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12ene14


Comenzará en marzo el juicio oral por causas del I Cpo de Ejército


El Tribunal Oral Federal (TOF) Nº 1, de Rosario, acaba de informar que el 14 de marzo comenzará el juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en las ciudades de San Nicolás, San Pedro y Pergamino, bajo la órbita del Primer Cuerpo del Ejército durante la última dictadura. Se basa en ocho expedientes conexos con 70 víctimas. El lote de los acusados incluye el ex coronel Manuel Fernando Saint Amant, otros dos militares y un par de policías; entre ellos, un viejo conocido del espíritu público: el comisario Edgardo Mastrandrea. No es, ese, por cierto, su único desvelo penal. El afamado ex oficial de la Bonaerense también está procesado junto a otros siete represores en una causa -ya elevada a juicio oral- sobre casos de secuestros, torturas y ejecuciones en la ciudad de Junín. Tal vez ese hombre, tan afecto a exhibirse por la pantalla chica, jamás haya imaginado para sí un destino semejante.

Al respecto, una escena del invierno de 2000 que, en perspectiva histórica, bien podría ser considerada como un gran momento de la televisión argentina.

Promediaba el tercer bloque de un programa conducido por Sergio Rubín en una señal de cable, cuando el comisario Mario Naldi, un ícono de la Maldita Policía, guapeó con la siguiente frase: "A mí jamás me pudieron probar nada." Alguien le había preguntado sobre su presunto rol en el aparato represivo del régimen militar.

El otro invitado -por su condición de experto en seguridad- era Mastrandrea. Y en ese instante, palideció; algo lo incomodaba. La razón afloraría muchos años después: el tipo fue arrestado el 15 de abril de 2010 por el juez federal Daniel Rafecas debido a sus tareas en el centro clandestino de exterminio que funcionaba en la Comisaría 1ª de Junín.

Figuración o muerte

Los orígenes policiales de Mastrandrea como oficial pueblerino en pequeñas ciudades de Buenos Aires fueron desdibujados por el tiempo. A finales de los años setenta, ya con grado de oficial principal, recaló en La Plata como jefe del turno noche de la Dirección General de Seguridad. Entre sus atribuciones, estaba la de atender el teléfono. "Soy el telefonista más caro de la policía", solía jactarse con una pícara sonrisa, mientras aprovechaba las horas muertas de la madrugada para avanzar en sus estudios de Derecho. En 1979 obtuvo el diploma en la Universidad Católica.

Una década después, la vida le sonreía. Designado al frente de la Delegación Berazategui de Narcotráfico, el "Gordo" -tal como sus allegados lo llamaban- contaba con cierto predicamento entre el personal de la Bonaerense.

Además, ejercía su profesión de abogado y era profesor en la Universidad de La Plata. Lo cierto es que, por entonces, tuvo alguna desinteligencia con el jefe de esa Dirección General, al que acusó de irregularidades. Este era nada menos que el comisario Pedro Klodczyk. La denuncia en cuestión también alcanzó a otros comisarios. Pero todos ellos salieron indemnes del asunto. Indemnes y con una cuenta a cobrar. Tanto es así que, en noviembre de 1991, luego de que el gobernador Eduardo Duhalde llevara a Klodczyk a la cima de la Bonaerense, el flamante jefe barrió a Mastrandrea de un plumazo.

El motivo: brindar protección a una red de casinos clandestinos en La Plata. La acusación era veraz. El Gordo había incurrido en la doble traición de señalar ante la justicia a sus propios camaradas y, al mismo tiempo, ejercer actividades ilícitas sin socializar los dividendos con la corporación. Algo inadmisible.

Asimilado de modo forzoso a la vida civil, Mastrandrea se transformaría en una suerte de Ave Fénix, pero en clave de thriller. Es que ese sujeto de vientre prominente y mirada huidiza no tardó en tener entre el público una excelente acogida. Sin que se le moviera un solo músculo del rostro, el tipo se definía como un objetor de conciencia. Un perseguido por las alimañas que se habían apoderado de la fuerza. Con semejante disfraz, su figura supo fatigar estudios de televisión y foros de toda índole, en los que, con envidiable cintura, exhibía múltiples roles y virtudes: experto en seguridad, pretendido referente sindical de los uniformados y adalid en la lucha contra la corrupción policial.

Hasta tenía un discurso en defensa de los Derechos Humanos. Pero sin extraviar su carisma cuartelero. Este don, en particular, le facilitó su voluntad por liderar a Los Sin Gorra, un colectivo de policías exonerados. Con ellos encabezó en junio de 2004 un violento copamiento del Ministerio de Seguridad -con rotura de vidrios, tiros al aire y palazos- en franco repudio a las reformas de León Arslanian. Su glamour republicano, a su vez, hizo que ciertos especímenes de la clase política repararan en él. Tal fue el caso de la recordada Lilita Carrió, quien durante la campaña electoral de 2007 lo sumó como asesor.

En esas felices circunstancias, alguien lo reconoció por televisión.

El pasado nunca muere

Podría decirse que, en su situación, otro hubiera cultivado un bajo perfil. Pero a Mastrandrea la vanidad le jugó una mala pasada. Seguramente comprendería que sus ansias por la trascendencia fueron para él una trampa, cuando un ex alumno del Colegio Don Bosco, de San Nicolás, reconoció en su estampa, irradiada por un televisor, al joven oficial de la Comisaría 1º de Junín que tres décadas antes había participado en el secuestro de un grupo de estudiantes.

El ex alumno en cuestión, José María Bugassi, no daba crédito a sus ojos al ver por la pantalla al antiguo represor en un acto de la Coalición Cívica; allí, a viva voz, proclamó "los ejes de una propuesta de seguridad sólida para construir una sociedad más segura". Detrás de él, los dirigentes Adrián Pérez, Elsa Quiroz y Marta Maffei aplaudían a rabiar.

El siguiente paso de Bugassi fue presentar con sus abogadas -Ana Oberlín y Nadia Schujman- un escrito para pedir su inmediata detención e indagatoria, solicitud a la que luego se acoplaron el fiscal federal Patricio Murray y la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires. En tanto, Elisa Carca, ex legisladora y referente de la Coalición Cívica en San Nicolás, intentó extinguir el incendio partidario al comunicar que Mastrandrea "no estaba entre los candidatos del espacio".

Los secuestrados del Colegio Don Bosco tenían entre 16 y 22 años y eran alumnos o egresados. De ese grupo nunca volvió a saberse de Gerardo Cámpora, Carlos Farayi, las hermanas Rosa y María Cristina Alvira, Horacio Martínez, Regina Spotti, María Rosa Baronio, Jorge Luis Reale y Carlos Alberto Grande. Por su parte, Pablo Martínez y Bugassi estuvieron privados de la libertad por un mes, para ser luego blanqueados en Junín. Mastrandrea, con grado de oficial inspector, era tercero en la jerarquía de la comisaría. Y fue quien les tomó declaración, además de presionarlos con amenazas y golpes.

Testimonios de otros testigos lo describen como integrante de la patota operativa. Entre sus cómplices estaba el subinspector Julio Ángel Esterlich, quien formaba parte del grupo encargado de los secuestros, y el inspector Francisco Silvio Manzanares. En la misma causa figura el ex coronel Ángel José Gómez Pola, a cargo de los centros clandestinos que funcionaron en Junín, y el ex comisario Abel Oscar Bracken, además del ex subinspector Miguel Ángel Almirón y el ex médico policial Aldo Antonio Chiacchietta, quien "controlaba los signos vitales" de los detenidos torturados.

Mastrandrea fue indagado en 2007 por el juez federal Carlos Villafuerte Ruzo, quien -sin otro motivo que el de su proverbial garantismo con los represores- le concedió la excarcelación. Ya se sabe que, tres años después, Rafecas dispuso su arresto en el marco de la megacausa del Primer Cuerpo del Ejército. Pero el encierro, al parecer, no le resultó duradero.

Ello se desprende de un artículo del portal Bonaerenses en Acción -editado por el propio Mastrandrea-, cuyas fotos lo muestran el 2 de noviembre de 2013 junto al monumento en La Plata que honra a los "camaradas de armas caídos en el cumplimiento del deber". En esa ocasión, el viejo represor, junto a otros tres comisarios jubilados, colocó una corona de laureles al pie de esa diminuta pirámide. Lo hizo por cuenta del autodenominado Movimiento por la Dignificación del Personal Policial (MODIPO), un sello de su creación. Según el registro gráfico, nada parece quedar de aquel hombre enérgico y sanguíneo; por el contrario, Mastrandrea luce ahora como un anciano enfermo y quebradizo. Tal vez ello haya incidido en su beneficio de aguardar la condena en libertad.

El banquillo de los acusados es ahora su próximo sitial.

Verdugos con el ego encendido

Mastrandrea no fue el único represor caído en desgracia por su sed de trascendencia. El dirigente macrista de San Martín, Ignacio Arcidiácono, tuvo un problema similar. En los meses previos al golpe de 1976 integró la delegación cordobesa de la Policía Federal y fue señalado como colaborador del Comando Libertadores de América. No obstante, él insistía en fotografiarse con figuras políticas, imprimía afiches con su rostro y soñaba con gobernar. Dos artículos publicados en 2007 -por el diario Página/12 y la revista 7 Días- pusieron su pasado al desnudo. Aún sigue impune.

No fue ese el caso de Julio Cirino, un analista internacional con cátedras en universidades privadas, conferencias, congresos y apariciones televisivas. En 2008, el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, hizo trizas aquella impostura, al identificarlo como uno de los jefes ocultos del Batallón 601 de Inteligencia. Desde entonces reside en el penal de Marcos Paz.

[Fuente: Tiempo Argentino, Bs As, 12ene14]

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