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25sep11


Cómo operaba la banda de dealers y policías en el sur de la provincia


La increíble historia del oficial Juan Manuel "El Chueco" Rossi desnuda la connivencia entre la Bonaerense y los vendedores de cocaína en San Miguel del Monte y alrededores. Cocinas de drogas, encubrimiento y extorsiones.

Hasta julio de este año, Juan Manuel "El Chueco" Rossi era el agente más destacado de la Subdelegación de Drogas Ilícitas La Plata con sede en Lobos, el municipio ubicado a 100 kilómetros de la Capital Federal. A los 31 años, el oficial -que investigaba las zonas de San Miguel del Monte, Cañuelas, Ezeiza y Saladillo- colaboraba con la oficina de Asuntos Internos del Ministerio de Justicia y Seguridad bonaerense. Por su trabajo, había recibido un teléfono celular para mantenerse en línea directa con los superiores, que confiaban en él para detectar y detener a los descarriados de la tropa de más de 50 mil hombres que tiene como objetivo combatir el delito en la provincia más grande del país.

El Chueco supo edificar su carrera meteórica ganándose la confianza de algunos fiscales del departamento judicial de Cañuelas, a los que ayudó a resolver expedientes sobre tráfico de drogas. Por todo esto, tenía pista libre para hacer y deshacer a gusto: los jefes le asignaban investigaciones complejas y con frecuencia era citado al edificio de la calle 51, entre 10 y 11, donde funciona la oficina de Asuntos Internos, para tratar su futuro ascenso.

Era un policía modelo: serio, trabajador, eficiente. Los malos tragos que había sorteado durante su vida -enviudó muy joven- lo convertían en un oficial confiable. Nadie sospechaba que detrás de esa afable apariencia de joven flaco, ojos claros y buenos modales, se escondía el doble agente que protegía y proveía de cocaína a los narcos que comercializaban estupefacientes en las mismas zonas que él debía custodiar. Haciendo gala de su astucia, nunca ahorraba esfuerzos para lograr los objetivos, aunque estuviera fuera de los límites de la ley que había jurado proteger.

La tarde que recibió la citación de los auditores de Asuntos Internos, El Chueco no sospechó que su estrella caería para siempre. Despreocupado, condujo tranquilo a la reunión, estacionó sin apuro el Fiat Palio Weekend rojo último modelo y antes de bajarse, apagó los celulares. Cerró la puerta, se acomodó la camisa y caminó como un hombre libre. Dentro lo esperaban un par de esposas y la causa con sólidas pruebas sobre los negocios en los que estaba involucrado; extorsiones, encubrimientos, venta de cocaína, desvío de investigaciones de otros policías, trato con piratas del asfalto, eran algunos de los hechos descubiertos. Si la sorpresa en la cara de El Chueco fue mayúscula, la de los agentes que revisaron el Palio fue aun mayor: dentro del coche, el oficial narco había dejado algunas bochas de cocaína y una balanza de precisión. Pero lo que más llamó la atención de los hombres que lo detuvieron fue que Rossi vendía drogas con el teléfono celular que le había entregado el ministerio para investigar policías. Por eso logró mantenerse durante tanto tiempo alejado de las sospechas.

La investigación.

La causa que instruye el fiscal Álvaro Garganta -de la UFI 11 de La Plata- comenzó en 2009. Hasta principios de este año, el expediente estaba frenado y nadie avanzaba para esclarecer las denuncias sobre el tráfico de drogas en San Miguel del Monte, la zona sospechada desde hace varios años de ser el centro de recepción de la droga que llega a la provincia desde el norte del país, vía aérea o terrestre.

Para dar con los integrantes de la organización que operaba en Monte y los alrededores, Garganta contactó a uno de los pocos policías en los que podía confiar, un hombre con experiencia en investigaciones complejas.

El detective apodado "El Gnomo" -su verdadera identidad se reserva por razones de seguridad- comenzó a seguir a los sospechosos y pronto entendió que su presencia inquietaba a muchos en la jurisdicción a cargo del comisario Luis Oscar Warinet.

Pocos meses de trabajo le bastaron al policía encubierto para pedir la intervención del teléfono celular de Juan Carlos "Roly" Coronel, un conocido vendedor de drogas de la zona. Cuando el fiscal autorizó las escuchas, El Gnomo descubrió que detrás de la maraña de contactos de El Roly había policías, que protegían a los narcos y hasta habían logrado montar cocinas de cocaína para comenzar a proveer a los vendedores.

Conectando los nombres que surgían en las escuchas, con entregas de droga y puntos de distribución, el agente especial encontró al hombre a cargo de almacenar la droga en una casa de Ezeiza: Mariano Cattoni, que en el pasado había sido detenido en una causa por venta de drogas.

Una noche, El Gnomo analizaba las conversaciones entre los implicados de la trama narco y descubrió una voz que le resultó familiar. Con un mal presentimiento, retrocedió la cinta y prestó atención a una de las charlas, de la que anotó cada detalle.

"A mí me conviene una vez por mes. Te doy toda la zona mía", le dijo el desconocido a Cattoni. "Dale, quiero que nos juntemos así armamos algo bien", respondió el encargado de guardar la cocaína. "Boludo, tenemos que armar el campo: el fuentón, las lámparas- lo apuró la voz del otro lado, interesada en ajustar los detalles para montar la cocina donde la droga sería cocinada y fraccionada en tizas para la venta al menudeo-. "Te espero la semana que viene y hablamos bien", cerró la charla Cattoni, apurado porque recibía una llamada por otra línea.

El tono de voz del desconocido llevó a El Gnomo a escarbar en sus recuerdos, y esa especie de viaje lo llevó a la época en la que se formó para ser "un sangre azul", como se llaman a sí mismos los oficiales de la Bonaerense. Así, pasó largas horas para develar la identidad del nuevo sospechoso, que tenía una función vital en la estructura corrupta que investigaba.

Antes de que el sueño al fin lo venciera, El Gnomo puso especial atención en un detalle: la tonada del interlocutor de Cattoni. Luego de estirarse en la silla del living de su casa, tratando de no hacer ruido para que su familia no se despertara, el investigador estudió por última vez la escucha y comprobó que el hombre que negociaba con Cattoni era un antiguo compañero de curso de la Escuela Juan Vucetich: Juan Manuel "El Chueco" Rossi.

El Gnomo no lo podía creer. Una vez más se topaba con policías corruptos que participaban de manera activa en organizaciones criminales. Sin poder salir del asombro, el oficial trató de dormir algunas horas antes de poner al tanto al fiscal Garganta sobre los avances de la investigación. Pero no pudo pegar un ojo en toda la noche.

Los días del gnomo.

Hace años que El Gnomo investiga sin más infraestructura que la notebook propia, el auto particular, la cámara de fotos familiar, la pistola nueve milímetros reglamentaria y mucha paciencia. Esas fueron las armas que el oficial de baja estatura y ojos claros usó para romper toda la estructura narcopolicial de San Miguel del Monte y alrededores.

La cita es de mañana, en un bar ubicado frente a los tribunales de La Plata. Llega en una moto negra, estaciona, se quita el casco y saluda con confianza. Aprieta fuerte la mano e invita a cruzar la calle. Se sienta y aclara que hace mucho tiempo que trabaja por fuera de la estructura de la Bonaerense: por experiencia no confía en las brigadas de investigaciones y nadie lo ayuda para esclarecer los delitos cometidos por organizaciones criminales mixtas.

Para alejarse del sistema criminal que corrompe policías, El Gnomo se ocupa de la seguridad de un diputado provincial. Trabaja 24 horas y descansa 48; pero en sus ratos libres colabora gratis con una fiscalía de La Plata. Allí hace lo más que le gusta: investigar. "Llego solo y mejor que en una brigada", dice antes de confesar que hay policías que darían mucho por su cabeza.

Por su trabajo, fue amenazado muchas veces. Al principio no podía dormir, preocupado por su familia. Pero entendió que la pasión por su trabajo es lo que le tocó en esta vida. "Me genera orgullo -comenta mientras revuelve el cortado que pidió para terminar de despertarse- saber que pude esclarecer hechos graves porque no se me escapó la tortuga. Tengo muchas amenazas, la mayoría de policías. Yo no investigo policías, investigo delitos. Lo que pasa es que cuando investigo, los encuentro a ellos."

Para El Gnomo, ellos son los uniformados que se transforman en delincuentes. "De la línea -explica-, tenés que tener un pie de un lado y un pie del otro. El sistema está corrompido y la cosa no es lo que era."

Reconocer a su antiguo compañero El Chueco Rossi en las escuchas telefónicas, lo defraudó. Ambos habían compartido el mismo grupo de formación en la escuela de policía Vucetich, donde durmieron durante más de un año a una cama de distancia. Y aunque la prepotencia de El Chueco lo asombró, recordó los tiempos en los que Rossi era el muchacho tímido que cada domingo, a su regreso de General Belgrano, su ciudad natal, les regalaba a los instructores algunos salamines frescos y quesos de campo que cargaba en el bolso antes de partir de su pueblo.

Cocinas y comisarios.

En la trama narco que tiene como protagonista principal a Juan Manuel Rossi -quien por estos días llama desde los calabozos de la comisaría donde está alojado a otros uniformados en actividad para que le acerquen plata- hay muchos más policías involucrados.

Fueron esos agentes los que le avisaron a Roly Coronel que El Gnomo estaba investigando el circuito narco en San Miguel del Monte. "Se enteraron -relata- que yo estaba por la zona; le sacaron un par de fotos y lo voltearon con diez tizas. Fue todo arreglado para ganarme de mano a mí."

Pero en las escuchas telefónicas El Gnomo notó que los policías a cargo de ese operativo no se habían llevado toda la droga de la casa de Roly, sino que habían armado el procedimiento y entregado a un peón para no desnudar el andamiaje del que ellos mismos participaban.

"Todos me decían 'para qué vas a allanar la casa del Roly si lo metieron en cana hace un mes'. Yo sabía que había más droga -recuerda con la mirada fija en un abogado penalista que entra al bar con uno de sus clientes- y así fue. Cuando fuimos, cayó hasta la mujer de Roly.

No son ningunos boludos, son demasiado vivos, pero esa vez les salió mal."

El miércoles pasado fueron detenidos Luis Oscar Warinet y Jorge Guillermo Viciconti, comisario y jefe de calle de la comisaría de San Miguel del Monte, ambos acusados de extorsionar al Roly y a otros narcos, a los que también brindaban protección.

"Obtenían beneficios de la actividad que debían reprimir", señala el fiscal Garganta en su despacho del segundo piso del edificio donde funcionan los juzgados y fiscalías de La Plata, una construcción del siglo pasado que tiene las paredes interiores pintadas con dos tonos de marrón, las puertas de madera y los pisos de mármol que parecen blancos.

A Warinet y Viciconti los delató un testigo de identidad reservada, que desnudó la operatoria de los policías. Todos ellos recibían la droga de manos de El Chueco Rossi y luego se la entregaban a dos dealers de la zona, a los que protegían y cobraban por el comercio de cocaína.

Días antes, y gracias al testimonio del arrepentido, los agentes de la Sub DDI de Las Flores habían desmantelado una cocina de drogas instalada en el km 128 de la Ruta 3 de San Miguel del Monte manejada por "El Rengo", un hombre con pata de palo que había aprendido el oficio de preparar la cocaína de un colombiano que se instaló en la zona.

En la declaración, el testigo también confesó que "Rossi y Sandro Guzmán -alias 'El Tano', el suboficial que fue detenido junto a El Chueco, pero que recuperó la libertad por un tecnicismo judicial- me vinieron a ver con una carpeta con fotos de mi casa. Rossi me tenía acosado y dejaba droga para vender. Una vez vino con Warinet en un Honda Civic negro."

Este testimonio reveló la operatoria: los policías de narcotráfico armaban causas a personas con antecedentes penales, a las que obligaban a vender la cocaína que ellos mismo proveían. El comisario y el jefe de calle de la zona extorsionaban a los dealers y les cobraban para no detenerlos.

Pero para la justicia la organización sigue activa. Por lo menos, eso cree El Gnomo.

[Fuente: Tiempo Argentino, Bs As, 25sep11]

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