y el país quedó como debía quedar. Roto y pobre.

La oligarquía argentina, fiel a la tradición, evadió cuanto pudo. Furgones cargados de divisas hicieron hasta 300 viajes al aeropuerto sacando dólares. Se repetía, mutatis mutandis, lo acontecido en México en 1982 y 1994. Pero Argentina no es México y está en el extremo sur del imperio.

Se engañan y engañan quienes presentan como solución planes que llaman creíbles, que no son otra cosa que obligar al Gobierno argentino a trasladar al pueblo el pago de la factura, como pasó en México y Venezuela. Una actitud amparada en la certeza de que Argentina carece de margen de maniobra y de que la clase política representará con gusto su papel de segura servidora.Un Duhalde manos arriba debía escoger entre el riesgo de una revolución social si trasladaba, como ha hecho, la factura a los ahorrantes o la asfixia financiera.

A fin de cuentas, saben que el Ejército está listo para reprimir el caos, en tanto no hay fuerza ni voluntad para enfrentar la colusión de los grandes poderes externos. De la aplicación de esos planes creíbles resultará una Argentina más pobre y dependiente, mientras acreedores y empresas reciben los réditos de su fe en el país.

Argentina como toda Latinoamérica urge programas en verdad creíbles. No medidas que resuelvan, al gusto de intereses extranjeros, la crisis de fondo que la abate. Programas que permitan poner fin al imperialismo informal que sufre desde el siglo XIX. Que termine con el saqueo implacable de los estados, repatríe el dinero evadido, obligue a los ricos a pagar impuestos, detenga la fuga de capitales y ponga en marcha proyectos que ataquen a fondo el subdesarrollo y la dependencia. Que permita, en definitiva, sanear los países, dotarse de sistemas justos y distributivos, con políticos responsables y honestos que gobiernen por y para sus pueblos, no para satisfacer la avaricia de gobiernos y empresas extranjeras.

Pero tal alternativa disgustaría profundamente a los países ricos, que verían afectado el festín cotidiano que celebran sobre el hambre de centenares de millones. En fin, que Latinoamérica es un inmenso corralito del que lo único que se ignora es cuándo y cómo estallara.

Queda esperar la siguiente crisis, el próximo desmoronamiento. Colombia está en la mira. De una intervención armada. Que para esos menesteres no faltan dinero ni armas. Es el sistema.

[Fuente: Augusto Zamora R. es profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid,publicado en el Diario El Mundo, Madrid, 02feb02]

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Este documento ha sido publicado el 9feb02 por el Equipo Nizkor y Derechos Human Rights